Doctoras Laura Lara y María Lara
(Profesoras de la UDIMA, Escritoras Premio Algaba y Académicas de la Academia de la Televisión)
2020 es un año bisiesto. También lo fue 1936. De hecho, el almanaque que usamos hoy es una copia exacta del empleado aquel fatídico año en que se inició la Guerra Civil. En esta coincidencia no queremos ver algo tremendo, pero sí recordar al hilo de esta meditación que una de las aportaciones de la Iglesia a la Historia ha sido el cómputo del tiempo. Con independencias de las creencias de cada uno, oficialmente la cuenta de los años se inicia con el nacimiento de Cristo y, más adelante, en la Edad Moderna, fue un papa, Gregorio XIII, el que reformó el sistema organizativo de los meses que venía de Julio César.
El calendario juliano estuvo vigente en Europa durante 16 siglos, aunque arrastrando el error de 11 minutos y 14 segundos con respecto al año solar, una incidencia que ya se advirtió en el Concilio de Nicea (325 d.C.), en tiempos del emperador Constantino, y que no se corrigió hasta 1582, en que se adoptó el calendario gregoriano.
Ayudado por el científico italiano Luis Lilio y el jesuita alemán Christopher Clavius, viendo que el equinoccio de marzo llevaba un adelanto de 11 días desde que el calendario juliano, Gregorio XIII decidió reformularlo. A la Iglesia le preocupaba especialmente este fallo que afectaba a la celebración de la Pascua de Resurrección y a otras fiestas movibles que dependen de ella.
Para poner en marcha el trascendental cambio, el papa promulgó el 24 de febrero de 1582 la bula Inter gravissimas, en la que establecía que al jueves 4 de octubre de 1582 lo seguiría el viernes 15 de octubre. Esto supuso que Teresa de Jesús, fallecida justo el 4 de octubre de 1582, figure como enterrada 11 días después, cuando en realidad recibió sepultura en la jornada siguiente al óbito.
Desde esta reforma, el Domingo de Resurrección es definido por la Iglesia católica en el siguiente domingo al primer plenilunio después del 20 de marzo. El cráter más grande de la Luna hoy lleva el nombre de Clavius, su compañero, Lilio, ostenta la “propiedad” de otro, aunque en vida no pudo ver aplicada su reforma pues murió en 1576.
Pero el calendario gregoriano no fue adoptado de inmediato en Occidente en pleno. Turquía lo asumió en 1917; Grecia y la Iglesia ortodoxa lo harían en 1923. Después de haberlo aceptado inicialmente en 1918 y de haber probado otros cómputos desde 1923, Rusia lo aplicaría de modo permanente desde 1940.
Cada año, cuando se aproxima el 23 de abril, se suele conmemorar que en esa jornada, en 1616, murieron Cervantes y Shakespeare, mágica coincidencia que pierde su misterio al razonar que Inglaterra prosiguió con el calendario juliano hasta 1752. Así, el autor de El Quijote murió el 22 de abril y lo enterraron el 23. En este último día pereció el padre de Hamlet, esto es, 10 días después que el alcalaíno porque andaban a vueltas los calendarios juliano y gregoriano.
En 1712, el 29 de febrero fue seguido por un extravagante 30, como una estrategia para abolir el calendario sueco y retornar al juliano. Durante la Revolución Francesa, ante el ansia del pueblo de desmantelar el Antiguo Régimen y liberarse de sus opresores, entró en vigor el calendario republicano. Aconteció el 24 de octubre de 1793, con meses como Vendimario, Brumario, Frimario (en otoño), Nivoso, Pluvioso, Ventoso (en invierno), Germinal, Floreal, Pradial (en primavera), Mesidor, Termidor y Fructidor (en verano), en función de los fenómenos atmosféricos o de las tareas agrícolas.
En el Archivo Histórico Nacional, al rastreo de los documentos con falsos bisiestos (como el asiento de grado de Bachiller en Cánones por la Universidad de Alcalá del soriano Antonio Zapata el 29 de febrero de 1607, que no fue bisiesto), se unen licencias de publicación denegadas para tratados astrológicos como El mayor plenipotenciario de astros y planetas. El Gran Piscator de Aragón para el año 1736, solicitada por su autor, Pascual Aznar, o el secuestro de ejemplares del Almanak o kalendario general, de 1792, del Dr. D. Judas Tadeo Ortiz Gallardo.
Otra de las confusiones resultantes del uso de distintos calendarios justifica que la revolución de Lenin no fuera de octubre sino de noviembre. El alzamiento de Lenin contra los zares tuvo lugar en la fecha juliana del 25 de octubre de 1917, que se correspondería con la gregoriana del 7 de noviembre. Curiosamente, una de las primeras medidas de los bolcheviques fue la de adoptar el calendario pontificio.
Reza el dicho “año bisiesto, año siniestro”, el temor se acrecienta al constatar que la invasión de las tropas francesas en la Guerra de la Independencia en 1808 o el hundimiento del Titanic en 1912 tuvieron lugar en años bisiestos, comprobación trágica como la de los asesinatos de Mahatma Gandhi (1948), Robert Kennedy y Martin Luther King (1968), John Lennon (1980) o Indira Gandhi (1984).
Pero no todo ha sido nefasto en los años bisiestos. Por ejemplo, en un 29 de febrero nacieron personajes relevantes como Paulo III (1468), el papa que aprobó la Compañía de Jesús, o el escritor Lord Byron (1788). Y es que en algunos países, como Irlanda, venir al mundo en esa fecha es tenido como presagio de buena suerte. Por el poder que nos confiere el ser ciudadanos de la globalización, este vaticinio queda universalizado.