Por Sandra Pajares
(Maestra)
Cada vez que escucho una canción me gustaría inventar una nueva palabra que definiera la música, una sola palabra que resumiera lo que ella despierta en mí, o el nombre de un nuevo color que determine lo que me hace sentir. Quizá sea imposible expresar con palabras lo que es la música y lo que representa en nuestras vidas. Se defina como se defina, la música nos lleva, nos trae, nos acerca, nos distingue, nos identifica…
La música, unas veces es terapia, otras antídoto y en ocasiones calmante. Es estímulo para bebés y niños, confidente para jóvenes y adolescente y buena compañera de camino para los adultos.
Muchos artistas y cantantes han dedicado canciones o pequeñas obras a la música y la han llegado a comparar, puede ser que en un intento de explicarla, de definirla, con mujeres, con divinidades o con las mejores sensaciones o sentimientos, hasta con la misma palabra “Amor”. Es posible que ellos sean conscientes del poder de la música para hacer tales comparaciones.
Ese poder que posee, es capaz de ponernos la carne de gallina cuando oímos ciertas melodías, de hacernos llorar y de hacernos sonreír. La música nos transporta a lugares sin movernos y nos sitúa cerca de personas que no podemos tener al lado. ¿Cómo es posible que al oír una canción me pueda acordar de ti, de aquel día, y que pueda tener hasta la misma sensación que me inundaba mientras miraba al sol? ¿Y por qué cuando suena otra canción puedo sentir un olor ficticio en mi nariz o un calor intenso en mis manos?
La siento como mi segunda piel, me acompaña siempre, esté donde esté y haga lo que haga. Vive conmigo y me ayuda a vivir con mayor intensidad los buenos momentos, y casi siempre consigue hacerme olvidar los malos. Me acompaña al caminar y me enseña a rezar.
Me gusta ver las misas llenas de sonidos, misas alegres donde la gente participa cantando. Las canciones nos hablan del Evangelio, nos cuentan los pasos que Jesús dio, nos ayudar a tomar ejemplo y a aprender a confiar y a vivir con Fe. Desde aquí el más sincero agradecimiento a los jóvenes y niños que “nos enseñan” a los mayores que cantar es rezar dos veces. Son sus voces en los coros parroquiales los que alegran el corazón de la comunidad y nos ayudan a entender mejor la misa de cada domingo.
Cada día le agradezco a Dios tener la posibilidad de escuchar la música, de sentirla, de vivirla, de enseñarla, de transmitirla y de disfrutarla.