Por Jesús de las Heras Muela
(Periodista y sacerdote. Deán de la catedral de Sigüenza)
Esta semana, concluimos la publicación integra el Vía Crucis por las Vocaciones Sacerdotales preparado para el Día del Seminario, en torno a la fiesta de San José
El rezo del Vía Crucis comienza con el saludo litúrgico habitual en este tipo de celebración. Se enuncia cada una de las estaciones y se aclama, a continuación “Te adoramos, oh, Cristo, y te bendecimos, porque con tu cruz redimiste al mundo”. Sigue la reflexión, en el modo que corresponda al hilo de cada estación y su contenido e interpelaciones.
Cada estación concluye con una jaculatoria (en este Vía Crucis vocacional es esta: “Señor, danos muchos y santos sacerdotes”) y el rezo del Padre Nuestro, Ave María y Gloria.
Tras la última estación, se reza esta oración final: “Señor Jesucristo, Buen Pastor y Cordero inmaculado que quitas el pecado del mundo, haz que tu cruz sea nuestro camino cotidiano hacia la gloria de la resurrección y, de igual forma que tú has salvado al mundo por la cruz, nosotros queremos ayudarte a salvarlo a él”.
Décima estación: Jesús es despojado de sus vestiduras
Lectura del evangelio según san Mateo (27,33-36): “Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota (que quiere decir «La Calavera»), le dieron a beber vino mezclado con hiel; él lo probó, pero no quiso beberlo. Después de crucificarlo, se repartieron su ropa echándola a suertes y luego se sentaron a custodiarlo”.
Plegaria para la meditación: “En tu desnudez, Cristo crucificado, abrazas la vergüenza del pecado que despoja al hombre de lo humano, que lo hiere y lo ultraja en su intimidad, en su fecundidad, en su dignidad. Has venido a salvarnos de todo eso. Pero tu desnudez también nos permite verte como el esposo que se entrega por entero a su esposa, la Iglesia. La vida célibe de tus sacerdotes es signo en medio de tu Iglesia que hace presente tu amor de Esposo. Que sepamos valorar el don que haces a tu Iglesia con la vida consagrada de tus sacerdotes. Y a ellos, dales la gracia para vivir su consagración como expresión de amor pleno, libre y fecundo; un amor que se nutra en la relación contigo: cotidiana, afectuosa, enamorada. Que la vida célibe y gozosa de tus sacerdotes sea testimonio verdadero de que solo tú, Jesucristo, cumples los anhelos más profundos de nuestro corazón”.
Undécima estación: Jesús es crucificado
Lectura del evangelio según san Mateo (7,37-42): “Encima de la cabeza colocaron un letrero con la acusación: «Este es Jesús, el Rey de los judíos». Crucificaron con él a dos bandidos, uno a la derecha y otro a la izquierda. Los que pasaban, lo injuriaban y decían meneando la cabeza: «Tú que destruías el templo y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, baja de la cruz». Los sumos sacerdotes con los letrados y los senadores se burlaban también diciendo: «A otros ha salvado y él no se puede salvar. ¿No es el rey de Israel? Que baje ahora de la cruz y le creeremos»”.
Plegaria para la oración: “Ahora contemplamos tus manos y pies taladrados por los clavos que te unen al madero, después, pronto, contemplaremos esas llagas revestidas de gloria en la resurrección y esperamos, un día, en el cielo, poder tocar y besar estas santísimas heridas que nos han curado. Tus heridas nos recuerdan que hay esperanza para las nuestras, que tú eres capaz de transformar nuestras heridas en canal de gracia y salvación para otros, que, en tu misericordia, nuestras heridas son sanadas y que las cicatrices del corazón se convierten en prueba de lo que has hecho en nosotros. Señor, que tus sacerdotes porten el aceite del consuelo y el vino de la esperanza a los heridos de corazón; vida y esperanza que nos llega a través de los sacramentos. Dales a tus sacerdotes un corazón que vibre contigo cada vez que celebran los sacramentos y que encuentren su plenitud y descanso en cada eucaristía, en la que se unen a tu sacrificio en el altar de cruz, cuerpo entregado y sangre derramada por la vida del mundo”.
