«Navidad de Navidades, todo Navidad, siempre Navidad»

Al hilo de esta frase, tomada de un poema de Gerardo Diego, he aquí, todavía en la octava de la Navidad, las actitudes, símbolos, lugares y gestos de la Navidad

 

Por Jesús de las Heras Muela

(Periodista y sacerdote. Deán de la catedral de Sigüenza)

 

 

 

 

 

 

 

 

En las tres últimas semanas, esta página de Religión de NUEVA ALCARRIA ha preparado la Navidad mediante la carta apostólica del Papa Francisco «Admirabile signum» (AS), escrita hace un año, sobre el sentido y valor del pesebre o del Belén. Glosábamos, el pasado 11 de diciembre, el triple simbolismo e interpelación del Belén y su potencialidad evangelizadora. El viernes 18 de diciembre nos detuvimos en el entorno natural, paisajístico y urbanístico del pesebre de Belén y de sus figuras menores, que suelen acompañar a nuestros Belenes. En las vísperas de la Navidad, nos deteníamos en el misterio central del Belén: Jesús, María y José, corazón palpitante del Belén; y, además, añadía unos apuntes, también de la mano del Papa Francisco y de ideas y reflexiones propias, sobre los magos de Oriente.

Hoy, como un apéndice y supuesto que seguimos en el tiempo de litúrgico de Navidad y de Epifanía, ofrece dos decálogos: uno sobre las actitudes cristianas para  la Navidad; el segundo sobre los símbolos, lugares y gestos de este tiempo precioso de la Natividad de Nuestro Señor Jesucristo.

 

Actitudes cristianas de Navidad

1.- EL SILENCIO: Es tantas veces el lenguaje de Dios. Dios habla siempre en el silencio. «Mientras un silencio apacible lo envolvía todo, y en el preciso instante de la medianoche, tu omnipotente palabra, oh Señor, se lanzó desde los tronos del cielo», afirma el salmo 18.

Cuando en Greccio, como ya recordábamos, san Francisco de Asís se «inventó» el «Belén», hablaba del silencio de la Navidad. «¿Qué es la Navidad?», le preguntó el hermano León... Y Francisco le respondió, balbuceando: «Es Belén, es humildad, es paz, es intimidad, es gozo, es dulzura, es esperanza, es benignidad, es suavidad, es aurora, es bondad, es amor, es luz, es ternura, es amanecer... Es silencio». Y Dios vino esa noche.

2.-LA FE: La fe, a pesar de la debilidad de los signos de la salvación, nos descubrirá la grandeza, escondida en la pequeñez, la fortaleza, revestida de debilidad, de la Navidad.

3.-LA CONTEMPLACIÓN Y LA ESCUCHA DE LA PALABRA DE DIOS, que anunciaba el misterio y lo desvelaba, porque se han cumplido las promesas, porque la Palabra se ha hecho carne, ha hablado y habla para siempre en los gemidos, susurros y balbuceos inenarrables y hasta inaudibles de un recién nacido.

4.-LA TERNURA, que es amor, ante Jesús, hermano nuestro, niño que entre pajas yace, tan débil, tan necesitado como un bebé.  «El amor no es amado», exclama Francisco de Asís, por los valles y caminos de Rietti, mientras anunciaba la Navidad, cuando proclamaba que «esta noche vendrá Dios». La ternura y el amor de la Navidad llaman a la ternura y al amor de toda nuestra vida.

5.- LA ALEGRÍA, HUMILDE Y BULLICIOSA, porque la gracia y la salvación de Dios nos han visitado, porque Dios se ha hecho uno de nosotros y si Dios se hace hombre, ser hombre es lo más grande que se puede ser para Dios. La Navidad es la fiesta del hombre. Por eso, Navidad es alegría, la alegría verdadera, sin edulcorantes y sin burbujas, la alegría de saber y de sentir a Dios con nosotros y para siempre.

