Domingo de Ramos. ¡Vamos a Jerusalén!

Por Ángel Moreno

(de Buenafuente)

 

Jesús parece que lleva prisa, sube decidido y remonta la pendiente que va de Jericó a la ciudad santa de Jerusalén. Ya no hay tregua. El Maestro confía a los suyos la razón de ir a la ciudad: su próxima Pasión. 

El miedo acosa a los discípulos, y en el aturdimiento rehúyen las palabras del Señor y especulan acerca de quién puede ser más y primero, sin querer enterarse del drama que guarda Jesús en su interior.

Dicen que no hay peor sordo que el que no quiere oír. Estos días, no resistimos tantas noticias dolorosas. Como higiene mental nos evadimos hablando de dinero o de política, porque no soportamos tanta muerte. 

Jesús sube a Jerusalén para dar la vida, y no porque se la quiten, ni por accidente, sino por ofrenda de amor. “Nadie tiene amor más grande que aquel que da la vida por sus amigos”, y Él nos llega a decir: “Vosotros sois mis amigos”. 

La mente nos trae la hipótesis del contagio, de la pérdida de seres queridos: un horizonte terrible. Jesús nos invita a ir detrás de Él, pero no porque desee nuestro mal, sino para que podamos comprender nuestra mortalidad y transformar nuestro dolor con el suyo. 

Este año no hay procesiones, ni ramos, ni borriquita. Para qué estrenar el traje, o vestir de fiesta. Esta es la tentación. Sin embargo, viendo subir a Jesús a Jerusalén, cabe reaccionar como el ciego de Jericó, y levantarnos de un salto, soltar el manto del pesimismo escéptico, de la tristeza depresiva, y pedirle al Hijo de David que nos abra los ojos de la fe, ojos que se atreven a vislumbrar salvación detrás de sus pisada, de los pasos de Aquel que se encamina a la entrega total por amor. 

No dejemos pasar este momento, lo podremos vivir evadidos, por miedo; aturdidos, por dolor; pero también podemos llevar el ramo del testigo, del mártir, de quien toma la palma de la entrega personal y solidaria. 

Cada uno podemos gritar, si es preciso, y con ello descansa el corazón, no solo: “Hosanna al Hijo de David, Bendito el que viene en nombre del Señor”, sino también, como el ciego: “Jesús, Hijo de David, ten piedad de nosotros”.

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