Por Rafael Amo
(Director de la Cátedra de Bioética de la Universidad Pontificia Comillas | Delegación de Ecumenismo de la Diócesis)
Sobre la base de la parábola del Buen Samaritano, la Congregación para la Doctrina de la Fe ha publicado el día 22 de septiembre una Carta titulada Samaritanus Bonus sobre el cuidado de las personas en las fases críticas y terminales de la vida, para “reafirmar el mensaje del Evangelio y sus expresiones como fundamentos doctrinales propuestos por el Magisterio” y “proporcionar pautas pastorales precisas y concretas, de tal manera que a nivel local se puedan afrontar y gestionar estas situaciones complejas”.
El Documento tiene un dulce sabor evangélico. Utiliza la parábola del Buen Samaritano y la de contemplación de Cristo en la Cruz para tratar temas especialmente delicados y complejos, vital y técnicamente hablando, como los del final de la vida. Esta orientación bíblica es lo que sitúa a la carta en su justa dimensión: se trata de dar un mensaje de esperanza a la oscuridad del dolor y de la muerte. Pero con una preciosa definición de esperanza alejada del ingenuo todo saldrá bien: “La esperanza no es solo esperar un futuro mejor, es una mirada sobre el presente que lo llena de significado”.
Lo mejor de la carta son sus elementos éticos, antropológicos, espirituales y magisteriales, sobre la base de un análisis realista de la cultura.
Desde el punto de vista de la ética, Samaritanus Bonus, ofrece una articulación de principios éticos que sientan las bases de una ética del cuidado. El punto de partida de la Carta de la Congregación es el mismo que el de la Declaración de Barcelona, la vulnerabilidad humana, la finitud y el límite. Este es el fundamento de una ética del cuidado entendida “como solicitud, premura, coparticipación y responsabilidad hacia las mujeres y hombres que se nos han confiado porque están necesitados de atención física y espiritual”. A su vez, el cuidado es el gozne entre la vulnerabilidad y la justicia.
La Carta maneja una antropología integral en la que el ser humano no es solo cuerpo físico lleno de enfermedades y llamado a la muerte, sino un ser corpóreo y espiritual -al mismo tiempo- que debe afrontar la aventura del sentido de la vida.
Son especialmente brillantes las páginas dedicadas a la espiritualidad del sufrimiento en la que hace una contemplación de Cristo en la Cruz, que “parece tan semejante, en su carga simbólica, a aquellas enfermedades que clavan a una cama”. Dibuja la escena completa e incluye en la contemplación a aquellas que estaban junto a la Cruz de Jesús que son el prototipo de las personas que “están” con el enfermo.
La Carta ofrece un buen elenco clarificador del Magisterio anterior sobre las diversas situaciones del final de la vida: eutanasia, suicidio asistido, ensañamiento terapéutico, cuidados básicos, cuidados paliativos, terapias analgésicas, etc.
El Documento no tiene el tono de una Bula de excomunión, no insiste en la condena de nada ni de nadie. El Documento, en línea con el Magisterio precedente recuerda que la eliminación directa e intencionada de la vida humana en su fase terminal no responde a la exigencia de la dignidad de la persona humana que ha recibido el don de la vida. A mi juicio, en este capítulo quinto, lo mejor del documento es la claridad con la que afronta los temas y los avisos a navegantes para que el ambiente cultural no nuble la vista del cristiano.
La carta tiene tono evangélico y un trasfondo teológico: “El misterio de la Redención del hombre está enraizado de una manera sorprendente en el compromiso amoroso de Dios con el sufrimiento humano. Por eso podemos fiarnos de Dios y trasmitir esta certeza en la fe al hombre sufriente y asustado por el dolor y la muerte”. Este es su mensaje profundo.
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