6.- LA INTENSIFICACIÓN DE LAS RELACIONES FRATERNALES, porque Jesús, el Hijo de Dios y el hijo de mujer, al nacer y al vivir en la carne, se ha hecho hermano de todos para siempre. Nada humano le es ajeno. Comparte en todo nuestra condición humana menos en el pecado. Es hermano entre los hermanos. Navidad es fraternidad. Navidad es solidaridad. Navidad es caridad.

7.- LA ALABANZA: «Gloria a Dios en el cielo y en la tierra, paz a los hombres de buena voluntad». Alabanza traducida en cánticos y villancicos, alabanza a su inmensa grandeza abajada a nuestras categorías, alabanza a su infinita misericordia.

8.- LA ADORACIÓN, donde mejor contemplar y descubrir, entender y discernir el misterio y su llamada. Adoración que es oración y plegaria.

9.- LA ACCIÓN DE GRACIAS, porque Dios ha venido a nuestro valle, porque se ha manifestado su poder y su gloria, porque la historia humana es historia de Dios, porque la gratitud es única respuesta posible a tanto amor derramado por nosotros.

10.- LA CONVERSIÓN: La Navidad es la buena y definitiva noticia de la felicidad y de la salvación que tanto anhelamos. No podemos reducirla o constreñirla a unos días. Lleva en sí misma inscrita vocación de futuro, de eternidad. Porque, como escribe San Pablo, «ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres, enseñándonos a renunciar a la vida sin religión y a los deseos mundanos, llevando ya desde ahora una vida sobria, honrada y religiosa, aguardando la dicha que esperamos: la aparición gloriosa del gran Dios y salvador nuestro Jesucristo».

 

Belén de la parroquia de San Pedro de Sigüenza, niño Jesús de marfil de la catedral y operación kilo para Cáritas

 

Símbolos, lugares y gestos de la Navidad

1.-El pesebre. Llamado también y más popularmente en España Belén. Es la escenificación del misterio del nacimiento de Jesucristo, que se pone en las iglesias, en los hogares y en otros lugares. El Belén en nuestros templos y en nuestras familias nos recuerda que Dios puso su tienda, su morada entre nosotros.

2.-El villancico. Arranca también de la devoción de San Francisco por el misterio de la Navidad y en su deseo de propagar los cánticos y cantos populares que suscitaba entre los fieles este misterio. La palabra villancico se define, en una de sus acepciones, como «canción popular, principalmente de asuntos religiosos que se canta en Navidad y otras festividades».

Son canciones del pueblo -como se deriva de su etimología- para expresar el gozo y la alabanza por la salvación en Dios hecho hombre. Son como evocaciones de aquella primera adoración de los pastores, canción de canciones, en definitiva, del pueblo humilde y sencillo, el primero en reconocer y adorar al Salvador.

3.-La Misa del Gallo. Es una de las cuatro Misas, de las cuatro Eucaristías, con que la Liturgia de la Iglesia honra el misterio de la Navidad y manifiesta su inagotable riqueza. Érase que se era, según narra una fábula, que fue un gallo el primero en presenciar el nacimiento de Jesucristo y de anunciarlo con su canto... Era el canto del gallo que anunciaba la aurora de los tiempos. La Misa del Gallo es, debe ser (este año la pandemia ha obligado a adelantar horarios), Misa de medianoche, cuando el silencio se rompió en la Palabra, cuando el pueblo que caminaba en tinieblas se vio envuelta en una luz grande y resplandeciente, cuando las estrellas palidecieron ante el alba de la luz tan esplendente.

4.- El árbol de Navidad. Sus orígenes se remontan a la noche de los tiempos, pretéritos períodos de la historia. El árbol expresa la fuerza fecundante de la naturaleza. Los rigores del otoño y del invierno no han podido con él, fuerte roble, árbol rey. Para suplir sus hojas caducas o heridas es preciso hacer pender objetos de adorno, cuajados de simbolismos: la luz, el obsequio, la sorpresa, el don de los dones, que es, en definitiva, el nacimiento de Dios en la carne. El árbol de Navidad habla de perennidad, de fecundidad, de inmortalidad, de fortaleza. Es imagen de Cristo luz del mundo, el árbol de la vida. En un árbol fue perdida la inocencia, en un árbol fue reparada y redimida la humanidad.

