Canonización de los mártires de Damasco al servicio de la paz

Por Jesús de las Heras Muela

(Periodista y sacerdote. Deán de la catedral de Sigüenza)

 

 

 

El 20 de octubre el Papa canonizará a once mártires en Damasco, en 1860, de los cuales siete son frailes franciscanos españoles, otro austriaco y tres laicos sirios

 

 

 

 

El próximo domingo, día 20 de octubre, en la Plaza de San Pedro, el Papa Francisco canonizará a 14 beatos, entre ellos los llamados 11 mártires franciscanos y maronitas de Damasco (Siria), martirizados en 1860. Siete de estos once mártires son españoles.

También serán canonizados un sacerdote, misionero y fundador italiano (Giuseppe Allamano, 1851-1926, fundador de los Misioneros y Misioneras de la Consolata), la religiosa y fundadora italiana Elena Guerra, 1835-1914, fundadora de la Congregación de las Oblatas del Espíritu Santo, y otra religiosa y también fundadora, en este caso canadiense, Marie-Léonie Paradis, 1840-1912, fundadora de las Pequeñas Hermanas de la Sagrada Familia.

 

 

Los mártires de Damasco

El 23 de mayo de 2024, el Santo Padre Francisco aprobó los votos favorables de la sesión ordinaria de los cardenales y obispos miembros del dicasterio vaticano para las Causas de los Santos, en orden a la canonización del beato Manuel Ruiz y de siete compañeros de la Orden de los Hermanos Menores (Franciscanos), así como de los tres hermanos beatos Francisco, Mooti y Rafael Massabki, fieles laicos maronitas, todos ellos los llamados Mártires de Damasco de 1860.

El acontecimiento de este martirio se sitúa en el contexto de la persecución contra los cristianos que tuvo lugar en la ciudad de Damasco, sobre todo el 9 de julio de 1860, y días siguientes, y que causó miles de víctimas (unas veinte mil entre los asesinados en Siria y en Líbano).

En la noche del 9 de julio de 1860, un comando de alborotadores, animados por un odio religioso profundamente arraigado, consiguió penetrar por una puerta oculta, indicada por un traidor, en el convento franciscano de San Pablo. Allí fueron bárbaramente masacrados ocho frailes menores -siete de nacionalidad española y uno de nacionalidad austriaca- y tres cristianos laicos maronitas, hermanos entre ellos. Fue claramente una muerte de mártires: de hecho, antes de infligir brutalmente los golpes mortales a las once víctimas, los atacantes les pidieron que renunciaran a la fe cristiana y abrazaran el islam, invitación que rechazaron con decisión.

 

Razones y contexto de la canonización

El resurgimiento de esta causa de canonización ha sido posible por la creciente reputación del martirio y el número cada vez mayor de signos atribuidos a la intercesión de los once mártires de Damasco, así como por la difusión de su culto. A ello se asoció la esperanza de que su canonización pudiera ser un mensaje de diálogo, paz y unidad en el contexto de Oriente Medio, cada vez menos sereno y más agitado por vientos de guerra.

Y en este sentido, elevaron al Papa la postulación de la canonización el Santo Sínodo de los Obispos Maronitas, los superiores mayores de los Franciscanos, su ministro general y custodio de Tierra Santa. Se añadía, el contexto de los distintos centenarios franciscanos, que culminarán en 2026 con el octavo centenario de la muerte de san Francisco de Asís.

Los custodios de los Santos Lugares de Tierra Santa son, desde hace casi ocho siglos, hijos de san Francisco de Asís, quien en 1219 había predicado el Evangelio al sultán de Egipto.  Y desde entonces, se han encargado de conservar y restaurar las basílicas cristianas, y cuidaron de los peregrinos y fieles residentes en los principales centros de Oriente Próximo. Desde el siglo XVI, se abrieron conventos y escuelas gratuitas en casi todas partes, sin excluir Damasco, capital de Siria, muy relacionada con el apóstol san Pablo.

 

Persecución a los cristianos

A lo largo de los siglos, los franciscanos de Tierra Santa han sufrido masacres, acosos y expulsiones, pero su amor por la tierra de Jesús nunca flaqueó. En julio de 1860 se enfrentaron, en Damasco, a una sangrienta persecución por parte de los musulmanes drusos, apoyados por las autoridades turcas locales. Unos años antes (1853-1855) Turquía y sus aliados franceses, ingleses y piamonteses habían librado una guerra en Crimea contra Rusia, porque esta potencia pretendía el dominio exclusivo de los Lugares Santos y el desmembramiento del Imperio Otomano.

Se puso fin a esta situación en el congreso y tratado de París (1856). En él se reconocía, por primera vez en la historia, a Turquía como potencia, con la misma personalidad jurídica que los estados cristianos. Como consecuencia, el sultán se vio obligado a reconocer la libertad de culto para cualquier comunidad religiosa residente en su imperio y admitir a todos los súbditos en cargos públicos, sin distinción de raza o culto.

Pero para los musulmanes, ese gesto significó un insulto al Corán, por lo que no se limitaron a protestar, sino que invitaron a todos sus correligionarios a reaccionar contra las políticas del sultán.  Y en las impenetrables montañas del Líbano, la obstinada aversión de los musulmanes drusos hacia los cristianos fue fraguándose en abierta y sangrienta persecución.  Y en comienzo del verano de 1860 hasta de las mismas mezquitas llegaban palabras incendiarias y grupos sospechosos de drusos y musulmanes recorrían las calles del barrio cristiano cantando: “¡Oh, qué dulce es, oh, qué dulce es masacrar a los cristianos!”.

