Por Ángel Moreno
(de Buenafuente)
Puertas testigo de pasos peregrinos,
del ayer remoto, hecho Providencia,
alzad vuestros dinteles,
dejad entrar los pies de quien rastrea
Amor y perdonanza en sorbos de agua.
Óculo, visión que muestras infinito,
presencia sin comienzo, amor divino,
continuo y permanente, sin tiempo
sin medida, eterno, sin principio
y enmarcas espadaña trinitaria.
Y llegan los sonidos ancestrales,
que llaman al alba, a tercia, a mediodía.
Toque a la oración, memoria nazarena,
en honor de la Palabra hecha carne
en el seno de Santa María.
Trinidad de acordes, brisa vespertina,
clamor del universo agradecido.
Mientras se huyen las sombras
sube el melisma gregoriano
en Salve a Nuestra Señora.
Manantial de vida, fuente buena,
Costado abierto, salud ofrecida.
Abrazo entrañable, misericordia.
Sed aplacada, don gratuito,
sin merma de medida.
Y canta el Císter de cogullas blancas.
No importan la presencia de testigos,
a diario, solo por Él y por los hermanos
se entona la salmodia en el Sistal,
todos los días, todos los años.
Cerca del milenio hecho plegaria,
presencia discreta, centenaria.
Las piedras rezuman vestigios
medievales, ojivas alzadas,
cual manos levantas, solidarias.
El huésped se hace sacramento,
en sus ojos semblante del misterio,
gracia acrecentada, bendición,
sin que él sepa es causa de abundancia,
de dones, de gracia, hechos providencia.