«Tiende tu mano al pobre»

El Papa Francisco, y con él toda la Iglesia, se aprestan a la IV Jornada Mundial de los Pobres, este domingo, 15 de noviembre, en una edición más virtual

 

Por Jesús de las Heras Muela

(Periodista y sacerdote. Deán de la catedral de Sigüenza)

 

 

 

 

 

 

 

 

"/La cita fue fijada ya hace cuatro años.  Concluido el Jubileo de la Misericordia, en la carta apostólica Misericordia et misera, en su punto 21, el Papa anunció la creación de la Jornada. «A la luz –escribió Francisco- del Jubileo de las personas socialmente excluidas (…), intuí que, como otro signo concreto de este año santo extraordinario, se debe celebrar en toda la Iglesia, en el XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario, la Jornada Mundial de los Pobres. Será la preparación más adecuada para vivir la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, quien se ha identificado con los pequeños y los pobres, y nos juzgará a partir de las obras de misericordia (cf. Mt 25,31-46)».

Y a renglón seguido, el mismo Papa adelantaba sus objetivos:  «Será una Jornada que ayudará a las comunidades y a cada bautizado a reflexionar cómo la pobreza está en el corazón del Evangelio y sobre el hecho que, mientras Lázaro esté echado a la puerta de nuestra casa (cf. Lc 16,19-21), no podrá haber justicia ni paz social».  Y concluía: «Esta Jornada constituirá también una genuina forma de nueva evangelización (cf. Mt 11,5), con la que se renueve el rostro de la Iglesia en su acción perenne de conversión pastoral, para ser testimonio de la misericordia».

 

Lemas y actividades

Una frase bíblica acompaña, ilustra e interpela cada la jornada. Así, en 2017 y en 2018 fueron las frases  «No amemos de palabra, sino con obras» (1 Jn 3,18) y «Este pobre gritó y el Señor lo escuchó» (Sal 34,7). En 2019, fue «La esperanza de los pobres nunca se frustrará» (Sal 9,19). Y en 2020, la frase que titula este artículo: «Tiende tu mano al pobre», tomada del libro veterotestamentario del Sirácida, también llamado Eclesiástico (capítulo 7, versículo 32)  Con el hilo conductor de estas frases, el Papa escribe cada año un mensaje, que firma el 13 de junio, memoria litúrgica de san Antonio de Padua, modelo de caridad y de servicio a los pobres.

La amplia programación que para la jornada se desarrollaba en los años anteriores en el Vaticano y en la diócesis, por razones obvias de la pandemia, tendrá como epicentro, y con las debidas medidas de seguridad, higiene, aforo reducido y demás, la misa que para los pobres y con los pobres tendrá el Papa Francisco este domingo 15 de noviembre, a las 10 horas, en la basílica vaticana.

En los años pasados, se instalaba en el Vaticano un hospital de campaña, había una gran comida para los pobres con la presencia de Papa, vigilias de oración y de otras iniciativas que este año tendrán que buscar una realización más virtual y digital.

 

Pobreza, fragilidad y COVID 19

Las citadas bíblicas palabras del libro del Sirácida sirven este año al Papa Francisco para arrojar luz sobre la gran historia de pobreza que abraza naciones enteras. La pandemia que vive el mundo ha puesto de manifiesto una pobreza que muchos habían olvidado: la fragilidad. Los pobres son frágiles por definición, porque carecen de lo necesario y su existencia depende de la generosidad y solidaridad de los demás.

Por paradójico que parezca, el COVID 19 ha hecho posible descubrir que todos somos débiles y dependientes de los demás. Nadie está excluido de esta condición. Los grandes de la tierra, los poderosos del mundo y el hombre de la calle están todos en la misma balanza.

 

No nos salvamos solos

La mascarilla puede ser una primera defensa, pero el virus se cuela por todas partes por muy buenas que sean tus intenciones. No nos salvamos solos, sino juntos. Las imágenes que todavía están impresas en nuestros ojos han mostrado la generosidad de tantas personas que realmente han ofrecido sus vidas para ayudar a quien estaba necesitado.

Alguno ha sentido incluso el deber de llamarlos «héroes», tanto ya no se está acostumbrado a ver gestos de vida cotidiana donde el compromiso y la generosidad deberían ser habituales y compañeros de viaje de todos.

 

Lo que es tender la mano

La mano tendida nunca puede ser en sentido único. Quien la tiende debe estar seguro de que viene recibida por otra mano. La ayuda es recíproca. No haría falta distinguir siquiera quién es el primero en extender la mano. Todos tienen necesidades y todos reciben algo: quien tiende la mano debe poder contar con la solidaridad y quien ayuda debe ser consciente de su responsabilidad.

La debilidad y la fragilidad se presentan con diferentes rostros, pero en cada uno está impreso el rostro de Jesucristo que pide ser reconocido. No se puede volver la mirada hacia otro lado, sería una traición, sobre todo a nosotros mismos porque nos volvemos aún más débiles. Encerrados en nosotros mismos, se buscan las defensas que nadie puede garantizar porque éstas existen sólo en el reconocer la importancia del otro. La fragilidad personal se supera con la fuerza de la comunidad.

 

Entrar en todos nuestros hogares

Este año, por tanto, la Jornada Mundial de los Pobres entra más directamente en cada uno de nuestros hogares. La conciencia de la fragilidad experimentada durante los meses de confinamiento nos permite redescubrir las necesidades de quienes, a diario, viven a nuestro lado y llevan grabado en sus cuerpos de manera permanente lo que nosotros hemos vivido sólo durante unos pocos días. Es necesario no olvidar.

