Vi a un viejo llorar

Por José Ramón Díaz-Torremocha

(Conferencias de San Vicente de Paúl en Guadalajara)

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Vi a un viejo llorar

 

Sucedió hace bastantes años, pero es difícil que lo aparte de mi pensamiento. Todo empezó con una distracción mía.

Estaba unas cuantas bancas detrás, pero me tenía hipnotizado el casi imperceptible temblor de sus hombros. ¡Aquel hombre estaba llorando!  Pensé que podría ser una equivocada percepción mía y no me atrevía a interrumpirle para preguntarle si necesitaba algo. Seguí intentando no distraer mi atención de la visita al Amigo. No lo conseguía. Una y otra vez, con cierta angustia, desviaba mi vista de Él para centrarme en él.

Finalmente, pensando que pudiera necesitar alguna cosa, me levanté y avancé hasta superar su banca, continuar algunos pasos más hacia adelante, para poder volverme y comprobar, viéndolo de frente, si realmente estaba llorando. Era así, lloraba.

No era de los habituales en aquel Templo, al menos a esas horas. Después supe que estaba allí por algo parecido a un ataque de desesperanza.

Intentando volver a mi asiento, en uno de esos golpes que los más simples solemos llamar casualidad, el viejo miró al frente y al encontrarse con mis ojos fijos en él, sostuvo la mirada. Aquel encuentro ocular, propició que venciera la timidez y al pasar por su lado, le preguntara si podía ayudarle. Bajó la cabeza y después de unos segundos en los que no sabía si le había molestado, dijo muy bajito: “no podrá hacer nada, pero………… si quiere escucharme, siéntese aquí, a mi lado”.

Me senté después de encomendarme a Aquel que nos estaba viendo a ambos. Aquel hombre necesitaba descargar el peso que llevaba encima. La siguiente hora, la utilizó para desgranar una historia dura en la que había faltado de todo para templar tanto sufrimiento. Tanta soledad. Tanto desvalimiento.

No le dije nada. No le aconsejé. No supe hacerlo ni él me lo pidió. Tuve la sensación de haberme encontrado con mi hermano. Nada más. También nada menos.

Al cabo de un rato, volvió la cabeza y me preguntó: “¿volveré a verle?”

Después de aquello y al ritmo que el nuevo amigo me marcaba, quedando en cada ocasión para la siguiente, pasaron muchas semanas e incluso varios meses de escucharle. No necesitaba otra cosa. Creo que tampoco la quería.

Un día no apareció a la cita. Durante varias semanas, mantuve la asistencia a las horas en las que nos habíamos encontrado siempre. No volví a verle.

Seguramente, alguno que pudiera llegar a conocer esta historia, quizás me preguntase si realmente serví a aquel amigo para algo. Si solucioné alguna cosa, algún grave asunto. No hubo nada de eso, al menos de manera perceptible para mí.

Sin embargo, puedo asegurar, que pocas veces en mi vida me he sentido tan servidor de los pobres, tan hijo de San Vicente, como en aquella ocasión en la que todo comenzó cuando vi a un viejo llorar.

Por María, siempre a Cristo por María.

 


 

 

I saw an old man cry

 

It happened many years ago, but it's hard for me to take it away from my mind. It all started with a distraction of mine.

He was a few pews behind me, but I was mesmerized by the almost imperceptible trembling of his shoulders. That man was crying!  I thought it might be a misperception of mine, and I didn't dare to interrupt him to ask if he needed anything. I kept trying not to distract my attention from the visit to the Friend. I couldn't make it. Again and again, somehow anguished, I diverted my sight from Him to focus on him.

Finally, thinking that he might need something, I got up and advanced to get over his pew and continue a few steps further forward, so I could turn around and check, seeing him face to face, if he was really crying. He was indeed crying.

He was not one of the regulars in that Temple, at least at that hour. I learned later that he was there due to something akin to a fit of despair.

Trying to get back to my seat, by one of those coincidences that the simplest of us usually call chance, the old man looked forward and when he met my eyes fixed on him, he held his gaze. That eye contact made it possible that I overcame my shyness and as I passed by him, I asked him if I could help him. He lowered his head and after a few seconds in which I didn't know if I had bothered him, he said very quietly: "You won't be able to do anything, but............ if you want to listen to me, please sit here next to me."

I sat down after commending myself to the One who was seeing both of us. That man needed to unload the weight he was carrying. He used the next hour to unravel a hard story which lacked anything to temper so much suffering. So much loneliness. So much helplessness.

I didn't say anything to him. I didn't advise him. I didn't know how to do it, and he didn’t even asked me to. I had the feeling of having met my brother. Nothing more and nothing less.

After a while, he turned his head and asked me, “Will I see you again?”

After that and at the pace set by my new friend, every occasion arranging to meet next time, many weeks and even several months passed listening to him. He didn't need anything else. I don't think he wanted it either.

One day he didn't show up for the appointment. For several weeks, I kept attending at the time in which we had always met. I never saw him again.

Surely, someone who could get to know this story might ask me if I was really useful to that friend in any sense, if I solved anything, some serious matter. There was none of that, at least perceptible to me.

However, I can assure that seldom in my life have I felt so much a servant of the poor, so much St. Vincent's son, as on that occasion when it all began when I saw an old man cry. 

Through Mary, always to Christ through Mary.

 

 

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