Nueva mirada a Martín Vázquez de Are, el Doncel de la Catedral de Sigüenza, el caballero y doncel del libro, ahora en las vísperas del Día del Libro, 23 de abril
Por Jesús de las Heras Muela
(Periodista y sacerdote. Deán de la catedral de Sigüenza)
En el brazo del crucero sur de la catedral de Sigüenza, junto a la lauda que hace memoria de su consagración litúrgica el 19 de junio de 1169 y junto a la subida a la Torre de Gallo, se halla la capilla más famosa de la Catedral, popularmente conocida como Capilla del Doncel, dedicada a san Juan y santa Catalina.
Su importancia proviene no solo por albergar el símbolo de la ciudad, la estatua alabastrina del joven Martín Vázquez de Arce, “el Doncel de Sigüenza”, sino por el excelente conjunto de escultura funeraria que acoge en su interior, uno de los máximos exponentes del arte funerario español.
Exterior de la capilla del Doncel
La portada de la capilla es de comienzos del siglo XVI, de composición renacentista y con labores de estilo plateresco que responden a las trazas de Francisco de Baeza, Sebastián de Almonacid, Juan de Talavera y Peti Juan. Se dispone con un arco de medio punto que lleva a sus lados columnas jónicas de dos tramos. Sobre el arco se observan los emblemas heráldicos de los patronos, la familia de los Arce. En la parte superior de la clave y enjutas del arco se encuentra un entablamento con la inscripción, flanqueada por el escudo del obispo de Canarias, Fernando de Arce, hermano del Doncel y mecenas de esta capilla. La entrada se corona un magnífico frontón semicircular con la representación artística de la Epifanía.
La reja, de estilo gótico renacentista, es de la autoría de Juan Francés. Fue pintada y dorada por el maestro Juan de Arteaga. Por todo ello antes de entrar en la capilla del Doncel, es preciso prestar atención a una serie de elementos artísticos y arquitectónicos. Así, sobre la parte derecha de la portada se sitúa uno de los principales restos románicos de la Catedral, la trompa del brazo sur del crucero. En la parte baja, en el dintel de la puerta de las escaleras que dan acceso a la denominada torre del Santísimo se observa un crismón con la inscripción del año de consagración del templo, como ya se dijo al comienzo.
También a la derecha de la entrada pudo apreciarse, hasta el pasado 12 de diciembre, una vez clausurada la exposición ATEMPORA (ahora está en el costado norte de esta capilla, al comienzo de la girola, concluida la nave de la Epístola) una parte del antiguo retablo que presidía el altar de la capilla de los Arce o del Doncel en el siglo XV. Las pinturas, atribuidas a Juan de Sevilla, hacen referencia a los santos titulares de la capilla: san Juan Bautista y santa Catalina de Alejandría. En la actualidad, algunas de sus tablas se encuentran en el Museo del Prado de Madrid.
Interior de la Capilla del Doncel
El interior es obra de los siglos XV-XVI. En esta capilla se encuentran los enterramientos de varios miembros de la familia noble Vázquez de Arce. Don Fernando de Arce y su esposa doña Catalina de Sosa, padres del Doncel, yacen en la parte central de la capilla. El padre del Doncel trabajaba al servicio de la familia Mendoza (Ducado del Infantado) de Guadalajara, familia muy comprometida con el proyecto de la reina Isabel la Católica de la unificación de España, que requería la conquista de Granada, todavía bajo poder musulmán, y en cuya guerra falleció Martín, nuestro Doncel.
Bajo el arco de la entrada descansan Martín Vázquez de Sosa y su mujer, doña Sancha Vázquez, abuelos del Doncel, además de la lauda sepulcral de doña Catalina de Arce y Bravo, sobrina del Doncel.
En el muro izquierdo de la estancia se encuentra el hermano del Doncel, don Fernando de Arce, obispo de la Canarias y ya citado. Justo a su lado se sitúa don Martín Vázquez de Arce, Doncel de Sigüenza.
Y ya ante la escultura del Doncel
El que ha sido llamado bello doncel, don Martín Vázquez de Arce, perdió la vida en 1486 en la reconquista de Granada a los 25 años. Este ilustre seguntino trabajaba en la corte de los Mendoza.
La posición del joven comendador, vestido de guerrero, en actitud de lectura y meditación no deja indiferente. En aquella época, las estatuas funerarias representaban a los fallecidos, dormidos y con los ojos cerrados. La postura, los ojos abiertos, el libro, son una fuente de enigmas que han dado fama al personaje.
Por encima del cuerpo del guerrero se lee en la pared un epitafio cincelado en caracteres góticos cuya inscripción funeraria reza así: “Aquí yace Martín Vázquez de Arce, caballero de la orden de Santiago, que mataron los moros, socorriendo el muy ilustre señor duque del Infantado, su señor, a cierta gente de Jaén, a la Acequia Gorda, en la vega de Granada. Cobró en la hora su cuerpo Fernando de Arce, su padre, y sepultólo en esta su capilla año 1486. Este año se tomaron la ciudad de Loja, las villas de Íllora, Moclín y Montefrío por cercos en que padre y hijo se hallaron”
El sepulcro de alabastro del Doncel de Sigüenza, de la última década del siglo XV (concretamente está datado en 1493, a los siete años de su muerte), está considerado como uno de los mejores monumentos funerarios de Europa. Pertenece a la escuela artística de Juan Guas, aunque no se conoce su autor concreto, más allá de varias hipótesis muy verosímiles, como la que lo atribuye a Sebastián de Almonacid. La factura artística de esta extraordinaria escultura es preciso encuadrarla en el estilo gótico tardío, también llamado gótico isabelino o gótico flamígero.
