Tres años de la Ley de la Eutanasia: una mirada cristiana

Por Rafael Amo

(Delegación de Ecumenismo)

 

 

El pasado 25 de junio se presentó el prescriptivo Informe anual de evaluación de aplicación de la Ley que regula la eutanasia. Por desgracia, en Castilla-La Mancha (no se facilitan los datos por provincias) han aumentado de 7 eutanasias aplicadas en 2022, a 17 en 2023. Un desastre humanitario.

La aprobación de aquella infausta Ley ha dado al traste con siglos de humanidad en la Medicina. Una ciencia que nace para curar y para aliviar, una ciencia humanista, que por decreto de una Ley pasa a ser un instrumento de muerte.

Es cierto que quien solicita la eutanasia vive una situación de sufrimiento enorme; la ley dice que insoportable. Nadie podemos ponernos en lugar de ese enfermo con una enfermedad neurodegenerativa u oncológica, que son las enfermedades que la inmensa mayoría de los solicitantes de la eutanasia padecen; pero la historia de la humanidad y, especialmente, la historia del cristianismo y de sus santos nos enseñan que el sufrimiento y la muerte son parte de la condición humana. Normalmente son situaciones existenciales donde podemos madurar, donde más crecemos como personas:

“Todo enfermo tiene necesidad no solo de ser escuchado, sino de comprender que el propio interlocutor ‘sabe’ qué significa sentirse solo, abandonado, angustiado frente a la perspectiva de la muerte, al dolor de la carne, al sufrimiento que surge cuando la mirada de la sociedad mide su valor en términos de calidad de vida y lo hace sentir una carga para los proyectos de otras personas. Por eso, volver la mirada a Cristo significa saber que se puede recurrir a quien ha probado en su carne el dolor de la flagelación y de los clavos, la burla de los flageladores, el abandono y la traición de los amigos más queridos” (Samaritanus bonus, II).

La Ley que nos ha traído hasta aquí, hasta la desgracia de 24 personas a las que se les ha aplicado la eutanasia en estos dos años, piensa que la alternativa al sufrimiento solo puede ser la muerte. Quienes promovieron esta Ley olvidan que una de las características que nos hace humanos y que nos diviniza es la compasión: “Sufrir con el otro, por los otros; sufrir por amor de la verdad y de la justicia; sufrir a causa del amor y con el fin de convertirse en una persona que ama realmente, son elementos fundamentales de humanidad, cuya pérdida destruiría al hombre mismo” (Spe salvi 39).

Quienes promovieron esta Ley y quienes alientan su aplicación afirman que somos libres y tenemos derecho a elegir cómo y cuándo morir. Pero olvidan varios asuntos. En primer lugar, que ese deseo de elegir su muerte -convertido en derecho por esta Ley- lleva en sí una contradicción: su libertad se convierte en imposición a otros, los profesionales sanitarios que comprenden la Medicina como lo que es -el arte de curar y cuidar y no de matar. En segundo lugar, que ese deseo de elegir su muerte deshumaniza a la sociedad, ya que quiebra la confianza básica del paciente en el profesional sanitario y debilita el valor inalienable de la vida proclamado en la Declaración Universal de Derechos Humanos.

La Ley de la Eutanasia se aprobó en el Parlamento español en pleno estado de alarma -posteriormente declarado inconstitucional- sin un debate social serio y mientras el personal sanitario se dejaba la vida, literalmente, por evitar el sufrimiento y la muerte de muchos. Algo un poco esquizofrénico que ha lesionado la conciencia moral. A los cristianos nos corresponde dar razón de nuestra esperanza y de las razones que justifican el valor del don de la vida.

 

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