María, la madre que siempre permanece y guía

Reflexiones sobre el papel de la Virgen María en la vida cristiana, al hilo de los dos últimos Papas y del Concilio Vaticano II y más allá de su ciclo festivo y principales celebraciones

 

Por Jesús de las Heras Muela

(Periodista y sacerdote. Deán de la catedral de Sigüenza)

 

 

 

 

 

 

 

 

Aunque las principales citas del ciclo festivo y celebrativo en honor de la Virgen María haya ya pasada, mientras aguarda a la llegada del mes de octubre, el mes del Rosario, y a los cultos de preparación y fiesta, en diciembre, de la Inmaculada Concepción, María Santísima, la Madre de Jesús y la Madre de la Iglesia y de todos los hombres, continúa presente como una de las principales fuerzas y tesoros de la vida del cristiano y de la comunidad eclesial.

María es la madre que siempre permanece, guía, intercede y ama.  Y en este sentido, recuperamos hoy su figura mediante textos de los dos últimos Papas y del Concilio Vaticano II, que ofrecemos tras hacer un recorrido por los doce meses del año para comprobar cómo en todos ellos está muy presenta la Virgen María.

 

Todo el año celebra a María Santísima

Y es que todo tiempo, todo el año cristiano está salpicando de su presencia. Así, por recorrer los doce meses del año, en enero nos encontramos, ya su día primero, con la fiesta de Santa Madre de Dios. El 2 de febrero es la Virgen de las Candelas, festividad litúrgica de la Presentación del Niño Jesús en el templo y de la purificación de su santísima madre. El 25 de marzo es la Anunciación a María de la encarnación en sus purísimas entrañas.

En abril, al hilo de la Pascua de resurrección, emerge con fuerza la figura de María la virgen de la Alegría y de la Pascua. Mayo es el mes de las flores a María y son numerosas las advocaciones locales que celebran fiesta en este mes, al igual que en junio, en honor de Ella.

 En julio destaca la fiesta de la Virgen del Carmen (día 16). En agosto, el día 15 es la Asunción de María, amén de tantas y tantísimas celebraciones locales, bajo distintas y numerosas advocaciones. Lo mismo que acontece en septiembre, con cuatro grandes citas en el calendario de la Iglesia universal: día 8, Natividad de María; día 12, Dulce Nombre de María; día 15, Virgen de los Dolores; y día 24, Virgen de las Mercedes.

Octubre es el mes del Rosario de María Santísima y el día 12 es la fiesta de la Virgen del Pilar. El 21 de noviembre es la memoria litúrgica de la Presentación de la Virgen María (la Virgen Niña) en el templo. Y en diciembre, el día 8 es la Inmaculada Concepción y el 25, la Natividad de Nuestro Señor Jesucristo, su Hijo.

 

 

María en 10 pinceladas del Papa Francisco

1.- Bajo su guía maternal nos conduce a estar cada vez más unidos a su Hijo Jesús.

2.- María nos da la salud, es nuestra salud. María es madre y una madre se preocupa sobre todo por la salud de sus hijos, sabe cuidarla siempre con amor grande y tierno.

María es la mamá que nos dona la salud en el crecimiento, para afrontar y superar los problemas, en hacernos libres para las opciones definitivas; la mamá que nos enseña a ser fecundos, a estar abiertos a la vida y a ser cada vez más fecundos en el bien, en la alegría, en la esperanza, a no perder jamás la esperanza, a donar vida a los demás, vida física y espiritual.

3.- Es una mamá ayuda a los hijos a crecer y quiere que crezcan bien, por ello los educa a no ceder a la pereza -que también se deriva de un cierto bienestar – a no conformarse con una vida cómoda que se contenta sólo con tener algunas cosas. Es la mamá cuida a los hijos para que crezcan más y más, crezcan fuertes, capaces de asumir responsabilidades, de asumir compromisos en la vida, de tender hacia grandes ideales. La Virgen hace precisamente esto con nosotros, nos ayuda a crecer humanamente y en la fe, a ser fuertes y a no ceder a la tentación de ser hombres y cristianos de una manera superficial, sino a vivir con responsabilidad, a tender cada vez más hacia lo alto.

4.- Es una mamá además que piensa en la salud de sus hijos, educándolos también a afrontar las dificultades de la vida. No se educa, no se cuida la salud evitando los problemas, como si la vida fuera una autopista sin obstáculos. La mamá ayuda a los hijos a mirar con realismo los problemas de la vida y a no perderse en ellos, sino a afrontarlos con valentía, a no ser débiles, y saberlos superar, en un sano equilibrio que una madre "siente" entre las áreas de seguridad y las zonas de riesgo. Y esto una madre sabe hacerlo.

5.- Es una madre que lleva al hijo no siempre sobre el camino “seguro”, porque de esta manera no puede crecer. Pero tampoco solamente sobre el riesgo, porque es peligroso. Una madre sabe equilibrar estas cosas. Una vida sin retos no existe y un chico o una chica que no sepa afrontarlos poniéndose en juego ¡no tiene columna vertebral!

6.- María ha vivido muchos momentos no fáciles en su vida, desde el nacimiento de Jesús, cuando para ellos "no había lugar para ellos en el albergue" y hasta el Calvario. Y como una buena madre, está cerca de nosotros, para que nunca perdamos el valor ante las adversidades de la vida, ante nuestra debilidad, ante nuestros pecados: nos da fuerza, nos muestra el camino de su Hijo.