Se encuentra en un arcosolio de medio punto, adornado con crestería de motivos vegetales, indicativo de cómo el gótico ya va dejando paso al renacimiento. El sarcófago se apoya sobre tres cabezas de leones que se muestran desafiantes. El frontal del mismo se divide en cinco espacios, cuatro decorados con motivos florales y el central, donde dos pajes sostienen el escudo del joven caballero. Sobre un tejido labrado en el alabastro don Martín aparece representado semirrecostado, con los ojos abiertos, vestido con la armadura y la capa de la orden de Santiago, presenta las piernas cruzadas y un libro entre las manos.
La primera impresión que se advierte es su gran espontaneidad y serenidad. Se distingue una elegancia única, nacida de la esbeltez y la armonía de sus proporciones, signos de un caballero virtuoso. No expresa los sentimientos internos de una forma clara y definida, sino que tan solo los inicia e insinúa.
Uno de los atractivos de la efigie del Doncel es que no está muerto, ni dormido, sino ya despierto, anunciando la vida eterna. El conjunto funerario sugiere que acaba la edad antigua y comienza la modernidad. Es tiempo de que la espada deje paso al libro (o al menos, se compagine con él…), el guerrero al humanista.
El libro del Doncel
Las medidas del libro cerrado son de 11,5 X 15,5 centímetros. El grosor es de 10 centímetros. El libro abierto mide 25 X 15 centímetros. Y el número de páginas desde la mirada del Doncel, 19 páginas a su derecha y 17 páginas a su izquierda.
Pero, ¿qué lee el Doncel? Mucho se ha hablado y escrito al respecto… Pero antes de citar algunas posibilidades, tengamos en cuenta estas observaciones. La primera es que lo tiene en sus manos el Doncel es un libro y el libro nació, como tal, cuatro décadas antes de que se realizara la escultura. En concreto, fue el alemán Johannes Gutemberg quien, hacia 1450, inventó la imprenta de prensa ya quien se puede atribuir, pues, la invención del libro. Su primer gran libro fue la primera edición de Biblia. Sería muy propio que, en una catedral, el Doncel leyera la Biblia o, si se quiere, el libro de los salmos de la Biblia, más apto todavía para un recinto catedralicio, o incluso un misal.
En segundo lugar, la escultura del Doncel es un anticipo del Renacimiento y del Humanismo renacentista, donde letras, armas y fe se aúnan. Esto descartaría que el Doncel leyera cualquier libro de caballerías o de origen, composición y mentalidad medieval. El Doncel refleja aquel ideal que glosó, dos o tres décadas después de la escultura, Garcilaso de la Vega con aquella máxima: “Ora la pluma, ora la espada”.
Se ha escrito que el libro del Doncel podría ser “La Eneida” de Virgilio (siglo I) y que nuestro Doncel, muerto en batalla, se mira en este poemario como en un espejo. Pero, ¿no sería más verosímil, más coetáneo y más concordante con el conjunto de la figura del Doncel y su mensaje, simbolismo y hasta mueca de melancolía (murió con 25 años y ya padre una niña, Ana, a quién dejó como heredera) pensar que lo que lee son “Coplas a la muerte de mi padre” de Jorge Manrique? Y es que la figura lectora e integral del Doncel, ¿no evoca, inequívocamente, esos versos en lo que este autor, fallecido, también en campo de batalla, en 1479 escribe: “¡Cómo se viene la muerte, tan callando, cuán presto se va el placer; cómo después de acordado da dolor!… Nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar, que es el morir”.
Así describió al Doncel José Ortega y Gasset
El filósofo y escritor José Ortega y Gasset (1883-1955) dejó escrita la quizás más hermosa y sugerente descripción de la escultura y figura del Doncel, a la que calificó como “una estatua de las más bellas de España”. He aquí, literalmente, su texto: “Es un guerrero joven, lampiño, tendido a la larga sobre uno de sus costados. El busto se incorpora un poco apoyando un codo en un haz de leña; en las manos tiene un libro abierto; a los pies un can y un paje; en los labios una sonrisa volátil. Cierto cartelón fijado encima de la figura hace breve historia del personaje.
Era un caballero santiaguista, que mataron los moros cuando socorría a unos hombres de Jaén, con el ilustre duque del Infantado, su señor, a orillas de la acequia gorda, en la vega de Granada.
Nadie sabe quién es el autor de la escultura. Por un destino muy significativo, casi todo lo grande es anónimo. De todas suertes, el escultor ha esculpido aquí una de esas antítesis. Este mozo es guerrero de oficio: lleva cota de malla y piezas de arnés cubren su pecho y sus piernas. No obstante, el cuerpo revela un temperamento débil, nervioso. Las mejillas descarnadas y las pupilas intensamente recogidas declaran sus hábitos intelectuales. Este hombre parece más de pluma que de espada. Y, sin embargo, combatió en Loja, en Mora, en Montefrío, bravamente. La historia nos garantiza su coraje varonil. La escultura ha conservado su sonrisa dialéctica. ¿Será posible? ¿Ha habido alguien que haya unido el coraje a la dialéctica?”
Artículo publicado en 'Nueva Alcarria' el 21 de abril de 2023