Identidad, misión y eclesialidad de las Cofradías y Hermandades (3)

Por Jesús de las Heras Muela

(Periodista y sacerdote. Deán de la catedral de Sigüenza)

 

 

 

Las dos pasadas semanas ofrecíamos las dos primer entregas de los tres artículos (este es el último) sobre la identidad, misión y eclesialidad de las cofradías

 

 

 

 

En nuestra primera entrega, ofrecimos al respecto siete epígrafes con sus correspondientes contenidos. Presentábamos al mundo cofrade como camino de fe en nuestra tierra, recordábamos su esencial naturaleza religiosa y su triple finalidad originaria y principal. Peligro y antídoto frente a la secularización era el cuarto apartado y las luces y oportunidades para la Pastoral Juvenil, el quinto. En sexto lugar, hablábamos de lo que es importante y decisivo, y que no lo es tanto, en el mundo cofrade. Y en el séptimo epígrafe, proponíamos a las cofradías y hermandades como oratorio, escuela y taller.

En la segunda entrega, considerábamos otros cuatro aspectos: espiritualidad, renovación y sinodalidad, compromiso cristiano y apostólico y comunión y misión. Hoy lo completamos con otras cinco reflexiones.

 

 

 

(12)   Hogares de unidad, fraternidad y reconciliación

Un valor importante a cultivar en el seno de cada Hermandad es su unidad y cohesión interna. La comunión no es un valor tangencial en la vida de la Iglesia, sino algo que pertenece a su entraña más profunda. Las Hermandades aprobadas y erigidas por la Iglesia han de hacer honor a su nombre, vivir la fraternidad y hacerse acreedoras al elogio que sus conciudadanos hacían de los primeros cristianos: "Mirad cómo se aman".

Las divisiones y personalismos son siempre un antitestimonio, un descrédito para la Iglesia y un freno a la evangelización.  Y cuando se busca que esas divisiones transciendan a la opinión pública o a los Medios de comunicación social, quien padece es la Iglesia, se daña a la toda Iglesia.

Todos los miembros de las cofradías, especialmente sus directivos y sacerdotes, han de tutelar la unidad interna, propiciar el diálogo y el entendimiento y ser aceite y bálsamo que suaviza y ayuda a cicatrizar las heridas. Ellos, más que nadie, están llamados a ser sembradores de paz, artesanos humildes de la paz.

 

(13) Servidoras de los pobres

El cristiano cofrade no es una isla o un solitario, sino un solidario, un hermano, que no puede ser, pues, ser insensible a los dolores, carencias y sufrimiento de sus semejantes. Todo lo contrario, ha de vivir con los ojos bien abiertos a las necesidades de los más pobres.

La comunión con el Señor y el culto a las imágenes de los titulares han de llevarles espontáneamente a vivir la comunión con aquellos hermanos nuestros que han quedado en las cunetas del desarrollo y que son imágenes vivientes del Señor.

En los pobres y en los que sufren, habéis de descubrir el rostro ensangrentado de Cristo. Porque amáis a Cristo, no podéis ser indiferentes a ninguna necesidad y dolor, pues como nos dice el Apóstol San Juan, "nadie puede decir que ama a Dios a quien no ve, si no ama al prójimo a quien ve" (1 Jn 4,20).

 

(14)   Entraña religiosa de las procesiones y fidelidad a la liturgia

Nuestras hermosísimas procesiones, despojadas del misterio, quedan vaciadas del contenido original que está en su origen y que es lo que las acredita y legitima. La dimensión cultural no es la única, ni siquiera las más relevante. De ahí que debamos cuidar especialmente este aspecto. No debemos consentir que los intereses económicos, turísticos o el simple renombre de una ciudad o villa solapen lo que primariamente es un acto de piedad y de penitencia, de catequesis y evangelización y también llamada a la conversión, ya que la contemplación de la belleza de un Cristo barroco, descoyuntado, lacerado y exangüe o de una imagen de María Santísima nos interpela, conmueve y suscita en nosotros la compunción del corazón, pues la via pulchritudinis tiene este incontestable valor evangelizador. No debemos dejar que esto se pierda o se desvirtúe.

Además, la piedad popular ha de vivirse en armonía con la liturgia de la Iglesia y vinculada a los sacramentos. Las procesiones, siendo importantes, no suplen la riqueza y la hondura espiritual de la hermosa liturgia de los días de Semana Santa y de las fiestas del Señor, de la Virgen María o de los santos, que actualizan los acontecimientos redentores. Hay que cuidar y participar en las procesiones y hacerlo con la emoción a flor de piel, pero como complemento de una participación previa, activa y gozosa en las celebraciones litúrgicas (santa misa, rosario, triduo, novena, etc.) y en la recepción del sacramento de la confesión.

 

(15) Hermandades, no seducidas por la emulación, sino fraternas, libres, ejemplares y serviciales

 Nunca nos dejemos llevar por el afán de emulación ni el deseo de hacer más cosas que otras Hermandades cercanas o lejanas. La vida de las Hermandades no es un pugilato para mostrar quien es el mejor, el más fuerte o el que más cosas hace. No nos obsesionemos por la cantidad de las cosas que programamos, sino por la calidad.