7.- Jesús en la cruz le dice a María, indicando a Juan: "¡Mujer, aquí tienes a tu hijo!" y a Juan: "Aquí tienes a tu madre”. En este discípulo todos estamos representados: el Señor nos confía en las manos llenas de amor y de ternura de la Madre, para que sintamos que nos sostiene al afrontar y vencer las dificultades de nuestro camino humano y cristiano.  A no tener miedo de las dificultades. A afrontarlas con la ayuda de la madre.

8.- Una buena mamá no sólo acompaña a los niños en el crecimiento, sin evitar los problemas, los desafíos de la vida, una buena mamá ayuda también a tomar las decisiones definitivas con libertad.

9.- María es maestra de la verdadera libertad. Donde reina la filosofía de lo provisorio, ¿qué significa libertad? Por cierto, no es hacer todo lo que uno quiere, dejarse dominar por las pasiones, pasar de una experiencia a otra sin discernimiento, seguir las modas del momento. Libertad no significa, por así decirlo, tirar por la ventana todo lo que no nos gusta. La libertad se nos dona ¡para que sepamos optar por las cosas buenas en la vida!

10.- Toda la existencia de María es un himno a la vida, un himno de amor a la vida: ha generado a Jesús en la carne y ha acompañado el nacimiento de la Iglesia en el Calvario y en el Cenáculo.

 

El Magníficat de María en 7 apuntes de Benedicto XVI

(1) Después de la Anunciación, cuando el Ángel desapareció de su presencia, María se encontró con un gran misterio en su seno; sabía que algo extraordinariamente único había ocurrido; se daba cuenta de que había comenzado el último capítulo de la historia de la salvación. Pero todo, junto a Ella, había permanecido como antes y, para el pueblo de Nazaret, todo lo que le había acontecido a Ella, lo desconocía completamente.

(2)  Antes de preocuparse de Ella misma, María piensa en la anciana Isabel, que ha sabido estaba encinta de manera avanzada, y, empujada por el misterio de amor que apenas había acogido en sí misma, se pone en camino a prisa para ir a ofrecer su ayuda. ¡He aquí la grandeza sencilla y sublime de María!

(3) Cuando llega a la casa de Isabel, ocurre un hecho que ningún pintor podrá jamás retratar con la belleza y la profundidad de lo ocurrido. La luz interior del Espíritu Santo envuelve a sus personas. E Isabel, iluminada de lo Alto, exclama: “¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, el niño saltó de alegría en mi vientre. ¡Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá!”.

(4) Las palabras de Isabel encienden en su espíritu un cántico de alabanza, que es una auténtica y profunda lectura teológica de la historia. Una lectura que nosotros debemos aprender continuamente de Ella, cuya fe está libre de sombras y es inquebrantable: “¡Proclama mi alma la grandeza del Señor!”.

(5) María reconoce la grandeza de Dios. Este es el primer e indispensable sentimiento de la fe, el sentimiento que da seguridad a la criatura humana y la libera del miedo, incluso en medio de los avatares de la historia.

(6) Su fe le ha hecho ver que los tronos de los poderosos de este mundo son todos provisionales, mientras el trono de Dios es la única roca que no cambia y no cae. Su Magníficat, a distancia de siglos y milenios, permanece como la más verdadera y profunda interpretación de la historia, mientras que las lecturas hechas por tantos sabios de este mundo han sido desmentidas por los hechos en el curso de los siglos».

(7) Volvamos a casa con el Magníficat el corazón. Llevemos con nosotros los mismos sentimientos de alabanza y de acción de gracias de María hacia el Señor, su fe y su esperanza. Su dócil abandono en las manos de la Providencia. En efecto, solamente acogiendo el amor de Dios y haciendo de nuestra existencia un servicio desinteresado y generoso al prójimo, podremos elevar con alegría un canto de alabanza al Señor.

 

María en el Concilio Vaticano II

El Concilio Vaticano II señaló y subrayó con las palabras siguientes los cuatro grandes rasgos de la verdadera devoción mariana: veneración, amor, oración e imitación.Venerar a María es reconocer y aplaudir su grandeza y los prodigios que Dios obró en ella. Es tributar culto a la “llena de gracia”, a la “bienaventurada de todas las generaciones”. Como exclamara su prima Isabel, en la Visitación, fiesta litúrgica que hoy celebramos, la visita y la presencia de María en nuestras vidas es siempre tiempo de gracia y de alabanza: “¿Quién soy yo para que me visite la Madre de mi Señor?… ¡Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá!”

Amar a María es amar a nuestra Madre, es amar al orgullo de raza, es amar a la Madre de Jesucristo, de quien nos viene la salvación. El culto a María Santísima requiere un amor efectivo y afectivo, tierno, filial, adulto y generoso. Y es que ¿hará falta decirle a un hijo que ame a su madre?

Invocar a María es acudir en ayuda de quien nos ama y nos socorre perpetuamente. “Acordaos, oh piadosísima Virgen María, que jamás se ha oído que ninguno de los que ha acudido a Vos, implorando vuestra asistencia ha sido desamparado de Vos”, exclamaba san Bernardo de Claraval. Y, por su parte, san Francisco de Asís, oraba “Santa María, valedme”. “Ora pro nobis”, “ruega por nosotros”, rezamos constantemente el pueblo fiel.

Imitar a María es la consecuencia lógica de todo lo anterior y la exigencia de nuestra condición de cristianos. Nos miramos en María. Su vida es un evangelio abierto. “¡Madre, que quien me mire, te vea!”

 

 

Artículo publicado en 'Nueva Alcarria' el 17 de septiembre de 2021

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