José González Vegas
(Presidente de la Junta de Cofradías y Hermandades de Semana Santa de Guadalajara)
Habiendo cerrado ya las puertas de la Cuaresma, el sol empieza a esbozar retazos de primavera cuya cancela se entreabre para llamar a la tradición.
Una vez llegados a la Semana de Pasión, nuestra mirada interior y nuestra mirada exterior tienden a proyectar nuestros deseos más íntimos hacia el misterio más sublime que ha acontecido en la historia de la humanidad y en la creación. Son los misterios de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús. Misterios divinos que nos salvan del pecado y de una muerte para siempre. Misterios en los que Dios hecho hombre ha querido sufrir, entregarse y morir por amor a nosotros. Misterios que traen la salvación a todo aquél que lo cree y acepta, y a los que somos invitados a vivir en nuestra vida.
Es tiempo de conversión, de replanteamiento en serio de nuestra fe, de caridad, de penitencia, para alcanzar a vivir en plenitud la vida de la gracia, para recibir en el día grande de la Pascua el Espíritu y la vida nueva de Cristo vivo que ha resucitado; una semana que cuenta el tiempo al revés pues la muerte engendra la vida.
Pero también es tiempo marcado de Religiosidad Popular, es tiempo de Cofradías y Hermandades. El cofrade vive permanentemente en la frontera que separa la nostalgia de la espera. Ello hace que nuestra Pasión llegue hasta lo más profundo de nuestra memoria, está inscrita en las calles donde antaños pavimentos musitan oraciones con penar de cera y penitencia de asfalto, en las plegarias que impregnan el aire difuminado de incienso. Se saborea la espera del tiempo que sólo pretende detenerse en el cronograma comprimido de una semana de perfectos tiempos que recogen pasados heredados y presentes que van configurándose para perdurar en el tiempo.
Las Cofradías cumplen una misión fundamental en la piedad del pueblo fiel y en la misión evangelizadora de la Iglesia y esta Semana Santa lo seguirán haciendo. Esta pandemia nos da la oportunidad de dar un paso importante en nuestra condición humana. En este tiempo se nos da la oportunidad de sanar de raíz el corazón, de sanarlo con meditación, oración y buenas acciones. De darnos cuenta lentamente, como siempre actúa el Espíritu, de que esta vida es temporal y que somos peregrinos. Ahora ha llegado el momento de mirarnos por dentro para que todo vaya colocándose en su sitio, abandonando los pensamientos obsesivos y estériles. En estos días, debemos vislumbrar que en las Cofradías existe una espiritualidad entendida como un modo concreto de acceder al misterio de Dios a través de unas maneras de hacer y de pensar, mediado por una serie de prácticas piadosas. Mediante esta mediación los cofrades debemos encontrar un camino para llegar a Dios de un modo más profundo y comprometido.
En esta espiritualidad caben personas muy diversas, algunas que cruzan por primera vez el puente que tienden las Hermandades para llegar a una función evangelizadora e integrarse dentro de esa misión; otras que reafirman su fe, de diversos niveles, profundidad y compromiso en la vivencia de la misma.
Además de sus postulados evangelizadores, piadosos, caritativos, formadores, etc., debemos buscar una doble vertiente: la unión con Dios y la unión con el prójimo, que podemos observar mejor que nunca en estos días. Unión con Dios, a través del acompañamiento y la oración; unión con el semejante para crear comunidad.
En las cofradías y hermandades existe una espiritualidad abierta para aquellos que de verdad quieran vivirla y adentrarse por ella en la senda del evangelio. Seguramente este año, al no poder procesionar, podamos observarla con mayor claridad. Al contrario que otros años, las personas que solo buscan lo exterior desaparecerán quedando aquellos hermanos cofrades que viven de una manera muy profunda nuestra Semana Mayor.
Volveremos a sumergirnos en los callejones de la añoranza, observando con curiosidad como se deshace el tiempo en la memoria, calles que surcan el alma en las que la veleidad del tiempo hará que el nazareno vuelva a su vértigo de soledad, a su encierro de tela, a su sueño de ojos entreabiertos. El gesto le llevará a la nostalgia, a recorrer el camino junto a aquellos que ya no están, a transitar por lugares propios de nuestros recuerdos, a oler a incienso y cera, a rosa y clavel. Creerán rezar de nuevo con los hombros, con la cerviz, con los pies descalzos o sujetando un cirio que iluminará el camino de regreso a una nueva Pascua por la que nacemos en el Señor para no morir jamás.
Y así cerraremos el portalón de la capilla del alma, y tras un largo toque de matraca suspirar por el primer plenilunio de la próxima primavera.