Seis añadidas razones para visitar la catedral de Sigüenza

Tras ATEMPORA, recorrido a seis obras de arte de la catedral, bien restauradas o bien revalorizadas para esta magnífica exposición, clausurada el 11 de diciembre

 

Por Jesús de las Heras Muela

(Periodista y sacerdote. Deán de la catedral de Sigüenza)

 

 

 

 

 

 

 

 

Las seis obras artísticas que a continuación se relacionan no forman parte de las obras más conocidas de la catedral de Sigüenza, pero su significado y su belleza recuperados constituyen nuevas razones para visitar este templo.

 

(1) Sepulcro del obispo Bernardo de Agén.- Al comienzo de la girola, en el noreste de la catedral, se halla el sepulcro del obispo reconquistador de la ciudad y restaurador del Obispado, el monje cluniacense Bernardo de Agén, obra muy posterior a su muerte, como luego se dirá.

De origen aquitano, en la actual Francia, entonces territorio de la Corona de Aragón, fue el obispo de la restauración diocesana en el siglo XII. Fue a partir de 1124, en que, tras la reconquista de la ciudad, datada el 22 de enero de aquel año, en la fiesta litúrgica de San Vicente (por ello, el mártir y diácono del alba del cristianismo es uno de patronos de Sigüenza) comenzó su ministerio episcopal en ella y en la diócesis. Falleció en 1152. Fue enterrado en esta catedral, cuya construcción él inició.

Bajo su estatua yacente, en la girola, entre la sacristía menor y la sacristía de las cabezas, vemos una larga inscripción que comienza con estas palabras: «Aquí yace don Bernardo, natural de la ciudad de Aquino, del Reino de Francia, capiscol de Toledo, y después que España se restauró de los moros, cuando el Rey don Rodrigo la perdió, fue el primer obispo de Sigüenza».

El sepulcro, «uno de los monumentos más venerables de la catedral», en palabras del historiador Manuel Pérez Villamil, fue ejecutado, en estilo gótico tardío por Martín de Lande, en 1499, y se halla entre la sacristía menor o de los Mercedarios y la sacristía mayor o de las Cabezas, en el comienzo de la girola, según la nave del Evangelio.

 

(2) Arca de plata de Santa Librada.- Según el historiador por excelencia de los obispos y de la diócesis de Sigüenza, fray Toribio de Minguella y Arnedo,   obispo de Sigüenza entre 1898 y 1917, Bernardo de Agén, recién citado, trajo a Sigüenza, en 1131, aprovechando un viaje a Francia, las reliquias de su paisana santa Librada, martirizada en el alba del siglo IV. Con estas reliquias, pensaba consagrar su catedral, ya que era preceptivo disponer de las reliquias de un mártir para consagrar una catedral.

 

 

Las reliquias de santa Librada hubieron de estar presentes junto al altar de la consagración de la catedral, el 19 de junio de 1169, celebración presidida por el cuarto obispo de Sigüenza tras la reconquista, Joscelmo Adelida (1168-1178). Posteriormente, su emplazamiento fue tras la tumba del sucesor de don Bernardo, en la capilla mayor, el obispo Pedro de Leucata (1152-1156). Y después, el obispo Simón Girón de Cisneros (1301-1326) dotó a las reliquias de una bella arqueta gótica de plata. Dos siglos después, el obispo Fadrique de Portugal (1519-1532) mandó erigir en el brazo o transepto norte del crucero de la catedral un extraordinario conjunto artístico y religioso, sobre todo de estilo plateresco, dedicado a santa Librada.

A partir de este retablo, la traslación de las reliquias de santa Librada a su nuevo altar, en el centro del mismo, en su parte superior y debidamente protegido por una espléndida reja, está datada el 15 julio de 1537, siendo ya obispo de Sigüenza el cardenal García de Loaisa (1532-1540), el sucesor inmediato de don Fadrique.

 

"/(3) Talla barroca de San Martín de Finojosa.- Este santo fue monje cisterciense y después obispo de Sigüenza, a finales del siglo XII (en los años, 1186 a 1192, concretamente), y renunció al cargo por voluntad propia, regresando a su abadía monástica, Santa María de huerta (Soria y hasta 1956, obispado de Sigüenza).

Su talla es una espléndida escultura barroca de finales del siglo XVII, ejecutada con ocasión de su canonización, que, en los últimos años, tras permanecer durante siglos en el Relicario o Capilla del Espíritu Santo, se halla en el retablo mayor de la catedral, debajo del tabernáculo eucarístico del gran retablo de Giraldo de Merlo (1610).

El autor anónimo de la escultura lo representa con rostro rasurado y mirada limpia, seria y, a la vez, acogedora, y combina su condición de monje y de obispo al vestirlo con capa pluvial sobre la cogulla cisterciense (sobresale la precisión con la que están tallados los pliegues de este hábito monástico) y dotarlo de báculo y mitra. También resulta muy hermoso el colorido de la capa pluvial episcopal: rojo y oro por delante y azul inmaculada (el amor María es una de las características del Císter, orden a la que perteneció) por detrás.

