Por Alfonso Olmos
(Oficina de Información de la Diócesis)
Cuando se abrió la puerta de la semana grande de los cristianos, la que ahora estamos celebrando intensamente, nos llegaban varias tristes noticias que recogían los medios de comunicación. En Santander un barco se hundía cobrándose la vida de dos personas. Uno de ellos de nacionalidad española y otro natural de Ghana. Además hay otro tripulante herido y uno más desaparecido. Aquí, en nuestra provincia, concretamente en Alovera, se despedía a un niño de cinco años ahogado en una piscina de Azuqueca de Henares, dejando desolada a su familia. Sin duda, muchos habrán sido los acontecimientos fatales de estos días en otros tantos rincones del mundo que padecen el hambre, la guerra y múltiples violencias.
Entre tantas noticias desagradables, las redes sociales destacaban un acontecimiento desdichado sucedido en Vélez-Málaga; el incendio en medio de una procesión de la imagen de la Virgen del Rocío. Las llamas han quemado la saya, un brazo, parte de la cara de la imagen sagrada y el pelo. Varias personas que se subieron al trono para intentar apagar con sus manos el fuego, sufrieron quemaduras al pretender sofocarlo.
Los vídeos grabados por los presentes con sus móviles, que corren como la pólvora por Internet, recogen el sentir de los que contemplaban esa escena desdichada y el pánico sentido por los testigos del acontecimiento, que algunos buscaban paliar. Muchos han frivolizado rápidamente arremetiendo contra el fanatismo que algunos sienten por las imágenes.
Para un cristiano, una imagen evoca una realidad. Las representaciones de la pasión que contemplamos estos días nos trasladan al escenario de la Pasión de Cristo y los Dolores y la Soledad de su madre. Es lo que hace que los creyentes seamos sensibles y solidarios con el dolor y la soledad de los padres de ese niño de Alovera y con las familias de los que murieron el Domingo de Ramos en el naufragio de Santander; en definitiva, con los que sufren y padecen en el mundo entero.