Por Alfonso Olmos
(Director de la Oficina de Información)
Temblorosos y expectantes, como cada año, nos acercamos a celebrar los misterios de la pasión muerte y resurrección de Jesucristo.
Temblorosos porque una vez más nos ponemos frente a frente con el sufrimiento del inocente, sabiéndonos culpables, sintiéndonos pobres y pequeños.
Expectantes porque, aunque sabemos cómo termina el relato, la novedad siempre nos interpela y, al ir avanzando el calendario existencial y recorriendo etapas de la vida, sentimos curiosidad por ver cómo seremos capaces de asumir la entrega de Cristo en nuestras propias vidas.
Vagamos, tantas veces, por la oscuridad, que la luz se nos antoja pasajera. Damos tantos pasos inciertos a lo largo de nuestra existencia, que tenemos miedo a que el tambaleo constante nos lleve a de nuevo a la caída.
Miremos a Cristo en estos días de Semana Santa. Él calmará nuestra sed y nos ayudará a reconducir nuestro vacilante caminar. Es tiempo de conversión, es tiempo de amar y sentirse amado. Es tiempo de recogimiento para realizar la introspección penitente de nuestro corazón. Es tiempo de pedir perdón y, con más temblor que temor, asumir nuestras culpas que esperan la misericordia entrañable de un Dios que envió a su Hijo al mundo, para salvarnos por medio de la cruz.