Los acontecimientos y la furia persecutoria se desataron el 9 de julio cuando una turba enfurecida salió a las calles. El primer ataque relámpago tuvo como objetivo la residencia del Patriarcado griego no unido. Ningún rincón del barrio escapó a la devastación y al saqueo.

El superior de los franciscanos, Manuel Ruiz, no tuvo la preocupación de refugiarse en el palacio del emir, como habían hecho los demás religiosos, porque los muros del convento eran muy sólidos y las puertas de acceso a la iglesia y al claustro estaban protegidas por grandes láminas de hierro. De hecho, el intento de los insurgentes de forzar la entrada había fracasado.

Detrás del convento había una pequeña puerta en la que nadie había pensado. Fue denunciada a la plebe por un traidor judío, servidor de los franciscanos y beneficiado por ellos, y pasada la medianoche irrumpió gritando en el convento. Y allí, bárbaramente, se produjeron el asesinato y martirio de los ocho frailes franciscanos y de los tres fieles católicos maronitas.

Los cuerpos de los once mártires fueron colocados en un sótano del convento, de donde fueron retirados en 1861 para ser colocados en dos ataúdes y enterrados en una tumba abierta en el suelo de la iglesia. Los fieles no tardaron en venerarlos como mártires y obtener gracias y milagros en el contacto con sus reliquias.

 

Ocho mártires franciscanos y tres laicos maronitas

De los mártires de Damasco, siete son franciscanos frailes menores españoles: Manuel Ruiz, superior de la comunidad, nacido en San Martín de Ollas (Burgos) el 5 de mayo de 1804 (†56 años); Carmelo Bolta, nacido en Real de Gandía (Valencia) el 29 de mayo de 1803 (†57 años); Nicanor Ascanio, nacido en Villarejo de Salvanés (Madrid) en 1814 (†46 años); Pedro Soler, nacido en Lorca (Murcia) el 28 de abril de 1827 (†33 años); Nicolás Alberca, nacido en Aguilar de la Frontera (Córdoba) el 10 de septiembre de 1830 (†30 años); Francisco Pinazo, nacido en Alpuente (Valencia) el 24 de agosto de 1802 (†58 años) y Juan Jacobo Fernández, nacido en Carballeda de Cea (Orense) el 29 de julio de 1808 (†52 años).

También forman parte del grupo de estos mártires el austriaco Engelberto Kolland, nacido en Salzburgo el 21 de septiembre de 1827 (†33 años), asimismo franciscano; y los tres seglares maronitas, lo hermanos Massabki: Francisco, casado y padre de familia, comerciante; Abd-el-Mooti, también casado y padre de familia, profesor en el colegio francisano de Damasco; y Rafael, soltero y sacristán de la iglesia franciscana en Damasco.

Los mártires de Damasco fueron beatificados por el Papa Pío XI el 10de octubre de 1926, y su fiesta se fijó para el 10 de julio, día en cuya madrugada del año 1860 tuvo lugar su martirio. Las reliquias de estos mártires son veneradas en la iglesia dedicada a San Pablo de Damasco y servida por los Franciscanos.

 

Imagen oficial para la canonización

La imagen oficial (el tapiz que se descolgará de la fachada de la basílica vaticana) de la canonización, el 20 de octubre de 2024, de los mártires franciscanos y maronitas de Damasco es obra gráfica del ilustrador Andrea Pucci, a quien se debe, entre otras cosas, el gran ciclo iconográfico de los santos que decora el interior de la parroquia romana de los Santos Fabián y Venancio.

Los santos mártires de Damasco están representados como una fraternidad en torno a la eucaristía. Los santos hermanos Massabki vivieron una relación de familiaridad y estrecha colaboración con los religiosos, siendo Francisco procurador del convento, Mooti educador en la escuela de los muchachos, Rafael disponible para cualquier necesidad.

San Manuel Ruiz, superior del convento, con estola roja, sostiene la píxide con la sagrada comunión, que es el centro de la composición. Por las actas del martirio sabemos que la noche del 9 de julio de 1860, ante el mayor peligro, todos los que eran presentes en el convento – frailes y seglares – se reunieron en la iglesia para rezar, confesarse y comulgar y encontrar fuerzas en la eucaristía. Cuando los asesinos irrumpieron en el convento, el padre Manuel Ruiz se dirigió rápidamente al sagrario para consumir las especies eucarísticas restantes. Allí, a los pies del altar, cayó víctima del odio a la fe.

A la derecha de la composición, junto al superior su vicario, Carmelo Bolta, vicario de la comunidad, mostrando la cruz de Jerusalén identificativa de la Custodia de Tierra Santa; y, arrodillado, Pedro Soler, uno de los hermanos más jóvenes de la comunidad.

A la izquierda de la composición, los tres santos hermanos Massabki, Francisco, mostrando el escudo del Patriarcado Católico Maronita; Mooti con la palma, signo del martirio; y Rafael, el más joven de los tres, con las manos cruzadas como recuerdo de su amor a la oración.

Rodeando a las figuras del primer plano se encuentran todos los demás mártires franciscanos, a cada uno de los cuales se ha intentado atribuir un parecido lo más cercano posible a su fisonomía real.

Para el fondo de la composición se ha elegido el color del cielo, mientras que, en la parte inferior, tomada de antiguas fotografías del siglo XIX, se reproduce la ciudad de Damasco, lugar del martirio y comunidad sobre la que los santos mártires ejercen su especial protección.

 

Publicado en Nueva Alcarria el 11 de octubre de 2024

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