Duodécima estación: Jesús muere en la cruz
La estación, como las demás, comienza y acaba tal y como se indicó al comienzo. La lectura bíblica del evangelio según san Juan (19,28-30): “Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, para que se cumpliera la Escritura, dijo: «Tengo sed». Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo: «Está cumplido». E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu”.
Y la plegaria-meditación reza así: “Hasta el extremo, Jesús, nos has amado hasta el extremo. He aquí el centro del universo y el eje de nuestra existencia: tu cruz, tu vida entregada por nosotros en la cruz. Que contemplarte así nunca deje de conmovernos hasta lo más pro fundo, con una conmoción que sea movimiento de conversión. Tú dijiste que cuando fueses elevado atraerías a todos hacia ti. La cruz es tu púlpito más elevado y tu muerte, el grito del pastor que llama a su rebaño. Jesús, te pedimos que muchos jóvenes se dejen con mover por el grito de tu amor en la cruz, y, atraídos por ti, puedan preguntarte qué quieres de ellos. Te pedimos por aquellos a los hoy estás llamando al ministerio sacerdotal, para que puedan oír tu voz y no tengan miedo a decir que sí a su vocación; que cuenten con sacerdotes que les ayuden a discernir tu llamada y a vivir su formación con alegre responsabilidad. Te pedimos por los seminaristas, por su fidelidad y perseverancia. Y te pedimos por aquellos a los que has encomendado la delicada tarea de su formación, para que, dóciles a tu Espíritu, sean instrumentos para la santidad de tus seminaristas”.
Decimotercera estación: El descendimiento de Jesús en los brazos de María
Lectura del evangelio según san Lucas (1,46-50): “María dijo: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humildad de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí: su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación».
Esta es la plegaria-meditación: “María, madre de los sacerdotes, al contemplarte al pie de la cruz con tu hijo muerto en brazos, te pedimos por todos los sacerdotes del mundo, sostenlos en tus brazos de madre, custodia su vida y su fidelidad y ayúdales siempre a mirar a tu Hijo Jesús. Te pedimos, Virgen María, por los sacerdotes mayores, quizá solos o enfermos, que se preparan para el día más importante de su vida, el de encontrarse cara a cara con tu Hijo. Te pedimos por los sacerdotes difuntos, en especial por los que han sido instrumento de la gracia de Dios en nuestra vida: el sacerdote que nos bautizó, el que nos dio el Cuerpo de tu Hijo por primera vez, el que nos acompañó el día de nuestra boda y en el entierro de nuestros seres queridos, el que nos confortó con el sacramento de la unción y que nos escuchó paciente en la confesión. Virgen María, madre de los sacerdotes, te pedimos por todos ellos”.
Decimocuarta estación: Jesús es sepultado
Lectura del evangelio según san Mateo (27,59-61): “José, tomando el cuerpo de Jesús, lo envolvió en una sábana limpia, lo puso en el sepulcro nuevo que se había excavado en una roca, rodó una piedra grande a la entrada del sepulcro y se marchó. María Magdalena y la otra María se quedaron allí sentadas enfrente del sepulcro”.
Y proseguimos orando con esta propuesta de meditación: “«Dadme su cuerpo». José de Arimatea fue a reclamar el cuerpo de Jesús, pidiendo autorización a Pilato para bajarlo de la cruz y darle sepultura. Reclamó el tesoro más valioso de la historia que no son joyas ni oro: tu cuerpo, Jesús. Hoy tu Iglesia también pide, «dadme su cuerpo», porque sin ti no vive. Y tú no dejas de entregarnos tu Cuerpo como alimento de vida a través del ministerio de tus sacerdotes. Que no falten nunca a tu Iglesia suficientes sacerdotes para que podamos recibirte a ti a través de los sacramentos y de la Palabra. Sacerdotes, sembradores de esperanza, de la única y verdadera esperanza, la que viene de ti. Sembradores de esperanza en los sepulcros. Sembradores de esperanza en los que la vida parece haber terminado, sembradores de esperanza en medio de la experiencia de la muerte. Sacerdotes sembradores de esperanza que delante, en medio y detrás de tu rebaño, sean peregrinos de esperanza junto con tu grey, hasta la plenitud de tu reino. Amén. V Señor, danos muchos y santos sacerdotes”.
Publicado en Nueva Alcarria el 28 de marzo de 2025