Las Hermandades han de ser también libres en relación con los poderes políticos, económicos y mediáticos. La búsqueda exagerada de subvenciones de instituciones, sean del signo que sean, casi siempre suponen un cierto enfeudamiento con quienes las otorgan, coartan la libertad de los responsables y, casi sin darnos cuenta, ahondamos la secularización interna de las Hermandades.

No nos debe importar ser más pobres, hacer menos cosas, que nuestros pasos sean menos ostentosos y nuestras revistas más modestas, para ser más libres y para salvaguardar la verdadera identidad y las buenas esencias de las Hermandades.

Todo ello conduce a la ejemplaridad.  Y es que, como haya escrito el arzobispo emérito de Sevilla, monseñor Juan José Asenjo, si hubiéramos de trazar el retrato ideal del cofrade,  se describiría de esta manera: un cofrade es un cristiano que acepta y vive el mensaje del Evangelio y el estilo de vida propuesto por la Iglesia, tanto en su vida familiar como en su vida profesional, social y religiosa; un cofrade es un cristiano que encuentra y degusta en la piedad popular y en todas sus expresiones y manifestaciones uno de los lugares de referencia en la comunidad cristiana y eclesial y que nutre en buena medida su vida de fe en la religiosidad propia de estas expresiones, pero que no lo hace de modo excluyente o exclusivo, ni aisladamente en relación con el resto de los contenidos de la fe y de las praxis de la Iglesia; un cofrade es un cristiano inserto en su parroquia, que participa en la eucaristía dominical, reza, se alimenta con los sacramentos, especialmente la eucaristía y la penitencia, y colabora en las  actividades e iniciativas de la diócesis y de su comunidad parroquial; un cofrade es un cristiano que en su vida pública no oculta su condición de cristiano, sino que la muestra con alegría y convicción; un cofrade es un cristiano que vive el amor cristiano y la fraternidad y es sensible a los problemas y necesidades de sus hermanos.

Y si esto es exigible a cualquier cofrade, lo es mucho más a los Hermanos Mayores y a los miembros de sus Juntas de Gobierno, que deben ser especialmente ejemplares en su vida pública y privada y no solo porque así lo preceptúan los documentos de la Iglesia, sino porque también lo pide el sentido común.

Y junto a la ejemplaridad, el servicio. Quien aspire a ser Hermano Mayor no debe buscar el brillo social, el poder o el medro ante sus conciudadanos, sino servir humildemente al Señor, a la Iglesia y a sus hermanos, tomando buena nota de aquello que nos dice el Señor en el evangelio de San Marcos, 10,43-45: "Quien quiera ser grande entre vosotros que sea vuestro servidor y el que entre vosotros quiera ser el primero, sea siervo de todos, pues el Hijo del Hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por todos".  Por ello, tanto el Hermano Mayor, como sus compañeros de Junta de Gobierno, deben ser los primeros servidores de la Hermandad.

 

(16) Abiertas, acogedoras y disponibles a la guía de los pastores de la Iglesia

La figura del sacerdote guiando a una cofradía, como capellán, abad, consiliario o director espiritual, ha de ser clave en la vida de las Hermandades, no para anular a los cofrades y a sus juntas directivas, sino para animarlas y guiarlas. El sacerdote no lo puede ser todo en una cofradía, pero tampoco nada, pero tampoco una figura decorativa.

Y él, el sacerdote, ha de evitar la tentación de acaparar la cofradía, una tentación a evitar por los equipos directivos de las Hermandades es considerarlo como una figura prescindible o un mero objeto decorativo. Las Hermandades deben utilizar sus servicios y recabar su consejo y los sacerdotes deben brindarse a colaborar con ellas con generosidad, pues es mucho el bien que pueden hacer.

El sacerdote actúa en la vida de la Hermandad con autoridad delegada del obispo, la acompaña para que viva su auténtica identidad cristiana y eclesial, procura la formación de sus miembros, comparte con ellos el pan de la palabra y de la eucaristía, discierne entre las distintas opciones, aconsejando aquellas que están más en sintonía con el Evangelio y la doctrina de la Iglesia, es servidor y ministro de la unidad interna de la Hermandad, artesano de la paz, hermano entre hermanos, a la vez que pastor y padre de sus miembros.

Es, además, vínculo de conexión entre aquella y la Iglesia particular y universal, preservándola de un sectarismo estrecho y abriéndola a la catolicidad. Es, por último, testigo del Absoluto de Dios.

En una época como la nuestra en la que se niegan cada vez más los derechos de Dios sobre el hombre, hoy más que nunca es necesario el servicio del profeta, del abogado de los derechos de Dios. Ese es el papel de los directores espirituales, nada más y nada menos.

Y lo mismo y como instancia suprema, cabe decir en relación con el obispo, cuya responsabilidad y deber es acompañarlas, estar cerca de ellas, ayudarles para que se impregnen de espíritu cristiano y procurar que sus actividades, programas y vida asociativa esté en coherencia con ese espíritu.  No es misión del obispo coartar la legítima autonomía ni la libertad de iniciativa que la Iglesia reconoce a las asociaciones de fieles. Pero el obispo no puede ocultarse cuando estime que tiene que corregir con prudencia y mesura algo que se aparta del Evangelio.

 

 

Publicado en Nueva Alcarria el 29 de septiembre de 2023

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