Por Ángel Moreno
(de Buenafuente)
“Galileos, ¿qué hacéis ahí mirando al cielo?” (Act 1, 11).
Liberación de proyecciones naturales
En el lenguaje común, el cielo significa el firmamento. Y en un sentido religioso, la imagen del cielo se ubica en el lugar más alto, de ahí que a los montes se les tenga por lugares sagrados, porque desde nuestras concepciones antropológicas religiosas, concebimos como más cercano del cielo, más cerca de Dios aquello que está más alto.
El cielo es un estado de vida diferente
“Más que de un lugar, se trata de un ‘estado’ del alma” (Francisco, Audiencia 26-XI-2014). “¿Y qué es el cielo?” ‘¿Será un poco aburrido estar allí, toda la eternidad?’. No, el cielo no es eso. Nosotros caminamos hacia un encuentro: el encuentro definitivo con Jesús. El cielo es el encuentro con Jesús” (Francisco, Homilía, 27-IV- 2018).
La ciudad de los seres celestes
Los relatos evangélicos de Pascua son una demostración de la contemporaneidad del cielo con la tierra. Jesús se hace compañero de los dos de Emaús, aparece en las orillas del Lago de Galilea. En la noche pascual, canta el pregón: “¡Qué noche tan dichosa, en que se une la tierra con el cielo, el cielo con la tierra!”
El cielo, una necesidad de justicia
Quienes creemos en la otra vida, no podemos pasar por esta de manera insensible y ajenos a los sufrimientos y esperanzas de nuestros contemporáneos. La Santa doctora mística señala: “Pues pensar que hemos de entrar en el cielo y no entrar en nosotros, conociéndonos y considerando nuestra miseria y lo que debemos a Dios y pidiéndole muchas veces misericordia, es desatino. (M II, 1, 11).
La belleza, anticipo del cielo
Los artistas y contemplativos están sumergidos en el abrazo del amor infinito. El desierto es el mismo y los tiempos recios son iguales para todos. Es verdad la luz, no obstante la noche. Es verdad el abrazo, no obstante la herida. Para quienes creen todo está envuelto en gloria.
Profetas del cielo
“Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios” (Mt 5, 3.9). Los místicos y los monjes son los que nos anticipan y muestran la vida celeste con frutos de santidad.
Testigos de los valores del cielo
En la historia de la Iglesia, han existido personas ungidas por el Espíritu Santo, que han deseado vivido de manera anticipada a la manera de los seres celestes. Jesús, en una ocasión les dice a los fariseos, les dice: “Estáis en un error por no entender las Escrituras ni el poder de Dios. Pues en la resurrección, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, sino que serán como ángeles en el cielo” (Mt 22, 29-30).
La hora del cielo
“No olvidéis una cosa, queridos míos, que para el Señor un día es como mil años y mil años como un día” (2Pe 3, 8). Estamos hechos para lo eterno, para vivir sin nostalgia. Cabe vivir en Él, ya sin tiempo, y por la fe cabe vivir en anticipo lo que se espera.
Hoy estarás conmigo en el Paraíso
Gracias a la Redención, podemos vivir desde ahora con la certeza de que estamos destinados a compartir con Cristo el gozo de habitar en su Gloria. “Nosotros somos ciudadanos del cielo, de donde esperamos como Salvador al Señor Jesucristo, el cual transfigurará este miserable cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso como el suyo, en virtud del poder que tiene de someter a sí todas las cosas” (Flp 3, 20-21).