Cuatro de ellos, españoles: san Isidro labrador, san Ignacio de Loyola, san Francisco Javier y santa Teresa de Jesús; y el quinto, italiano, san Felipe Neri
Por Jesús de las Heras Muela
(Periodista y sacerdote. Deán de la catedral de Sigüenza)
El 22 de enero de 1588 el Papa Sixto V creó, mediante la constitución apostólica “Inmensa aeterni”, la Sagrada Congregación para los Ritos con el doble objetivo de regular el culto divino y tratar las causas de los santos. A partir de entonces, empieza a homologarse los procesos de canonización y de beatificación, que se sistematizan y regularizan, de una manera ya más común, estable y definitiva con el Papa Urbano VIII, mediante sendos documentos al respecto de los años 1634 y 1642.
Entre ambos pontificados y en medio de las fechas citadas, el 12 de marzo de 1622, en Roma, tuvo lugar una de las celebraciones de canonización más significativas e importantes de la historia: san Isidro ladrador, san Ignacio de Loyola, san Francisco Javier, santa Teresa de Jesús y san Felipe Neri, de quienes ofrecemos, tras una breve introducción y contextualización historia, sus semblanzas biográficas.
El papa era Gregorio XV (1554-1623), quien rigió la Iglesia universal durante dos años (1621-1623). El contexto histórico es la reforma católica o contrarreforma, mediante la cual la Iglesia católica quiso responder a los efectos del protestantismo (la llamada reforma luterana o protestante). Una de las claves de la reforma católica o contrarreforma era potenciar el valor de la santidad y del ejemplo e intercesión de los santos.
De hecho, de las cinco canonizaciones del 12 de marzo de 1622, cuatro fueron de otros y bien significativas y relevantes cristianos que habían abanderado la reforma católica y sus principios y valores (el único que no vivió en el siglo XVI fue san Isidro). Resulta muy significativo que cuatro de ellos sean españoles. Y es que fue precisamente España el adalid fundamental de la causa de la reforma católica, que produjo también extraordinarios frutos de santidad en otros países como Francia e Italia, entre otros.
San Isidro labrador (1082-1172)
Nacido en Madrid hacia el año 1082 y cuando esta ciudad era todavía territorio de la ocupación musulmana, según el poeta Lope de Vega, los padres de Isidro de Merlo y Quintana se llamaban Pedro e Inés, y su vida inicial fue en el arrabal de San Andrés de la villa de Madrid. San Isidro nace de una familia de colonos mozárabes que se encargó de repoblar los terrenos ganados por el rey Alfonso VI. Es posible que procediera de una familia humilde de agricultores que trabajan en campos arrendados, propiedad de Juan de Vargas.
A causa de las invasiones árabes de Madrid, Isidro pasó parte de su juventud en Torrelaguna (Madrid), donde conoció y casó con María Toribia (santa María de la Cabeza), natural de Caraquiz, en Uceda (Guadalajara). El matrimonio tuvo un hijo, Illán, también santo.
Una vez regresó a Madrid, de nuevo a su barrio natal del arrabal de San Andrés, continuó trabajando como agricultor y como labrador, dedicado al cuidado de su familia, al ejercicio de la piedad cristiana y a las obras de caridad.
Tras una piadosa, laboriosa y hasta milagrosa larga vida, san Isidro falleció en el año 1172, su cadáver se enterró en el cementerio de la Iglesia de San Andrés dentro del arrabal donde había vivido. Su cuerpo permanece incorrupto y se encuentra actualmente en la Real Colegiata de San Isidro, en la calle Toledo, la primera catedral de la diócesis de Madrid.
San Ignacio de Loyola (1491-1556)
El 31 de julio es la fiesta de san Ignacio de Loyola. Allí, en el castillo de Loyola, en la localidad guipuzcoana de Azpeitia, nació Íñigo López de Loyola, conocido después y para la eternidad como Ignacio de Loyola.
Nació a la vida terrena el 4 de junio de 1491 y su “dies natalis”, su muerte, aconteció en Roma el 31 de julio de 1556. Una veintena larga de años antes, el 15 de agosto de 1534, en París, había fundado en París una Compañía bien formada y bien dispuesta para “la mayor gloria de Dios”, “para abrir caminos al Evangelio” y para “en todo amar y servir”. El Papa Paulo III, en Roma, en 1540, aprobó definitivamente esta Compañía, la Compañía de Jesús.
Con voluntad inicial de peregrinar, servir y evangelizar en Tierra Santa, la imposibilidad de regresar a Tierra Santo, acompañado por los seis primeros jesuitas y la providencia de Dios, hizo que Ignacio descubriera que la Iglesia universal, el mundo entero, era la nueva y definitiva Jerusalén.
De caballero (celebramos también ahora el quinto centenario del comienzo de proceso de conversión, tras ser herido en una batalla en Pamplona, el 20 de mayo de 1521) a peregrino (con etapas en Manresa, Montserrat, Barcelona y Tierra Santa) y de peregrino a apóstol, el fundador de los Jesuitas e inspirador de tantas otras congregaciones religiosas es también el “padre” de los ejercicios espirituales y del ideal de ser contemplativos en la acción para servir solo al Señor y a su esposa la Iglesia bajo el estandarte de la cruz.