Otro hermoso detalle de esta talla policromada es el gesto de su mano derecho en actitud acogedora y benedicente. La talla está labrada en madera de ciprés y en su base hay una leyenda, un texto breve, sobre su vida, en la que, junto a la ya dicho, se subraya su celo, piedad, caridad y humildad.

 

(4) Virgen de la Paz.- Tras su restauración, la Virgen de la Paz, fechada ya por Elías Tormo en el siglo XIV, vuelve a presidir la antigua sala capitular de verano (en la panda este del claustro), conocida también como Capilla de Nuestra Señora de la Paz. Desde su banco corrido se siguieron los actos de graduación de la universidad seguntina hasta 1666.

"/La Virgen de la Paz presenta una posición frontal. Apoya su mano izquierda sobre el hombro del Niño, mientras que eleva la derecha, en la que pudo haber sujetado, en origen, una flor o una poma, que no hemos conservado. El Niño está sedente sobre la pierna izquierda de su Madre. Rompe la frontalidad del conjunto al aparecer ligeramente girado, apoyando su pie derecho sobre la pierna derecha de la Virgen, mientras que el pie izquierdo cae en el vacío. Bendice con la diestra y sujeta un libro cerrado con su mano izquierda.

En lo que respecta a la indumentaria, la Virgen de la Paz cubre su cabello con un velo corto, ahuecado, que cae sobre los hombros y la espalda, sobre el que se coloca una corona. Viste una túnica larga, ajustada a la cintura con un ceñidor de correa. El escote es redondo y se cierra con un broche circular. Encima lleva un manto con un fiador triangular. El calzado, puntiagudo, asoma por debajo de la túnica. El atuendo del Niño, que va descalzo, se reduce a un manto, similar al de su Madre, con un fiador triangular, y una túnica.

 

(5) Cristo crucificado de Alejo de Vahía.- Este Cristo crucificado, perteneciente a la catedral de Sigüenza, recuerda a las primeras obras realizadas por el imaginero tardogótico Alejo de Vahía. Este escultor, posiblemente procedente de la zona del Bajo Rin, está documentado en Becerril de Campos desde 1480 hasta su muerte, hacia 1515.

"/Esta talla podría equipararse al arquetipo de los modelos más antiguos realizados por Alejo de Vahía. Se trata de una imagen de tamaño natural, con un gesto de dolor contenido y una esquemática representación anatómica, especialmente en el tronco. Está relacionado con el Cristo crucificado del Museo Iglesia de Santa María de Becerril de Campos (Palencia), así como con las tallas realizadas por el mencionado escultor para el retablo de dicha iglesia, en colaboración con Pedro Berruguete, entre 1485 y 1490, lo que permitiría datar el Cristo crucificado seguntino por las mismas fechas. Tipológica y formalmente recuerda asimismo al Cristo del Museo Marés de Barcelona, ligeramente anterior, pues este habría sido realizado, según Joaquín Yarza, entre 1480 y 1486. Ahora, con ocasión de la exposición ATEMPORA, la talla ha sido espléndidamente restaurada.

Se desconoce cuándo, cómo y por qué llegó a la catedral de Sigüenza. Una hipótesis sería que formó parte del patrimonio artístico de la iglesia de Nuestra Señora de los Ángeles de la Porciúncula, del convento de San Francisco, en donde hubo frailes franciscanos desde comienzos del siglo XVII hasta la desamortización del ministro Juan Álvarez de Mendizábal, en 1836. Tres décadas después, el Obispado recuperó esta iglesia y convento. Desde entonces es el todavía vigente monasterio de Ursulinas.

 

(6) Cuadro de San Agustín y de Santa Mónica.- «La Visión de san Agustín y santa Mónica», denominación propia del cuadro, es una pintura al óleo sobre lienzo firmada por José García en el año 1681. José García Hidalgo nació en Villena (Alicante) en 1645, y murió en Madrid, en 1717. Fue pintor, tratadista, grabador y poeta.  

Este lienzo formaba parte del retablo dedicado a San Agustín que este pintor realizó, en 1681-1682, para la capilla catedralicia y parroquial de San Pedro Apóstol. En él, se representa a San Agustín y su madre Santa Mónica en dos momentos diversos. En primer plano, el santo junto con su madre, contemplan la irrupción de seis angelotes que portan los atributos de Agustín: una mitra y un báculo como obispo de Hipona que fue, y una pluma, por su ingente obra teológica, recopilada en la estantería del fondo del cuadro. Entre ellas, destaca la obra titulada «De Trinitaté», compuesta por quince libros, siendo éste el tema representado en segundo plano: la visión de la Trinidad por el santo, mientras realizaba la ostensión sacramental en la celebración de la misa, a la que también asiste su madre.

De hecho, de entres obras de este prolífico teólogo, el pintor quiso destacar ésta, con una doble referencia pictórica, tanto en la escena recién descrita, como en el triángulo blanco, entre la mitra y el báculo, cuya inscripción en hebreo reza «Yehová», que se traduce por Dios. El dominio de volúmenes en el grupo angelical, la perspectiva del pavimento ajedrezado, el preciosismo de las decoraciones en el mobiliario, como el reloj de mesa o el crucifijo, la técnica y el color, son prueba del academicismo que siempre inspiró a este pintor.

 

Artículo publicado en 'Nueva Alcarria' el 16 de diciembre de 2022

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