La oración, el examen de conciencia y la escucha de la Palabra de Dios, tres ejes y claves irrenunciables para vivir la Cuaresma, máxime en pandamia
Por Jesús de las Heras Muela
(Periodista y sacerdote. Deán de la catedral de Sigüenza)
“Mirarán al que traspasaron” (Zacarías 12,10; Juan 19, 37); “Mira al Crucificado” (santa Teresa de Jesús); “Observa bien el Crucifijo: sus brazos abiertos para abrazarte, sus pies clavados para esperarte, sus manos clavadas para que sea tú la mano de Cristo, su Corazón traspasado para que puedas entrar en él sin miedo de ser desechado” (Papa Francisco).
La Cuaresma es mirar al Crucificado y esperar y confiar en Él, que es también el Resucitado. Es fijar nuestra mirada, nuestro corazón y nuestra ante Él. Y aprender en su escuela santa: “¿Pero cómo, clavado, enseñas tanto?/ Debe ser que siempre estás abierto, / ¡Oh Cristo, Oh ciencia eterna, Oh libro santo!”, escribió el gran Lope de Vega.
Mesa con signos cuaresmales en San Pedro, Catedral de Sigüenza
Desde estos presupuestos y perspectiva, la página de Religión de NUEVA ALCARRIA ofrece hoy tres miradas cuaresmales y la próxima semana otras tres. Y es que, precisamente porque estamos en pandemia, la dimensión orante y contemplativa de la Cuaresma es más necesaria que nunca.
(1)Una mirada nueva desde la oración
La Cuaresma encuentra en la oración la más apropiada de sus atmósferas y de sus escuelas. La oración cuaresmal debe ser más frecuente y habitual. Su tonalidad propia es la humildad, la insistencia, la confianza. Es oración de súplica y de petición. La oración cristiana de la cuaresma debe intensificar sus dimensiones bíblica y litúrgica, de gran riqueza, variedad, matices y contenidos durante los cuarenta días de este tiempo. En este sentido, la oración litúrgica ha de ser más pausada, sencilla, cordial, humilde, pobre, seria y profunda.
Es saludable contemplar más a fondo el misterio pascual, por el que hemos recibido la misericordia de Dios. La experiencia de la misericordia, efectivamente, es posible solo en un «cara a cara» con el Señor crucificado y resucitado «que me amó y se entregó por mí» (Ga 2,20). Un diálogo de corazón a corazón, de amigo a amigo. Por eso la oración es tan importante en el tiempo cuaresmal. Más que un deber, nos muestra la necesidad de corresponder al amor de Dios, que siempre nos precede y nos sostiene. De hecho, el cristiano reza con la conciencia de ser amado sin merecerlo.
La oración puede asumir formas distintas, pero lo que verdaderamente cuenta a los ojos de Dios es que penetre dentro de nosotros, hasta llegar a tocar la dureza de nuestro corazón, para convertirlo cada vez más al Señor y a su voluntad.
“El diálogo que Dios quiere entablar con todo hombre, mediante el misterio pascual de su Hijo, no es como el que se atribuye a los atenienses, los cuales «no se ocupaban en otra cosa que en decir o en oír la última novedad» (Hechos de los Apóstoles 17,21). Este tipo de charlatanería, dictado por una curiosidad vacía y superficial, caracteriza la mundanidad de todos los tiempos, y en nuestros días puede insinuarse también en un uso engañoso de los medios de comunicación” (Papa Francisco).
(2) Una mirada de introspección y examen de conciencia
Esta mirada serena, exigente, continua y reconfortante es para el padre san Pío de Pietrelcina clave esencial en la Cuaresma y consiste en estar en alerta permanente, en prestar atención, en tener encendido un despertador permanente y conocer mi corazón, mis motivaciones y mis preocupaciones: ¿por qué hago las cosas?, ¿qué busco?, ¿qué intereses me mueven?, ¿busco de verdad la gloria de Dios y hacer su voluntad?, ¿priorizo y estoy atento para buscar el bien de los hermanos y hacerlo desinteresadamente?, ¿siempre me estoy buscando preferentemente a mí mismo, busco ser apreciado como prioridad?, ¿cuál es mi relación con el sufrimiento de los demás: indiferencia, interés verdadero y efectivo, intentar quitarme el “marrón” de encima, hallar excusas para el no compromiso o el compromiso mínimo?