San Ignacio de Loyola -uno de los mayores timbres de gloria de la Iglesia- fue ordenado sacerdote en Venencia el 24 de junio de 1536.
San Ignacio de Loyola, de Rubens
San Francisco Javier (1506-1552)
Al alba del 3 de diciembre de 1552 fallecía en la isla de Sanción, frente a las costas de China continental, Francisco de Jasso y de Azpilicueta (más conocido por Francisco Javier o Francisco de Javier, en relación al lugar de su nacimiento), el apasionado por Jesucristo, el plusmarquista de Dios, el divino impaciente, el misionero encarnado desde el más acá en el más allá y más lejos, el aventurero del Evangelio. el patrono universal de las misiones.
Nacido en el castillo navarro de Javier el 7 de abril de 1506, anhelaba fama, gloria y poder hasta que se encontró en París con Ignacio de Loyola y descubrió que solo se gana la vida “perdiéndola” por el amor y el servicio a los demás en el nombre del Señor. Porque “¿de qué le sirve al hombre ganar su vida si pierde su alma?
Fue ordenado sacerdote en Venecia en 1536. Y pronto el mundo –siempre “más allá, más lejos”- se le hizo pequeño. Olvidado de sí mismo e inflamado en el amor a Cristo y en el paulino “¡ay de mí si no evangelizare!”, recorrió mares y caminos predicando la Palabra de Dios. Y cuando estaba a punto de llegar al gran y enigmático imperio chino, murió en una pequeña isla mientras el Cristo de su castillo de Javier sangraba de amor. También su vida había sido Cristo y el anuncio ardiente de su Reino.
"Madre de Dios, ten misericordia de mí... Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí" fueron sus últimas palabras. Concluía así la vida de quien había recorrido 120.000 kilómetros, como tres veces la tierra entera, para predicar y servir el Evangelio.
San Francisco Javier, de Murillo
Santa Teresa de Jesús (1515-1582)
El 28 de marzo de 1515 nació en Ávila Teresa Sánchez de Cepeda Dávila y Ahumada. A los 18 años entró en el Carmelo, pero hasta los 39 años no comenzaría la etapa definitiva de su vida: el miércoles de ceniza de 1554, se produce la conversión ante la imagen de un Cristo muy llagado. Es entonces cuando funda el convento carmelitano de San José de Ávila y cuando inicia su obra reformadora comienza a escribir obras capitales de la historia de la espiritualidad (El libro de la vida, Camino de perfección, Castillo interior, Las moradas) y que en 1970 la llevarían a ser declarada doctora de la Iglesia.
Emprende la reforma del Carmelo, al compás de la reforma católica del siglo XVI, y funda conventos –hasta quince– ya del Carmelo Descalzo, en distintas localidades como Medina del Campo, Valladolid, Toledo, Pastrana, Salamanca, Alba de Tormes, Malagón, Burgos, Segovia, Beas de Segura y llega hasta Sevilla.
Maestra de vida y oración, fémina inquieta y andariega, reformadora, ascética y mística, fuerte y sensible, apasionada por Jesucristo y fiel hija de la Iglesia, Santa Teresa de Jesús falleció en Alba de Tormes en 1582. Su fiesta es el 15 de octubre.
Con san Juan de la Cruz, quien le acompañó y secundó en la reforma del Carmelo masculino se la considera la cumbre de la mística experimental cristiana y una de las grandes maestras de la vida espiritual. La espiritualidad teresiana ha dado fruto de santidad tan notables como santa Teresita de Lisieux, santa Isabel de la Trinidad, santa Edith Stein y santa Teresa de los Andes.
Santa Teresa de Jesús, de fray Juan de la Miseria
San Felipe Neri (1515-1595)
Nacido en Florencia el 21 de julio de 1515, pronto quedó huérfano de madre. En la abadía benedictina de Montecasino, descubrió su vocación a la educación y a la caridad. En 1533, decidió marchar a Roma, donde comenzó a educar como tutor a los hijos de un aduanero florentino, mientras él completaba sus estudios.
Consciente de la situación de descristianización y también de desigualdad y de pobreza existente en Roma, siendo aún laico, comenzó a predicar en las plazas y a visitar y socorrer a enfermos. Fue llamado ya entonces el apóstol de Roma y el santo de la caridad y de la alegría.
Conoció y entabló amistad con Ignacio de Loyola e incluso pensó hacer jesuita e ir como misionero a Asía. Finalmente desistió, y continuó con la labor iniciada en Roma, constituyendo el núcleo matriz de la Hermandad del Pequeño Oratorio, que en 1577 fue aprobada como Congregación del Oratorio, un instituto de vida consagrada y apostólica.
El 23 de julio de 1551 fue ordenado sacerdote y en su ministerio promovió la vida común y en pobreza y caridad con otros sacerdotes y a la atención a los niños y adolescentes de la calle.
Dotado de grandes cualidades para la poesía y la música y de una personalidad muy alegre y carismática, puso estos dones al servicio de su misión evangelizadora. Junto con el ejercicio constante de la caridad, fomentó la adoración eucarística continuada durante 40 horas, las peregrinaciones a las siete principales iglesias de Roma y la piedad mariana. Renunció al cardenalato. Falleció en Roma el 26 de mayo de 1595.
San Felipe Neri, de Guido Reni
Artículo publicado en 'Nueva Alcarria' el 11 de marzo de 2022.