Por Alfonso Olmos
(director de la Oficina de Información)
Nerón, Domiciano, Trajano, Marco Aurelio, Septimio Severo, Maximiano, Decio, Valeriano, Aureliano y Diocleciano. Estos son los nombres de los diez emperadores romanos que decretaron las más cruentas persecuciones de los primeros siglos del cristianismo.
Son innumerables las barbaridades perpetradas entonces contra los que mantenían su fe en Jesús de Nazaret: incendios de propiedades y templos, acoso físico y moral, torturas diversas y, para muchos, la muerte. Son muchos también los mártires de esos primeros siglos los que ahora la Iglesia, con el pueblo creyente a la cabeza, celebran como intercesores.
Fabián, Sebastián, Inés, Vicente, Lucía, Engracia, Emerenciana, Justo y Pastor, Blas o Águeda, son los nombres de algunos de estos mártires de los primeros siglos que molestaban a los que manejaban los hilos del gobierno del Imperio Romano. Fueron papas, obispos, sacerdotes y diáconos, ricos y pobres, niños y ancianos. Hombres y mujeres de todo tipo y condición.
Es triste, pero hoy sigue habiendo nombres propios de perseguidores y perseguidos. Nadie es perfecto, tampoco los cristianos. La Iglesia es pecadora, porque la formamos hombres y mujeres imperfectos y, en ocasiones, miserables. A cualquier sociedad humana le puede suceder lo mismo. Hay ideologías perversas que, tantas veces, movidas por un odio feroz, trabajan de forma incansable por someter e imponerse a la Iglesia de Jesucristo. Pero como advierte Jesús a Pedro cuando le encomienda la guía de esta Iglesia: “el poder del infierno no la derrotará”.
No obstante, conviene tener claros cuáles son los nombres de los nuevos perseguidores y sus ideologías, sobre todo al ejercer el noble oficio de la elección de los que representan al pueblo en las instituciones, no vaya a ser que no gobiernes para todos y descarguen su furia sobre los que pueden representar un grave problema para sus intereses ideológicos y partidistas.