Por Alfonso Olmos
(Director de la Oficina de Información)
Es el grito de la Pascua, Aleluya. Es la expresión de la alegría, Aleluya. Es signo de sentirse liberado de la atadura del mal y de la muerte, Aleluya.
Ojalá el canto se repitiera en tantos lugares del mundo donde no es fácil sentir el triunfo de la vida. Quisiera que este Aleluya se pudiera cantar en Irak, o en los barrios marginales de las grandes ciudades. En Centroáfrica o en cualquier otro lugar donde reina la intolerancia.
Ojalá el canto lo pudieran elevar, liberados del dolor y de la rabia, los familiares de las personas que son víctimas de la violencia o de la guerra, de la barbarie terrorista o de la sinrazón de un hombre que por pasar a la historia es capad de suicidarse acabando con la vida de muchos inocentes, víctimas al fin y al cabo de su locura.
Ojalá vivieran alegres y felices los niños del mundo entero, aquellos que pasan hambre, los que son explotados y los vejados de cualquier forma.
Ojalá cantaran Aleluya las mujeres liberadas de la trampa de sus proxenetas y los hombres redimidos del desafuero de su soberbia y de su orgullo, impedimento a la igualdad.
Ojalá cantaran fuerte Aleluya, porque realmente se sintieran felices, los ancianos abandonados y solos, o tantas personas que piensan que no son importantes para nadie, desanimados y deprimidos de nuestra sociedad.
Ojalá este Aleluya fuera entonado por toda la humanidad, haciendo un solo coro, sin límites ni fronteras, ni territoriales, ni espirituales.
Es Pascua. La vida vence. Cantemos Aleluya.