5.-Intercambio de dones, praxis quizás banalizada y exagerada en la actualidad, pero cuajada de simbolismo y de riqueza: Navidad es intercambio maravilloso. El hijo de Dios, al encarnarse, nos otorga participar de su divinidad. La encarnación es un misterio compartido. Nos dice la Liturgia de estos días: «¡Qué admirable intercambio! El Creador del género humano, tomando cuerpo y alma, nace de una virgen, y hecho hombre sin concurso de varón, nos da parte en su divinidad».

6.-La Palabra, el saludo, la felicitación navideñas, como aquel entrañable «felices pascuas», especial y cordialmente pronunciados en la noche y en el día de la Navidad y que quizás esté desapareciendo en nuestros ambientes, aun cuando Navidad es también Pascua: el paso del Señor y su entrada en nuestra historia. Navidad es la Palabra. Es el tiempo oportuno para el diálogo, para el encuentro, para la reconciliación, para la amistad, para el deseo de la felicidad y de la dicha, para la paz, dones todos ellos traídos en prenda en la Navidad por la Palabra de Dios hecha carne, revelada, manifestada, desvelada en y para el amor.

7.- La luz. Navidad es la explosión de la luz. Jesucristo encarnado, sin dejar de ser hombre, es «Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero». El pueblo que caminaba en tinieblas fue envuelto en la luz sin ocaso de la encarnación.

8.- El pan. Es la expresión básica del alimento. Es signo de Jesucristo, Pan de la vida. En Navidad adoramos el cuerpo de Jesús, que se nos dará después en la Eucaristía. Durante décadas existió la tradición que durante la adoración al Niño, en la Misa del Gallo, los fieles -particularmente, las mujeres- ofrecían y depositaban cestos llenos de pan bendecido, el Pan de la Navidad, que era llevado después a los pobres y a los enfermos.

9.- La acogida, la hospitalidad, el hogar, la familia. En algunos países de la Europa central existe la tradición de poner una vela encendida en la ventana abierta del hogar durante la noche de Navidad, como señal de acogida y de bienvenida. También en algunos de estos lugares, en Navidad se dejaba la puerta de la entrada de la casa sin cerrar.

Navidad es la gran acogida y la gran hospitalidad del Dios que, al hacerse hombre, al hacerse hogar y familia, nos abre las puertas de la divinidad, de la familia de Dios. Navidad fue la gran acogida y la gran hospitalidad de los pobres y de los pastores que cedieron su establo para que en él Dios pusiera su morada entre nosotros. Navidad fue la familia de Belén y de Nazaret. Navidad fue y es hogar. Y el hogar es el lugar de nuestra Navidad. Y es que Navidad es la fiesta de la familia. Es familia: Dios que se hace de nuestra familia, Dios que nace y vive en una familia, Dios que se prolonga en la familia de los hijos de Dios que es la Iglesia.

10.-La paz. Navidad es paz, el don de los dones del Señor que nace, del Dios que se encarna. «Porque un Niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado; lleva a su hombro el principado y es su nombre Maravilla de Consejero, Padre Perpetuo, Príncipe de la Paz. Para dilatar el principado con una paz sin límites... Para sostenerlo y consolidarlo con la justicia y el derecho desde ahora y por siempre».

¿Habrá algo que invite más a la paz, a la ternura y al amor que un niño recién nacido? La paz surge de la justicia y hace brotar el anticipo del cielo nuevo y de la tierra nueva, de la civilización del amor y de la paz a la que todos estamos llamados y que Jesucristo, con su nacimiento vino a instaurar. «¡Qué hermosos son, pues, sobre los montes -como nos dice, de nuevo, el profeta Isaías- los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la buena noticia de la paz!».

Navidad es noche, días, noches y días, de paz. ¡Señor, danos la paz! ¡Tú eres nuestra paz! La paz de un niño, tierno y débil, que entre pajas yace. La paz de un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre. ¡Señor, danos la paz! ¡Tú eres nuestra paz!

 

Artículo publicado en 'Nueva Alcarria' el 30 de diciembre de 2020

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