Por Juan Pablo Mañueco
(escritor y periodista)
(En la iglesia de San Ginés)
Dios te salve, María,
contraria a Eva, ave
de dulzura tan suave
que Dios mismo te alabe.
Llena eres de gracia,
del portal del cielo, llave.
Pues el Redentor lo sabe,
este verso a ti te alabe.
El Señor está contigo
y con nosotros tu nave,
sin pecado que la trabe
en que todo humano cabe.
Déjame que yo te alabe.
Bendita por siempre tú eres
entre todas las mujeres,
tu loor son los placeres
que das a quien los recabe.
Déjame que yo te alabe.
¡Y bendito sea el fruto
de tu vientre, al que pariste
e inmaculada seguiste,
Jesús, agnus que ofreciste.
Por ti nuestro Dios existe.
Santa María, máter Dei,
clemente, dulce y pía,
madre del más alto Rey
aboga por mí, María.
Te confío guarda y guía.
Ruega por todos nosotros
pecadores, que aún plañimos,
que a tu manto nos asimos,
que esta salve te decimos.
Te pedimos uno y otros.
Ahora y en hora de muerte,
que a vida eterna despierte
y del dolor nos liberte,
Donde nada se halle grave.
María, que Dios te salve
por ser siempre nuestra nave.
Amén.
Virgen en que el cielo cabe,
sé tú nuestra luz y bien,
puesto que portas la llave
de un lugar, siendo tan suave,
principio y final Edén.
Amén, amén.
Juan Pablo Mañueco