Por Alfonso Olmos
(director de la Oficina de Información)
Estamos viviendo momentos confusos en el planteamiento social, político, económico y hasta religioso en Europa y el mundo occidental. Todo lo vivimos en este momento de la historia a tiempo real, por eso todo nos afecta más.
Cuando nos llegan las noticias de esta locura de guerra que Putin, que será recordado como un comunista frío, bárbaro y calculador, ha iniciado contra la sociedad occidental y, especialmente, contra sus vecinos más próximos de Ucrania, como nos llegan en tiempo real, es como si nosotros mismos estuviéramos en la batalla.
Una vez más la ideología del mandatario ruso siembra el terror y riega de sangre la tierra de Europa. Una vez más la perversión de algunos, con el apoyo ideológico y logístico de otros, va a dejar miles de muertos, también civiles, y eso es una inmoralidad y un delirio.
Putin se ampara en el criterio de unidad y hasta en la religión para defender su afán expansivo y opresor, que no sabemos todavía hasta dónde alcanza. Son muchos los pueblos y naciones del entorno históricamente soviético que tienen que temer las pretensiones invasoras de Rusia.
La religión no puede ser nunca un motivo para alentar la guerra ni una excusa para perpetrarla. Por eso los líderes católicos y ortodoxos en Europa han apelado al patriarca ortodoxo ruso Kirill de Moscú, instándolo a convencer al presidente ruso, Vladimir Putin, de que ponga fin al derramamiento de sangre en Ucrania. Aunque ha rezado por la seguridad de los civiles y el rápido fin de los combates, el patriarca Kirill ha sido criticado por su estrecha relación con Putin y su falta de apoyo a la independencia y la integridad territorial de Ucrania.
Mientras tanto, en todo el mundo siguen multiplicándose iniciativas para solidarizarse con el pueblo ucraniano y pedir la paz. Una paz que todos tenemos que buscar y generar: paz en el corazón, paz en nuestras relaciones interpersonales, paz en los hogares paz social y paz en el mundo.