Por Alfonso Olmos
(director de la Oficina de Información)
Hemos concluido el mes de María, el mes de las flores. Las flores son ofrendas espirituales que nos gusta hacer a la Madre del Señor como reconocimiento a su amor maternal. Cada uno sabrá las flores que ha podido ofrecer, aunque siempre es bueno ofrecer flores frescas y de buen olor. A veces las flores se marchitan por falta de cuidado, puede suceder también con las flores espirituales de las que ahora tratamos. Que no sea así nuestra relación con la Virgen, que no perdamos intensidad en el trato con María, que no se marchiten nunca nuestras flores, ni pierdan olor, ni color.
No debemos reducir nuestra devoción mariana a unos determinados días al año: el mes de mayo, alguna fiesta concreta, las novenas de rigor… Más bien el recuerdo de la Madre debe ser constante y continuo, no olvidemos además que ella, la Virgen, no se cansa de esperar. Acudir a María es acudir a la mediadora de todas las gracias: es un salvoconducto seguro.
La Iglesia sigue manteniendo esta devoción mariana, pero se me antoja que muchos piensan que está trasnochada o que ha perdido sentido. El amor a María, el amor a la Madre, sin embargo, no pasa de moda, por lo que se hace imprescindible volver a retomar viejas costumbres que animen nuestra relación cordial con la Virgen.
La experiencia de celebrar esta oración tradicional unida a las celebraciones de mayor afluencia de pueblo fiel en el domingo ha ayudado, en la parroquia a la que sirvo, a que muchos recordaran la melodía tantas veces cantada y renovaran su afecto filial hacia la Virgen María. Merece la pena.