Por Alfonso Olmos
(Director de la Oficina de Información)
Las palabras que los papas han ido pronunciando, tanto en momentos trascendentales de su pontificado como en el día a día de su ministerio, nos ayudan a todos a reorientar nuestro caminar creyente. El del papa Francisco, sin duda, es un magisterio muy recurrente. Sus palabras son escuchadas y repetidas por muchos, creyentes o no, con lo que eso conlleva de aceptación del mensaje y de propósito de ponerlo en práctica.
Las reflexiones diarias en sus homilías en la Casa Santa Marta son como el pan de cada día. Los gestos en sus apariciones públicas son tan expresivos como significativos y muestran la cercanía no solo del sucesor de Pedro, sino de la Iglesia que es madre que ama sin reproches y corrige con misericordia. Los textos publicados con ocasión de diversas conmemoraciones o celebraciones, son bocanada de aire fresco que siempre ayudan a vivir la fe.
En el mensaje dirigido con ocasión de la presente cuaresma, que ha titulado con unas palabras del capítulo 5 de la Carta de Santiago, Fortalezcan sus corazones, nos ofrece un interesante catálogo de actitudes a seguir para avanzar en este tiempo de conversión, en definitiva para crecer en el amor.
A Francisco le interesa interpelar a los cristianos sobre lo inútil de las posturas individualistas. Nosotros "interesamos a Dios", pero, ¿nos interesan a nosotros los otros hombres y mujeres que caminan a nuestro lado? Convertirse al amor nos debe llevar a decir "no a la indiferencia". La Iglesia debe ser puerta abierta a todos, por supuesto también las distintas parroquias y comunidades. El cristiano debe estar siempre dispuesto a servir, pero el papa nos dice que "solo se puede testimoniar lo que antes se ha experimentado. El cristiano es aquel que permite que Dios lo revista de su bondad y misericordia, que lo revista de Cristo, para llegar a ser como Él, siervo de Dios y de los hombres".
El mensaje de cuaresma es una invitación a la oración como una necesidad, que además nos vincula al resto de los hermanos y con ellos a Dios. Es además una interpelación que debe movernos a vivir la caridad, que requiere siempre un interés por el otro, sea quien sea y esté donde esté. Y es una llamada a la conversión, a superar la indiferencia, y a ser misericordioso en nuestras relaciones, con nuestras palabras y nuestros gestos.