Por Ángel Moreno
(de Buenafuente)
Déjate perdonar por Dios. Que no te secuestre la vergüenza de confesar tu pobreza y tu debilidad. Da un salto y ponte en pie, como el ciego, sin importarte el manto de tu desvalimiento, de tu ceguera crónica. Abandona el manto. Hay mociones que se deben obedecer al instante; de lo contrario, te asaltará la tentación de permanecer caído, marginal, despreciándote a ti mismo por creerte sin remedio.
Hay una palabra eficaz, la palabra de Jesús, la que Él dirigió al paralítico en Cafarnaúm: “Perdonados te son tus pecados”. Hay un regalo del Resucitado a los apóstoles: "Recibid el Espíritu Santo, a quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados”. Hay una certeza, avalada por Jesús: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, que yo os aliviaré”.
No hagas inútil la ofrenda de Jesús, que murió por ti, para perdón de tus pecados. No te enfeudes en tu yo herido, pensando que es más honesto permanecer caído que levantarse, por las veces que has tropezado en tu vida.
Hay una actitud orgullosa, con capa de humildad, la del autodesprecio. Es una aparente postura humilde, pero te denigra. Describes la alevosía de tu caída, por la que no cabe pensar en el atenuante de falta de advertencia. Pero todo ello te lo sugiere el mal espíritu, para que no te abras al perdón y permanezcas en tu estado marginal.
Has llegado a tal consideración negativa de ti mismo, que te parece un fraude el saberte perdonado, rehabilitado, introducido en la comunidad, en la familia de los hijos de Dios, y al recordar tu pasado, dictas la sentencia de que es más coherente estar caído que levantado, más sincero aferrarte a tu pobreza que aceptar la donación gratuita del perdón, de la túnica de fiesta.
Observa la reacción de Mateo: “Al instante se levantó” y se convirtió en anfitrión de Jesús. Fíjate en la respuesta de Zaqueo: “enseguida bajó de la higuera y hospedó al Señor. Deja emerger la imagen de Dios que llevas dentro de ti. Tú has sido creado por Dios, y gracias a Jesucristo, eres hijo amado de Dios.
El gozo del perdón
Bendice a Dios, como el leproso samaritano, al sentirse curado; ponte en pie como el ciego de Jericó, a quien le comunicaron la llamada de Jesús. Sube saltando al templo, como el paralítico, curado por Pedro y Juan, en la Puerta Hermosa de Jerusalén. No te detengas en tus complejos de inferioridad, y como Zaqueo, a quien no le importó su pequeñez, acoge al Maestro.
¡Cómo decirte la agilidad que se experimenta cuando eres descargado del peso de tu negatividad! ¡Cómo transmitirte la anchura interior que se siente cuando a pesar de que sigues siendo débil, puedes recordar que todo ha quedado entregado en las manos de la misericordia divina!
«Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?». Ella contestó: «Ninguno, Señor». Jesús dijo: «Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más» (Jn 8, 10-11).