Por Alfonso Olmos
(director de la Oficina de Información)
Alguien pensó, e incluso dijo en voz alta, que de esta pandemia íbamos a salir mejores. Me da la impresión de que no va a ser así. Estamos más enzarzados que nunca. Ya no digo a nivel eclesial, que según qué opiniones leas en determinados sitios de Internet parece que sí, sino a otros niveles que también nos interesan para la convivencia pacífica.
En el ámbito social, político y económico las cosas no van bien, y esto afecta, de soslayo o de frente, a la Iglesia y, también, a la pastoral. Nos ha tocado vivir tiempos difíciles, pero el estudio de la historia nos ofrece la certeza de que el anuncio de Jesucristo nunca fue fácil y las persecuciones existieron y existen.
Los cristianos nos sentimos atacados y eso nos paraliza y nos impide, en algunos momentos, una vivencia ilusionada y una transmisión alegre de la fe. Nos sentimos apuntados con el dedo y, en ocasiones, acorralados. Por un lado, los representantes de las instituciones, nos adulan y nos intentan contener, cuando no conquistar, con ayudas por otra parte, necesarias para la atención de los necesitados o el mantenimiento del patrimonio cultural.
Sin embargo, cuando los argumentos eclesiales se alzan para temas como la unidad, la enseñanza religiosa y los conciertos educativos, o el discurso moral sobre la vida humana, sentimos la sensación de que, desde determinados sectores de la sociedad y de la política, se nos pide silencio (porque “calladitos estáis más guapos”), que nos evoca épocas pasadas que, a todas luces, son obsoletas.
Habrá que superar los prejuicios y caminar hacia delante para intentar instaurar, entre todos, un mundo más justo y más humano, una sociedad verdaderamente democrática, donde podamos optar libremente según nuestras preferencias y creencias, una civilización donde se creen lazos de fraternidad e impere la paz social y el consenso en la toma de soluciones para los asuntos verdaderamente importantes.