Por Alfonso Olmos
→ Director de la Oficina de Información de la Diócesis
Con los evangelios de los cuatro domingos de este tiempo de preparación para la Navidad, nos acercamos a la celebración del nacimiento del Señor. La palabra que el Señor nos dirige, nos ayuda a encaminar nuestros pasos.
¡Velad! Es la primera palabra de este Adviento. Estar siempre en actitud de espera y vigilantes. Es difícil. Nos cuesta. Velar es estar pendiente; pero un estar pendiente que conlleva cuidar y custodiar. Cuidar nuestras formas y nuestros modos, nuestra vida y nuestra fe. Custodiar nuestro corazón moralmente, para no apartarnos de Dios.
Y al continuar el camino del Adviento ir preparados. Preparando todo lo que conforma nuestra vida, para crecer en nuestra relación con Dios. Oración, algo de austeridad o ayuno de cosas superfluas. Vivir una especie de disciplina que nos lleve al encuentro con los otros enderezando los senderos de la incomprensión, del rencor o del resentimiento; es decir abandonar lo que nos separa de los demás.
Como tercera palabra un nombre propio: Juan. Él no es la luz, y lo sabe, pero da testimonio de la luz. Sin duda, hermoso el testimonio. No en vano el nombre significa fidelidad a Dios. A veces nos creemos dioses y no lo somos. Cuanto más humildes, más cerca de la luz, más testigos de la luz. Hemos sido bautizados como hijos de la luz. Se nos confía acrecentar esa luz con fidelidad. Que, iluminados por Cristo, caminemos siempre como hijos de la luz y perseveremos en la fe.
Y por fin otro nombre propio de Adviento: María. La esclava del Señor, la que se puso a disposición de Dios, la que supo decir sí. “Hágase en mi según tu palabra”. Y eso a ella, y a nosotros, si sabemos responder lo mismo a Dios, nos permitirá vivir la alegría en plenitud. La alegría de sentirnos hijos de Dios y hermanos de Jesús que viene a nuestro mundo para salvarnos. ¿Qué más se puede pedir?