Por Alfonso Olmos Embid
(Director de la Oficina de Información)
Es la palabra de moda. Todo el mundo habla de pactos tras las últimas elecciones municipales y autonómicas. Todo el mundo hace sus valoraciones y da su parecer sobre los mismos. Se habla de su legalidad, de su moralidad y de si son reflejo de lo que los votantes han determinado con su voto en las urnas. El caso es que con pactos o sin ellos, el panorama gubernamental en ayuntamientos y comunidades autónomas en nuestro país, es ahora muy variado y variopinto. Ya no hay dos colores representados, sino alguno más.
Un pacto es, según el diccionario de la Real Academia Española, un concierto o tratado entre dos o más partes que se comprometen a cumplir lo estipulado. La definición se completa añadiéndose varias matizaciones que afectan a casos singulares. Si hacemos un ejercicio más de búsqueda, en esta ocasión en el diccionario de sinónimos, encontramos que pacto es lo mismo que alianza.
En el Antiguo Testamento se hace referencia al pacto de Dios con su pueblo, y a los pactos que hizo con personajes particulares que son referentes para nuestra vida de creyentes, como Moisés o Abraham. Es la Antigua Alianza labrada en piedra y guardada en un arca. También Dios hizo un pacto con Noé con un signo muy elocuente: el arco iris.
Pero resulta que también en el cristianismo se observa un pacto de Dios. Es la Nueva Alianza, que no está escrita en piedra pero si en cada corazón de los que nos sentimos hijos de Dios. Este pacto o alianza lo protagoniza Jesús, nuestro salvador, nuestro redentor, nuestro hermano, nuestro amigo, que todo lo hizo para nuestro bien.
Todo, como se puede observar, está inventado. Si, finalmente, la geopolítica española debe estar protagonizada por pactos, es de desear que sea para bien de los ciudadanos, para que todos podamos vivir, como tantas veces rezamos en la oración de los fieles de la misa a pedir por nuestros gobernantes, con más paz, libertad y justicia.