Por Alfonso Olmos
(director de la Oficina de Información)
Con un “¡Señor, te amo!”, Benedicto XVI ha sellado sus labios para siempre aunque sus palabras, y su legado intelectual, seguirán resonando en los corazones de los católicos para siempre. El papa sabio, inteligente y tímido, que llegó al solio pontificio como “humilde trabajador de la viña del Señor”, ha concluido su testimonio de amor a la Iglesia.
En estos días hemos rezado por el que “con su oración y su silencio ha sostenido la Iglesia”, como el propio papa Francisco reconoció a pedir oraciones por él en las horas postreras de su vida. Los cristianos, y muchos no creyentes, siguen poniendo de manifiesto la enorme capacidad del Papa emérito para razonar la fe.
Comprometido con el selecto mundo académico, en ocasiones podría parecer abstraído de la realidad social, incluso de la vida pastoral de la Iglesia. Pero Benedicto XVI, aun conociendo sus limitaciones, dejó de lado sus propias ideas para acoger las de todos y poder tener así una visión más universal a la hora de gobernar la Iglesia inserta en la sociedad del Siglo XXI.
Vivió una etapa muy convulsa, en la que los graves errores de algunos han ensuciado y dañado a toda la institución eclesial. Y, en esos difíciles momentos, ausente de fuerzas para el desempeño de ministerio encomendado, dio una prueba más de la humildad que le caracterizaba y, tras casi ocho años de pontificado, renunció al ministerio petrino, abriendo la puerta a una nueva época, tan insólita como incierta, en la que tuvo que tomar el timón de la nave de la Iglesia el papa Francisco.
Ahora es tiempo para la reflexión, para retomar sus enseñanzas y para orar por el que tuvo la misión de confirmar en la fe a sus hermanos, apacentar a su pueblo, presidir en la caridad la Iglesia universal y ser principio y fundamento visible de unidad de la Iglesia.