Por Eduardo Marques Almeida
(Conferencia Santa Margarida Maria, Rio de Janeiro)
Nuestro legado
Hace muchos años que vengo intentando estudiar el tema de liderazgo en las instituciones adonde he pasado, sea como profesional, sea como miembro de la Sociedad de San Vicente de Paúl. Con la edad avanzando, confieso que este tema viene siendo más frecuente en mis reflexiones. Definitivamente, tener buenos líderes es la más grande necesidad de nuestros tiempos; por cierto, como siempre ha sido en la historia de la humanidad, y, en particular, de la salvación.
Todos nosotros somos llamados a ser líderes en el contexto de nuestras familias, de nuestras conferencias y consejos vicentinos, en nuestro trabajo, en nuestras pastorales. Somos, en particular, invitados a escribir todos los días una página de nuestro “libro de la vida”, como nuestro legado en el mundo: el libro que un día vamos a entregar a Dios, cuando Lo encontremos cara-a-cara, en el momento de nuestra partida de este mundo.
¿Qué legado, que recuerdo, queremos dejar en el mundo, para nuestros hijos, nuestros consocios vicentinos, nuestros amigos? Cuenta el dicho que, si pudiéramos definir lo que alguien pudiera decir de cada uno de nosotros en nuestro funeral, ¿que nos gustaría que dijera?
Hay líderes sobre los cuales no es necesario decir nada, solo en hablar su nombre, ya se siente una emoción por haber compartido de su presencia. San Juan Pablo II es este caso. Hay otros que nos sorprenden con la capacidad de dar ánimo. San Juan XXIII podría encuadrarse en esta situación: un papado que prometía ser de transición, tibio, fue transformado en el más grande momento de renovación de la Iglesia de muchos ciclos, con el Concilio Vaticano II. Hay líderes que son mal comprendidos en su sabiduría, pero dejan un legado de coraje, innovación y reflexión para muchos años después de su vida. Así se podría recordar al grande Benito XVI, tal vez, el más importante intelectual del siglo
Como miembros de nuestras conferencias y consejos, entiendo que debemos buscar en el alma, adonde reside el Espíritu Santo, la inspiración para el texto de nuestro “libro de la vida”. Aunque siempre seremos “humildes siervos de la viña del Señor”, Dios nos llama a tener actitudes heroicas, a ser sal de la tierra y luz del mundo, a ser más grandes que nosotros mismos. Al final, Dios “capacita a los escogidos y no escoge los capacitados”.
En tiempos de tinieblas del mundo actual, hay que salir de nosotros mismos, de nuestro pequeño mundo, de nuestra sensación de poder y gloria, para ser un líder transformador de corazones. En el encuentro con el otro, ser una semilla de amor y de esperanza, además de la fe. Nuestra Sociedad de San Vicente de Paúl, es, por cierto, una oportunidad (un Kairós) para poner en práctica las enseñanzas sobre la “cultura del encuentro” y la “Iglesia en salida” del Papa Francisco.
Como líderes vicentinos, sea en nuestras conferencias, sea en el ambiente internacional, tenemos que preguntarnos que hemos dejado en el “encuentro cara-a-cara” tanto con el Pobre, cuanto con el joven vicentino que nos mira (o nos debería mirar) como ejemplo. Me acuerdo la primera vez que me encontré con San Juan Pablo II: el Santo Padre me miró con sus ojos azules, no a mi rostro, sino en mi alma, como si yo fuera único en medio de la multitud. Fueran dos segundos que nunca me voy a olvidar. ¿Qué “recuerdo de mirada” queremos que mi prójimo vicentino lleve de mí? Esta es una pregunta que nos deberíamos hacer todos los días.
Como líderes vicentinos, sea en nuestras conferencias, sea en el ambiente internacional, tenemos que reflexionar sobre nuestra “salida” hacia el otro: ¿con que intención me encuentro con su alma? ¿qué semilla he plantado en su corazón? ¿qué voy a contar sobre esta salida al Señor, cuando Le encuentre cara-a-cara?
En tiempos de superficialidad, y, pasados unos meses de la Asamblea General Internacional de la SSVP, es nuestro deber ir a lo más profundo de nosotros mismos, en nuestra alma, y buscar el Espíritu Santo que ahí reside. Al tomar conocimiento del Espíritu Santo (conocimiento, en el sentido de sintonía de amor, como indica el Evangelio de San Juan), reflexionemos un momento sobre qué llevaremos desde Roma a los corazones de nuestros Pobres, de nuestros consocios y de nuestros hijos.
