Por José Ramón Díaz-Torremocha
(Conferencia Santa María la Mayor en Guadalajara)
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¡Qué bueno es formar parte de un grupo cristiano/católico! Sea cual sea. Desde nuestra pertenencia al colectivo, nos apoyamos unos a otros y además de crecer en la fe y la oración, cada día aprendemos de los amigos y camaradas con los que formamos el grupo, a servir. A servir con alegría, que es tanto como decir que aprendemos a ser mejores y la mayoría de las veces con la virtud añadida de la pura gratuidad. Con generosidad.
Si el grupo está debidamente constituido con normas democráticas, además aprendemos a incluirnos en el con alegría como he indicado. Al menos así lo he percibo desde mi servicio en las diversas Conferencias de San Vicente de Paúl a las que he pertenecido, en las que he servido o he pretendido hacerlo, a lo largo de toda una vida que ya va siendo bastante dilatada.
También en tantos grupos católicos como he conocido y con los que jamás me he sentido en competencia. Me enseñaron los consocios mas mayores de la primera hora en la Conferencia a la que pertenecí, que todos estábamos en el mismo barco y apuntando a una singladura igual en cuanto al deseo de llegar al mismo puerto. Dentro de la Iglesia, no tenía sentido la competencia. Tenía sentido la caridad que, precisamente era – la caridad – lo más opuesto a la competencia.
Si en la habitación al lado de la nuestra en la que nos reuníamos todas las semanas, en aquel inhóspito y destartalado despacho del edificio parroquial, si en aquella habitación se alojaba otra asociación que se ampliaba con nuevos voluntarios, teníamos un gran regocijo. Aunque solíamos impedírselo, uno de los consocios de aquella mi primera Conferencia en Madrid, bajo el patrocinio de San Lorenzo, se empeñaba en celebrarlo invitándonos a un café. Aquel querido consocio decía: “crece la Iglesia a través del crecimiento de una obra buena y la Buena Nueva se extiende”.
También crecen las Conferencias en tantos puntos del mundo. Nuevos consocios de África de América de Asia o de Oceanía, vienen a reemplazar tantos como en Europa van faltando por edad, por cansancio y ¿cómo no reconocerlo?: por sentirse atraídos por lo mundano. Por huir del esfuerzo en estos tiempos en los que presumimos de ser solidarios. No hay pobreza, oímos con frecuencia en Europa: pero cada día hay más ancianos solos, más familias monoparentales, más enfermos también en soledad. ¿No hay pobres? Lo que estamos construyendo es una sociedad ingrata con ella misma.
Pero volvamos al principio y recordemos y sintámonos felices de nuestro grupo, de la institución a la que pertenezcamos, de la Iglesia en definitiva que nos cobija y nos conduce al puerto seguro para el abrigo de nuestras almas.
En mi caso y en el de mis consocios, alegrémonos de que nuestras Conferencias de San Vicente de Paúl, también crecen. Que tienen vida. Que se renuevan y que, como ejemplo, hemos de recordar que este año, elegimos un nuevo presidente general. Alguien que vendrá con ganas de trabajar y de recordarnos que estamos en una Institución de acción y también de oración. Al servicio del que sufre.
Desde esa perspectiva apasionante, permitidme todos los queridos lectores de esta página mensual, que encontremos cada uno la fórmula personal, la obra, en la que poder comenzar o seguir sirviendo, a los seres humanos adoloridos por cualquier motivo.
Siempre a Cristo por y con María.