Por Ángel Moreno
(de Buenafuente)
Ya fue la sementera en tierra labrada.
El campo recibió la semilla,
el hielo arrecia, y la sequía.
El labrador espera paciente el tempero,
a que se abra el cielo en lluvia temprana,
Y acuda providente la tardía.
Los terrenos verdean la semilla
esparcida, y la paciencia ayuda
a confiar en el proceso de la naturaleza.
La Palabra penetra las entrañas,
y exige el tiempo sin medida,
a que brote por su fuerza la obediencia.
El campesino mientras duerme,
su ofrenda germina generosa,
superado el hielo y el invierno.
Nada se pierde en el corazón creyente.
Sin saber cómo, la escucha atenta
produce fecundas resonancias.
Y al igual que la simiente,
hecha espiga sazonada,
granada y madura, alegra al sembrador.
El fruto de la Palabra remece
el corazón de paz y de alegría,
y confirma que no fue inútil la esperanza.
Si el frío entumece el ánimo,
si el desierto deja sentir su vértigo,
y si todo parece yermo, sin efectos.
Solo conviene la espera y la plegaria.
Un día, sin previo aviso, luminosa
brotará la flor en primavera.