Por Rafael Amo
(Director de la Cátedra de Bioética de la Universidad Pontificia Comillas | Delegación de Ecumenismo de la Diócesis)
Hemos visto su estrella y venimos a adorarlo (Cfr. Mt. 2, 2)
Como es habitual, del 18 al 25 de enero se celebra la Semana de Oración por la Unidad de los cristianos. Este año, el lema y los materiales han sido preparados por el Consejo de Iglesias de Próximo Oriente, con sede en Beirut (Líbano). Ellos han sido los encargados de la tarea de escoger el tema de la Semana de Oración de 2022 y preparar los materiales. Eligieron el tema: «Nosotros hemos visto aparecer su estrella en el Oriente y venimos a adorarlo» (Mt 2, 2). Más que nunca, en estos tiempos difíciles, necesitamos una luz que brille en las tinieblas, y esa luz que proclaman los cristianos se ha manifestado ya en Jesucristo.
En esta región del mundo donde los derechos humanos son habitualmente pisoteados por intereses políticos y económicos injustos, afectada por la actual crisis sanitaria internacional sin precedentes y que sufre por las pérdidas materiales y humanas a consecuencia de la grave explosión que devastó Beirut el 4 de agosto de 2020, se percibe, más que nunca, la necesidad de la luz de Cristo.
Como sabéis en las Iglesias orientales se da gran importancia a la fiesta de la epifanía que celebra la revelación de la salvación de Dios a todas las naciones en Belén y en el Jordán. Este énfasis en la teofanía (la manifestación) es, en cierta forma, uno de los tesoros que los cristianos de Próximo Oriente pueden ofrecer a sus hermanos y hermanas de todo el mundo.
Este año se quiere poner el acento en el alcance universal del anuncio de la salvación en Cristo y, por tanto, en el carácter misionero de un ecumenismo para que no pierda de vista el fin último de la evangelización: la congregación en una sola Iglesia de los pueblos y las naciones, meta a la que tiende la acción misionera de la Iglesia en el mundo, cuyo culmen es la celebración de la eucaristía.
Pero ¿qué significa esto en la práctica? Servir al Evangelio hoy exige el compromiso de defender la dignidad humana, especialmente en los más pobres, los más débiles y los marginados. Exige por parte de las Iglesias transparencia y responsabilidad en sus relaciones mutuas y en su relación con el mundo. Significa que las Iglesias deben cooperar para proporcionar alivio a los afligidos, para acoger a los desplazados, para confortar a los abatidos y para construir una sociedad justa y honesta. Se trata de una llamada a que las Iglesias trabajen juntas, de manera que los jóvenes puedan construir un futuro conforme al corazón de Dios, en el que todos los seres humanos puedan experimentar la vida, la paz, la justicia y el amor. El nuevo camino entre las Iglesias es el camino de la unidad visible que buscamos con abnegación, valentía y audacia, hasta el día en que «Dios sea soberano de todo» (1 Co 15, 28).
Nuestra iglesia diocesana, inmersa en un particular camino sinodal, acostumbrada a escuchar al Espíritu Santo y no las opiniones e ideas de sus miembros, puede contribuir al movimiento ecuménico rezando esta semana por todas las Iglesias que anhelan el don de la Unidad.