En 2010, una señora vendedora de frutas en una calle de Haití me ha dado una clase de desarrollo personal y social, cuando un camión pasó por encima de su canasta y le destrozó todo el “capital de trabajo” de su venta. Me dijo: “no se preocupe, señor, porque mañana yo empiezo nuevamente”.
¡Que Dios nos anime a empezar de nuevo y de nuevo, a cada día, para encontrar a nuestro próximo y, una vez encontrándolo, podamos transformar su corazón y el nuestro, en nuevos siervos de su viña!.
Our legacy
For many years, I have been trying to study the issue of leadership at the institutions where I have worked, as a professional, as well as a member of the Society of Saint Vincent de Paul. With the advancing of my age, this subject has been more present in my reflections. Definitely, having good leaders is the most important challenge of our times; by the way, as it has always been in human history and, particularly, in the history of salvation.
All of us are called to be leaders in the context of our families, our Vincentian conferences and councils, our work and our pastoral missions. We are, particularly, invited to write every day a page of the “book of our life”, as our legacy to the world: the book, which we will give to God, when we will find Him face to face, at the moment of our departure from this world.
Which legacy, which remembering, do we want to leave to the world, to our children, our Vincentian fellows, our friends? As a saying states, if we could define what someone could say about us at our funeral celebration, what would we like to be said?
There are leaders, about whom we don´t need to say anything: we only mention his or her name and a strong emotion comes to us, for having shared his or her presence. Saint John Paul II is a case. There are others, who surprise us with the capacity of changing the world. Saint John XXIII could represent this situation: a papacy, which was supposed to be a transition, warm, has been transformed into a moment of the largest renovation of the Church in many centuries, with the Second Vatican Council. There are leaders, who are misunderstood in their wisdom, but leave a legacy of courage, innovation and reflection, which perdures many years after their lives. I think the great Pope Benedict XVI, could be included in this group: he has perhaps been the most important intellectual person of our century.
As members of our Conferences and Councils, I understand that we should search deep in our souls, where the Holy Spirit resides, the inspiration for the text of the “book of our life”. Despite we will always be the “humble servants of the Lord´s vineyard”, God calls us to act heroically, to be salt of the earth and light of the world, to be larger than ourselves. At the end, the Lord “doesn´t choose the qualified, but qualifies the called”.
In the dark times of our contemporary world, we need to get out of ourselves, of our small world, of our sensation of power and glory, to be a leader who really changes hearts. In our encounter with our neighbor, we shall be a seed of love and hope, beyond the faith. Our Society of Saint Vincent de Paul is, surely an opportunity (a Kairos) to put in practice the teachings about the “Culture of the Encounter” and the “outward looking Church” of Pope Francis.
As Vincentian leaders, either in our Conferences, or at the international arena, we should ask ourselves what we will bring in our face to face encounter both with the Poor, and with the young Vincentian who searches (or, should search) in us the example for his or her life. I remember the first time I met Saint John Paul II: the Holy Father looked with his blue eyes, not to my face, but to my soul, as if I was a unique person in the middle of the multitude. It has been two seconds, which I will never forget. Which “remembering look” do we want our Vincentian neighbor to have of me? This is a question we should all make every day.
As Vincentian leaders, either in our Conferences, or at the international arena, we should reflect on our “outward looking” towards our neighbor: with which intention, I encounter with his/her soul? Which seed have I planted in his/her heart? What am I going to tell the Lord about this outward looking, when I encounter Him face to face?
In times of superficiality, and, after some time away from the International General Assembly of the SSVP, it is our duty to go to the deepest of ourselves, in our souls and search for the Holy Spirit, who resides there. And, after getting to know the Holy Spirit (with a tuning of love, as the Gospel of Saint John asks us), we should reflect on what will we take from Rome to the hearts of the Poor we serve, of our Vincentian fellows and of our children.
In 2010, a poor lady, who was selling fruits on the streets of Haiti, gave me a full class of personal and social development, when a truck passed over her basket and destroyed all the “working capital” of her sales. She said: “don´t worry, my friend, because tomorrow, I will start again”.
May the Lord animate us to start again and again, every day, to encounter our neighbors, and, once, finding them, transform their hearts and ours, becoming new servers of His vineyard.
