Por Alfonso Olmos
(director de la Oficina de Información)
Ya estamos en plena temporada de comuniones en las parroquias. Ya ha llegado la locura primaveral del “postureo”, como se dice actualmente en los programas del corazón, a una determinada forma de actuar en los acontecimientos sociales. Las primeras comuniones se han convertido en "mini bodas" donde se celebra a lo grande algo que, muchas veces, ni los niños llegan a comprender del todo, no digamos ya los padres y muchos otros familiares. No les echo la culpa solo a ellos, quizá nuestras catequesis también adolezcan de la profundidad necesaria y del rigor requerido en la formación de los niños.
La devoción de antaño, que ahora sirve para la mofa descarada de muchos monologuistas, se ha tornado en pasarela. Hay selección natural y se ve a la legua quién volverá el domingo a la celebración de la eucaristía, haciendo así al menos la segunda comunión, y quién no volverá ya a pisar por la parroquia.
No obstante Jesús se da a todos, a los que lo reciben conscientemente y con amor, y a los que solo sacan la lengua para que un fotógrafo inmortalice ese momento, dejando así el recuerdo más imborrable de ese día, para unos espiritual y para otros mágico.
Y como parece que la celebración de la primera comunión hace a los niños ya adultos, pues se les hacen regalos de adultos: reloj de diseño, móvil, televisión para la habitación, iPad, iPod, y muchos otros aparatos electrónicos de última generación, y en el mejor de los casos hasta una Biblia ilustrada...
Vivamos lo mejor posible este día tan grande para los niños, sus familias y las parroquias. Que, como dice San Pablo en su Carta a los Romanos, nada ni nadie nos pueda apartar del amor de Cristo. Que entre todos hagamos que las primeras comuniones vuelvan a ser fiestas religiosas, para que los niños que se acercan por primera vez a recibir al Señor, vivan siempre muy unidos a Él.