Por Ángel Moreno
(de Buenafuente)
Resuena la bóveda del universo
la sentencia más esperanzadora:
“Dios hizo todo muy bueno”.
Belleza, armonía, bondad se abrazan.
El cielo sigue luciendo sus estrellas.
El ciclo de la luna platea la tierra.
Sale el sol cada día, sin ofrenda humana,
Y los campos reverdecen tras la lluvia tardía.
Son verdad los dolores de parto,
los sonidos de la guerra, la barbarie.
El hombre rompe el paraíso.
Pero Dios sigue alentando la brisa en el jardín.
Se dio la rebeldía en el Edén.
El hermano alzó su mano contra Abel.
Todo se volvió áspero, yermo, vacío,
soledad errante, sudor y fatiga.
Mas el cosmos sigue envuelto en la luz.
La violeta nace humilde entre las piedras.
La fuente alegra el prado de blancas margaritas.
Y los corzos retozan por los sembrados.
Es urgente mirar con ojos nuevos,
el don divino de la tierra redimida,
y cantar aunque entre ruinas la esperanza,
entonar la salmodia sin nostalgia.
Se oye el arpa entre los escombros.
El poeta inspirado, en su delirio
compone un verso al viento.
Y el arpegio se extiende en ondas musicales.
No hay bomba que arrase en el corazón
el sentimiento humano, la mano solidaria,
el gesto anónimo, la oración discreta,
la artesana forma de vida cotidiana.
La bondad está inserta en la materia.
El artista esculpe en un bloque de mármol
la expresión sublime del abrazo.
Y la sonrisa vuela en el rostro de un niño.
¡Es verdad la bondad del universo!
¡Verdad la poesía, los arpegios!
¡Verdad el cincel en catacumba!
Mientras se espera a quien lo hizo todo de la nada.