Por José Ramón Díaz-Torremocha
(Conferencia Santa María, Guadalajara)
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La fila de miembros del Consejo aproximadamente una docena y media de personas avanzaba lentamente. El hombre de blanco se paraba con cada miembro según llegaban a saludarle, bajo la atenta mirada del cardenal-presidente del Consejo Pontificio que presentaba al Papa, a cada uno de ellos.
Cuando llegué a su altura, me encontré frente a un ser humano que me recibía con una cordial y tímida sonrisa y limpios y claros ojos azules. Al darle la mano, trasladé con cierta timidez, el saludo que me había casi ordenado mi madre, que le hiciera llegar “si llegaba a ver al Papa” me decía ella. Quise continuar y terminar rápidamente el protocolo del saludo para no quitarle más tiempo del debido, pero no me dejo. Su mano mantenía con firmeza la mía, con cierta sorpresa del Cardenal Cordes que me había presentado y desde luego la mía. Me preguntó por datos de mi madre. ¿Qué años tiene? ¿cómo está de salud? Fundamentalmente, me impresionaron sus ojos, ojos de hombre limpio de hombre amable de hombre bueno. Los pocos momentos que estuve frente a él a través de los años siguientes, confirmaron las impresiones de los primeros momentos. Era tímido sí, pero de una gran delicadeza y diría que hasta de dulzura. Hoy escribo bajo la impresión de saberle de viaje, de un viaje que terminará ante Aquel que le encomendó cuidar Su Iglesia a la que se entregó y a cuyo Fundador dedicó sus últimas palabras antes de entregar el alma: “Señor te amo”
Había conocido al Cardenal Ratzinger solo unos años antes en el comedor de la Casa Santa Marta cuando llegó con un acompañante y le colocaron en una de aquellas enormes mesas redondas y la casualidad, me hizo gozar de su compañía como vecino de mesa y de asiento. Él no me conocía, pero yo si le conocía a él ¿Quién no conocería en el Vaticano al Prefecto para la Doctrina de la Fe? Podría contar alguna anécdota de mi pequeña relación con él a lo largo de los años. Pero ahora que ya está en el Cielo, me gustaría dejar solo una que ya me impacto entonces y que agradecí profundamente.
Él era un gran Cardenal, de los conocidos, el guardián de las esencias en la Iglesia, por mi lado un pobre y desconocido laico. En aquella mesa redonda, el Cardenal tenía a su izquierda al amigo con el que había llegado a comer y a su derecha, al “laico desconocido”.
Personalmente, me encontraba aislado. La silla de mi derecha, la ocupaba un obispo que hablaba un “perfecto” inglés idioma que desconozco absolutamente, salvo las habituales palabras: gracias, buenos días o buenas noches, perdón y poco más. El futuro Papa, a mi izquierda fue consciente enseguida de mi forzada reclusión idiomática y a lo largo de la comida y sin duda para que no me sintiera aislado, me dirigió pequeñas frases en francés e incluso en español que daban pie a cortos intercambios de conversación, para que, sin abandonar a su compañero de comida, me permitiera no encontrarme solo. Su simpatía, su amabilidad y su caridad, será difícil que los olvide y a él, ya me encomiendo desde el día en el que, creo firmemente, inició su vuelo con destino al Cielo llamado por la Plenitud de la Alegría.
Después de recordar esta importante pérdida para la Iglesia universal, no puedo olvidarme de otras dos grandes pérdidas personales que he sufrido en estos días de finales de enero 2023, en los que escribo estas líneas. No conmoverán a muchos, pero si a mí.
Uno se llamaba Ronaldo Daniel, era uno de mis consocios de Guatemala y ha vuelto al Señor mientras dormía. Era un hombre de Dios y te acercaba a Él ya fuera oyéndole o leyéndole en preciosos comentarios a las lecturas dominicales. Nos conocimos y compartimos la amistad y la alegría de Cristo solo unos días personalmente. Después hemos seguido esa amistad por medios electrónicos los casi últimos veinte años.
José María era otro consocio este de Madrid y durante una época fue mi “servidor” en la presidencia del consejo de Madrid de las Conferencias de San Vicente. Creo que fue consciente de que no ocupaba un “cargo” sino un exigente “servicio”. También falleció alrededor de los comienzos del año 2023. Era un buen médico y después de jubilado y del trabajo en su Conferencia, ejercía la Medicina en caridad en algún pequeño Centro médico caritativo de Madrid y en la tutela de un Comedor de las Conferencias, también en Madrid, fundado por consocios muy anteriores a él.
He incorporado a los tres a la cada vez más larga y numerosa lista de mi oración diaria por tantos amigos, que ya han viajado hasta el Padre. A todos tengo que agradecer su ejemplo de entrega eclesial y su constancia. Tres más que han abonado mi vida. Gracias.
Siempre a Cristo por y con María.