Nosso legado
Faz muitos anos, venho tentando estudar o tema da liderança nas instituições onde tenho passado, seja como profissional, seja como membro da Sociedade de São Vicente de Paulo. Com a idade avançando, confesso que este tema vem sendo mais frequente em minhas reflexões. Definitivamente, possuir bons líderes é o maior desafio de nossos tempos; aliás, como sempre tem sido na história da humanidade, e, em particular, na história da salvação.
Todos nós somos chamados a ser líderes no contexto de nossas famílias, de nossas conferências, de nossos conselhos vicentinos, em nosso trabalho e em nossas pastorais. Somos, em particular, convidados a escrever todos os dias uma página de nosso “livro da vida”, como nosso legado no mundo: um livro que um dia vamos entregar a Deus, quando O encontrarmos face a face, no momento de nossa passagem deste mundo.
Que legado, que recordação, queremos deixar no mundo, para nossos filhos, nossos confrades e consocias, e para nossos amigos? Conta o ditado que, se pudéssemos definir o que alguém diria de nós no momento de nosso funeral, o que gostaríamos que dissesse?
Há líderes sobre os quais, não é necessário dizer nada: só em falar seu nome, já se sente uma emoção por ter compartilhado da sua presença. São João Paulo II personifica este caso. Há outros que nos surpreendem com a capacidade de dar ânimo: São João XXIII poderia se enquadrar neste grupo. Um papado que prometia ser de transição, morno, foi transformado no momento de maior renovação da Igreja em muitos séculos, com o Concílio Vaticano II. Há líderes que são mal compreendidos em sua sabedoria, mas deixam um legado de coragem, inovação e reflexão por muitos anos depois de sua vida. Aqui, poderíamos recordar do grande Bento XVI, talvez o intelectual mais brilhante do nosso século.
Como membros de nossas conferências e conselhos, entendo que devemos buscar na alma, onde reside o Espírito Santo, a inspiração para o texto de nosso “livro da vida”. Apesar de sempre sermos “humildes servos da vinha do Senhor”, Deus nos chama a ter atitudes heroicas, a ser sal da terra e luz do mundo, a ser maiores do que nós mesmos. No final, Deus “capacita os escolhidos e não escolhe os capacitados”.
Em tempos de escuridão no mundo atual, temos que sair de nós mesmos, de nosso pequeno mundo, de nossa sensação de poder e glória, para ser um líder transformador de corações. E, no encontro com o outro, ser uma semente de amor e de esperança, além da fé. Nossa Sociedade de São Vicente de Paulo, é, seguramente, uma oportunidade (um kairós) para colocar em prática os ensinamentos sobre a “cultura do encontro” e a “Igreja em saída” do Papa Francisco.
Como líderes vicentinos, seja em nossas conferências, seja no ambiente internacional, temos que nos perguntar que deixamos em nosso encontro face a face, tanto com o Pobre, quanto com o jovem vicentino que nos olha (ou nos deveria olhar) como exemplo. Eu me lembro da primeira vez em que me encontrei com São João Paulo II: o Santo Padre olhou com seus olhos azuis, não no meu rosto, mas em minha alma, como se eu fosse o único, no meio da multidão. Foram dois segundos que nunca vou esquecer. Que “lembrança de olhar” queremos que o meu próximo vicentino leve de mim? Esta é uma pergunta que nos deveríamos fazer todos os dias.
Como líderes vicentinos, seja em nossas conferências, seja no âmbito internacional, temos que refletir sobre nossa “saída” em direção ao outro: com que intenção me encontro com a sua alma? Que semente plantei no seu coração? O que vou contar sobre esta saída, ao Senhor, quando O encontrar face a face?
Em tempos de superficialidade, e, passado um tempo da Assembleia Geral Internacional da SSVP, é nosso dever ia ao mais profundo de nós mesmos, em nossa alma, e buscar o Espírito Santo que aí reside. Ao tomar conhecimento do Espírito Santo (conhecimento, no sentido da sintonia de amor, como indica o Evangelho de São João), reflitamos um momento sobre que levaremos de Roma aos corações de nossos Pobres, de nossos confrades e consocias, de nossos filhos.
Em 2010, uma senhora vendedora de frutas em uma rua do Haiti me deu uma aula de desenvolvimento pessoal e social, quanto um caminhão passou por cima de sua cesta e destruiu todo o “capital de giro” de sua venda. Me disse: “não se preocupe, senhor, porque amanhã, eu começo novamente”.
Que Deus nos anime a começar de novo e de novo, a cada dia, para “buscar a quem transformar e transformar a quem encontrar” no caminho que Deus pede que caminhemos!