Por Juan Pablo Mañueco
(escritor y periodista)
Hontanar de verdor que entre ramas densas subes
y tus hojas perennes hacia lo arriba extiendes,
raíces verticales socavas e igual tiendes
del centro de la tierra hasta el alcor de las nubes.
Manantial de altitud que en arista lo pretendes:
salir por pies, por alas, del claustro en que te incubes
y visitar en cielo, cima y cumbre a querubes
que ofician encender las llamas a estrellas duendes.
Pirámide delgada de glauco ángulo y porte
que por el día atraes lumbre en ojos por verte
y a la noche te elevas, picacho, al cielo norte…
La lanza de tu punta, arpón es que, en sí, ya acierte
a prender los luceros de lo oscuro: resorte
vegetal que ama Silos y de este modo le alerte
que al llegar de la noche luz hay. No es total muerte
la de quien en la fe sabe buscarse mechas y pabilos.
Mientras, los monjes siguen guardando el grano en Silos
de códices y cánticos como escalinata y lámpara más fuerte.
Prodigio del fervor y la esperanza,
erguido en las riberas del Arlanza.
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