Por Alfonso Olmos Embid
(director de la Oficina de Información de la Diócesis)
En tiempos de pandemia Guadalajara no se queda sin su semana de pasión, porque la procesión va por dentro y los misterios de la fe, además de expresión pública, también tienen corazón. Por eso viviremos unidos estos días de fervor con recuerdo emocionado y memoria agradecida.
María se queda en casa. Jesús también se quedan en casa, solidarizándose así con nuestro mundo enfermo y sufriente. Pero en nuestras calles vacías, más que nunca, su presencia perpetua y su amor misericordioso lo inundará todo, porque todo lo impregna su rostro y su figura.
Por eso el domingo, al comienzo de estos días santos y tras una cuarentena diferente y hostil, en Guadalajara, muchos niños acompañarán desde su confinamiento a la Borriquilla, y estrenarán ilusiones y entonarán con júbilo el “hosanna” de este domingo sin ramos y acompañado de otras palmas, las de los balcones, el “resistiré” de otras décadas que se ha convertido ahora en un himno triunfal, expresión de nuestros mejores deseos.
Y a la tarde miraremos hacia el camposanto y rezaremos, con lágrimas en los ojos, por los que expiran a causa de este virus letal. Y sin entender muy bien lo sucedido, pero con fe y pasión en nuestros labios, le musitaremos al Padre como Cristo en Getsemaní: “si es posible, que pase de mí este cáliz” o “por qué nos has abandonado”. Y si guardamos silencio lo entenderemos.
Entenderemos que su mejor regalo es la misericordia que nos regala y nos sana. Misericordia que no se adquiere en los supermercados ni a granel, sino que se nos obsequia por pura gracia. Por eso aceptamos esa merced indulgente que el papa nos ofrece cordialmente en este tiempo, deseando que así la obtengan los que la pidan de corazón, a falta de un perdón confinado. María: vuelve a nosotros y a todos tus hijos necesitados, tus ojos misericordiosos.
El sufrimiento nos ha visitado. Sin preverlo, sin quererlo siquiera y sin darnos cuenta. Y nuestra ciudad vive un calvario, su particular vía crucis no en la calle con los jóvenes como protagonistas cada martes santo, sino en muchos hogares, en el hospital, en los centros de salud o en las residencias de ancianos. Allí “cirineos” y “verónicas” con nombres propios, ayudan a llevar la cruz y enjugan rostros: sanitarios y trabajadores, héroes de nuestro tiempo, que ahora reciben a diario la ovación de una sociedad volcada y agradecida.
Salud es lo que pedimos. Hasta los que oraban poco ahora la piden e insisten con fe. Salud es lo que deseamos Cristo, hermano nuestro, para los que viven atados a la columna del dolor y de la enfermedad. Pisa nuestras calles, acércate a nuestras casas, toca nuestros corazones y concédenos, a todos, la salud del cuerpo y del alma. Confiamos y esperamos. La esperanza es lo último que se pierde, porque la esperanza no defrauda. Esperamos con paciencia el fin de esta pandemia, esperamos absortos la recuperación de los afectados, esperamos mirando a María que es “vida, dulzura y esperanza nuestra” y le suplicamos por todos los que en sus casas esperan buenas noticias de sus seres queridos. También con esperanza le pedimos que interceda para que los que sucumben obtengan el descanso eterno.
Pasión, entrega y sacrificio: amor fraterno. Comunión espiritual a falta de pan. Adorar “en espíritu y en verdad”. Se nos pide aún más fe. Creer sin ver que se sigue haciendo presente Cristo y que, a puerta cerrada, la eucaristía se celebra a diario por el pueblo. Hemos descubierto que los apóstoles de nuestra sociedad, son los que nos siguen asistiendo desde sus trabajos en servicios esenciales. Sin duda que merecen monumentos este jueves santo.
Maniatado Nazareno, Jesús amigo y hermano, detén tu camino hacia el calvario. Quédate en casa este año, pero no dejes de dar la vida por amor; como tantos que serán recordados por su entrega silenciosa y reconocidos por cargar con la cruz de los crucificados por el sufrimiento. Jesús, con su cruz a cuestas, como tantos miles de afectados e infectados: pasión de nuestro mundo enfermo que grita pidiendo favores, que grita pidiendo piedad. Piedad hecha indulgencia como regalo papal, como prueba del amor de Dios y para que se quede el alma con paz. Amor y paz necesita nuestro mundo: el consuelo infinito de la fe. Amor y paz que restaure vidas, familias y corazones devastados.
Dolor y soledad ante el calvario, que es la quinta angustia que muchos están viviendo junto a la cruz en este tiempo. Dolor y soledad, o impotencia, ante el yacente muerto. Dolor y soledad de muchos que se han dejado la vida en el intento y a los que no se ha podido ni velar: cruz desnuda, abandono infinito, desgarro del corazón.
Sufrimiento, orfandad aparente y desamparo que necesita ver la luz. Pascua florida para el estado de alarma. Procesión del resucitado por las calles tras el confinamiento. Abandono del “quédate en casa” cuando se eclipse el temor, cuando superemos el miedo a un contagio sin vacuna.
Pero sobre todo la vida. En un mundo marcado por la cultura de la muerte, somos testigos de que la vida vale la pena, de que la gente quiere vivir y resistir al virus letal. La vida cuenta, la pascua es un regalo. La esperanza no se pierde. La pandemia nos hará mejores. ¿Comprenderemos lo sucedido? ¿Obraremos en consecuencia? La respuesta es la fe: “creed en Dios y creed también en mí”. La respuesta es la esperanza: “espera en el Señor que volverás a alabarlo”. La respuesta está en el corazón: “amarás a Dios y al prójimo”, porque tras esta crisis profunda nuestro mundo necesitará más caridad.