Por Juan José Plaza
(delegado diocesano de Misiones)
El 3 de Julio celebra la Iglesia la fiesta de Santo Tomás, apóstol, que fue uno de los doce llamados por Jesús a seguirle. Era de la ciudad de Galilea, de oficio pescador y llamado “el mellizo” (Jn. 11,16).
Según la tradición, fue a evangelizar la India, donde los cristianos del rito Malabar se dicen descendientes de los primeros cristianos convertidos por el santo apóstol. Fue martirizado en “Calamina”.
En los santos Evangelios hay referencias a este apóstol de Cristo, que nos dan a conocer algunos rasgos de su carácter y de su personalidad:
- Era un hombre de sangre ardiente y apasionado, como lo muestra el estar dispuesto a morir con Cristo, cuando éste les revela a los apóstoles que se dirige a Jerusalén, donde va a ser condenado a muerte (Jn. 11,16).
- En otro pasaje se muestra incrédulo. Cuando los demás apóstoles le dan testimonio de que han visto a Cristo resucitado su respuesta fue:” Si no veo las señales dejadas en su manos por los clavos y meto mi mano en las herida de su costado no creeré” (Jn 20, 25)
- Y, por último el santo hace una profesión de fe en Cristo, cuando éste se aparece, estando el presente y exclama, tras palpar sus heridas: “Señor mío y Dios mío” (Jn. 20,26).
El hombre del mundo presente, al que hemos de evangelizar, se Parece mucho a Santo Tomas, es muy racionalista, escéptico y positivista: “si no ve no cree”.
Es claro que nuestro Señor Jesucristo se “adaptó a las exigencias” de Santo Tomás y permitió que le palpara para suscitar su fe.
La Iglesia y los evangelizadores de estos tiempos tenemos que hacer muy presente y palpable a Jesús en el mundo y en nuestras vidas para vencer la incredulidad de los hombres. Las palabras no bastan. Ya lo decía Pablo VI: “El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los testigos que a los maestros (...), o si escucha a los maestros es porque son testigos” (EN n. 41).
Pero creo que ni tan siquiera esto basta; me atrevería a decir más, para evangelizar del mundo actual, se hace necesaria una acción extraordinaria del Espíritu; es decir, que se muestre Dios de forma contundente con signos extraordinarios.
Lo ha hecho siempre y sigue haciéndolo en la actualidad. Sí, pidamos a Dios milagros, muchos milagros, que le muestre de forma arrolladora, para que todos los que no creen puedan palparle y proclamar su fe exclamando: “Señor mío y Dios mío”.
Todo esto se lo pedimos por intercesión de Santo Tomás.