Por Ángel Moreno
(de Buenafuente)
Si reverdece el campo
y se doran los sembrados.
Si florece el tomillo
y el cantueso vuelve malva los ribazos.
Si en la estepa corre la brisa,
al tiempo que arrecia el sol de plano.
Si el cielo luce el manto azul,
que bordan las nubes de blancos rosetones.
¿Estaré en presencia del Espíritu Santo?
Si la calma se extiende por el bosque,
y las encinas lucen sus retoños.
Si vuela la mariposa confiada
y se mecen las copas de los árboles.
¿Estaré en la presencia del Dador de toda bondad,
de toda belleza y armonía?
Y reconozco que hoy son mis ojos atentos
los que perciben una realidad permanente,
más allá de que contemple o ignore
la presencia viva del universo.
No es novedad el brillo de las hojas,
ni el éxtasis del ser al mediodía.
No es casual estar bajo la encina en hora recia
y recordar el paso anónimo de Dios por nuestra puerta.
Solo la actitud consciente
siente lo invisible en la materia,
la virtud en lo que existe,
el amor en las entrañas.
Y se atreve el pelirrojo a saltar entre las ramas
y a entonar el himno del universo.
¡Es verdad la luz, verdad el bien,
la acción discreta y artesana
del que hace todo bueno, aunque no se sepa.
Nadie sabrá de mi embeleso,
de la caricia cálida del viento,
de la luz radiante,
del silencio receptivo en la presencia.
Pero es cierto el abrazo,
El Tú que remece el universo,
El testigo permanente del aroma,
del suelo alfombrado de hermosura.