El mensaje del Papa Francisco ayuda mucho en este sentido porque pone de manifiesto la concreción de los gestos que enriquecieron la pobreza de esos momentos: «La mano tendida del médico que se preocupa por cada paciente tratando de encontrar el remedio adecuado. La mano tendida de la enfermera y del enfermero que, mucho más allá de sus horas de trabajo, permanecen para cuidar a los enfermos. La mano tendida del que trabaja en la administración y proporciona los medios para salvar el mayor número posible de vidas. La mano tendida del farmacéutico, quién está expuesto a tantas peticiones en un contacto arriesgado con la gente.

La mano tendida del sacerdote que bendice con el corazón desgarrado. La mano tendida del voluntario que socorre a los que viven en la calle y a los que, a pesar de tener un techo, no tienen comida. La mano tendida de hombres y mujeres que trabajan para proporcionar servicios esenciales y seguridad.

Y otras manos tendidas que podríamos describir hasta componer una letanía de buenas obras. Todas estas manos han desafiado el contagio y el miedo para dar apoyo y consuelo».

 

Manos tendidas, no en y para los bolsillos

Frente a este signo de gran humanidad y responsabilidad, el Papa Francisco contrapone, sin embargo, la imagen de quienes siguen teniendo «las manos en los bolsillos y no se dejan conmover por la pobreza, de la que a menudo son también cómplices».

La lista, afortunadamente más corta como para testimoniar que el bien es siempre mucho mayor que la codicia de unos pocos, describe también escenas de la vida cotidiana: «Hay manos tendidas para rozar rápidamente el teclado de una computadora y mover sumas de dinero de una parte del mundo a otra, decretando la riqueza de estrechas oligarquías y la miseria de multitudes o el fracaso de naciones enteras. Hay manos tendidas para acumular dinero con la venta de armas que otras manos, incluso de niños, usarán para sembrar muerte y pobreza. Hay manos tendidas que en las sombras intercambian dosis de muerte para enriquecerse y vivir en el lujo y el desenfreno efímero. Hay manos tendidas que por debajo intercambian favores ilegales por ganancias fáciles y corruptas. Y también hay manos tendidas que, en el puritanismo hipócrita, establecen leyes que ellos mismos no observan».

Palabras duras, pero lamentablemente verdaderas, que muestran cuánta falta de responsabilidad social sigue presente en el mundo de hoy con la consecuencia de bolsas extremas de pobreza que crecen de forma desproporcionada.

 

Tender las manos, santidad de la puerta de al lado

La «mano tendida» es una invitación a asumirse la responsabilidad de ofrecer la propia contribución. Esto se hace evidente en gestos de vida cotidiana capaces de aliviar el destino de aquellos que viven en dificultad y han perdido la dignidad de hijos de Dios.

El Papa Francisco no tiene miedo de identificar a estas personas como verdaderos santos, los «de la puerta de al lado» que, con sencillez, sin ruido ni publicidad, ofrecen el genuino testimonio del amor cristiano. La presencia masiva de tantos rostros de pobres requiere que los cristianos estén siempre en primera línea, y que sientan la necesidad de saber que les falta algo de esencial cuando un pobre se presenta ante ellos.

«No podemos sentirnos ‘bien’ cuando un miembro de la familia humana es dejado al margen y se convierte en una sombra», escribe el Papa Francisco en su mensaje. Es como si nos invitara a hacer nuestro el «corazón inquieto» de san Agustín. Permanecer inquietos hasta no haber encontrado a Dios impreso en el rostro de los pobres.

 

Impresionante imagen de lo que es tender las manos al necesitado

 

Manos tendidas en oración

La pobreza de la pandemia ha permitido redescubrir la necesidad de la oración. No es poco. Con toda probabilidad, esta necesidad es fruto de una doble emoción. Por un lado, el miedo que se apodera de nuestros días porque, como se ha mencionado, nos sentimos débiles y frágiles.

Por otro lado, saber que hay una fuerza que va más allá de nosotros mismos, que domina el mundo y lo mantiene en vida en su misericordia. Más allá de las emociones que a menudo son efímeras, debería preservarse con tenacidad la necesidad de la oración. Esta no solo da la posibilidad de levantar la mente y el corazón hacia Dios, sino que obliga a mirar el rostro de los hermanos. Se mira a Dios para pedirle que nos mire a nosotros y a los hermanos.

La oración es escuchar la voz de Dios que habla en el silencio y llega al corazón de cada persona que se presenta ante Él para darle alabanza y gloria por encima de todo. Sin embargo, precisamente en el escuchar de la relación con Dios, la oración se convierte en presentación de lo que el hombre necesita.

En este espacio se puede descubrir la cercanía de Dios que nunca nos deja solos. El tiempo de la oración se transforma en espera, esperanza y obediencia a su palabra. En definitiva, se comprende lo que es verdaderamente esencial, aquello por lo que realmente vale la alegría de vivir a pesar de la presencia de la prueba.

 

Pobres, oración, caridad, María

La Jornada Mundial de los Pobres no se detiene, por tanto, en un gesto esporádico de generosidad, sino que se hace una vez más intérprete para entrar con más fuerza en el interior de cada uno.

La solidaridad se extiende y se convierte en verdadera caridad porque está movida por la oración que sabe comprender las necesidades profundas del hermano que vive conmigo a la luz de la presencia de Dios. Y Francisco concluye su mensaje para la IV Jornada Mundial de los Pobres con este texto: «En este camino de encuentro cotidiano con los pobres, nos acompaña la Madre de Dios que, de modo particular, es la Madre de los pobres. Que la oración a la Madre de los pobres pueda reunir a sus hijos predilectos y a cuantos les sirven en el nombre de Cristo. Y que esta misma oración transforme la mano tendida en un abrazo de comunión y de renovada fraternidad».

 

Artículo publicado en 'Nueva Alcarria' el 13 de noviembre de 2020

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