Esta clave cuaresmal del Padre Pío significa, en definitiva, rectitud de intención y una actitud de desprendimiento, de entrega, de generosidad, de disponibilidad y de servicialidad desde el seguimiento lo más radical posible a Jesucristo: “Quién guarda su vida para sí mismo y para ganar el mundo, la perderá y quien pierde su vida por mí y el Evangelio, la ganará” (Mateo 10, 30 y varias citas más). Y ¿cómo es posible que si le hemos dado lo principal al Señor y a Él nos hayamos consagrado (todo cristiano por el bautismo es un consagrado, más aún si es sacerdote o consagrado) luego, a la hora de la verdad, juguemos a regatearle en las pequeñas renuncias de cada día, solo para que crezca, sin ton ni son –y menos aún ¡ya a estas alturas de nuestras vidas…!- nuestro ego?
(3) Una mirada acogedora de la Palabra de Dios
Una mirada más atenta, abierta y contemplativa a la Palabra de Dios es clave esencial e inexcusable de la Cuaresma. Escribió el Papa Francisco en su mensaje para la Cuaresma de 2020: “Cuanto más nos dejemos fascinar por su Palabra, más lograremos experimentar su misericordia gratuita hacia nosotros. No dejemos pasar en vano este tiempo de gracia, con la ilusión presuntuosa de que somos nosotros los que decidimos el tiempo y el modo de nuestra conversión a Él”.
Y a este respecto, bueno será que nos preguntemos qué es la Palabra de Dios para mí, en lo concreto de mí mismo. Podemos correr el riesgo de mascullar una ensalada diaria de salmos y textos de la Palabra de Dios, incluso sabernos de memoria algunos fragmentos de ella, pero la Palabra de Dios no acaba de hacerse vida en nosotros. Como escribiera san Jerónimo, “ignorar las escrituras es ignorar a Jesucristo”; y es, añado yo, ignorar la vida y la misión de la Iglesia y de los cristianos. Pero no se trata de un conocimiento teórico (que siempre es bueno), sino sobre todo de un conocimiento sapiencial, experimental, vital: que la Palabra se haga vida en mí, que me diga algo, que me deje interpelar por ella, que me ilumine y guíe de verdad.
Necesitamos el encuentro con la Palabra de Dios en el día y en la hora de cada día y de cada hora porque siempre la Palabra nos dice algo nuevo, nos interpela de manera distinta, nos ha de resonar de otra manera, nos ha de ayudar a responder y a entender mejor los signos concretos de cada tiempo y de cada momento. Basta con que sea una frase, una idea, una construcción, un tiempo verbal, un personaje, una sugerencia, una intuición que percibamos con ojos nuevos como una chispa de la gracia…
La Palabra de Dios es siempre un manantial de agua viva, fresca, purificadora, fecundadora y nueva. En ella, en la Palabra, es como si Dios, el Dios de los cristianos, estuviera mandándome y mandándonos un mensaje concreto y puntual, una ráfaga de luz, un suspiro de esperanza, un bálsamo consolador, un atisbo de certidumbre, una respuesta a completar después y a llevar a mi vida, un hálito de fuerza para el aquí y el ahora.
Lámpara para mis pasos, luz en mi camino, más dulce que la miel de un panal, brisa suave en horas de bochorno, descanso en medio de cansancio y la fatiga, elocuente susurro en medio del silencio, fuego y martillo que golpea la peña, agua que horada la piedra, lluvia que empapa la tierra, la fecunda y la hace germinar… Palabra viva y eficaz y más cortante que espada de doble filo, que penetra hasta la división entre alma y espíritu, articulaciones y médulas, y discierne pensamientos y sentimientos del corazón…
Manantial, sí, de agua siempre viva y nueva, que siempre me dice y nos dice algo nuevo y bueno, que siempre llega a mí con el esbozo de una respuesta, el motor de una buena acción y la misteriosa, consoladora y certera presencia de un Amigo, que me acoge, me alumbra, me ama y me quiere transformar para que me sepa dar más y mejor a los demás. Así debería ser nuestra relación con la Palabra de Dios.
Y propósito concreto para esta Cuaresma, os propongo que cojáis un cuaderno desde hoy y que al menos cada día, con su fecha y si ha habido alguna circunstancia especial la consignéis también, escribáis al menos una frase de la Palabra de Dios que os haya dicho algo nuevo, una ráfaga de luz, una brinza de consuelo y esperanza, en el aquí y ahora del cada día cotidiano y concreto de vuestra vida.
“La #Cuaresma es el tiempo adecuado para dejar espacio a la Palabra de Dios. Es tiempo de apagar la televisión y abrir la Biblia. Es el tiempo para desconectarnos del teléfono móvil y conectarnos al Evangelio”. (Papa Francisco, Twitter, 28-2-2020)
Artículo publicado en 'Nueva Alcarria' el 26 de febrero de 2021