Por Jesús de las Heras Muela
(Periodista y sacerdote. Deán de la catedral de Sigüenza)
Convaleciente de una neumonía bilateral que le tuvo hospitalizado 38 días, un mes después del alta hospitalaria, fallece Francisco, con 88 años, doce de ellos como Papa
A las 10 de la mañana del lunes 21 de abril, lunes de Pascua, la Santa Sede hacia pública la muerte del Papa Francisco, tras un comunicado al respecto, trece minutos antes, del cardenal Kevin Joseph Farrell, camarlengo de la Santa Romana Iglesia, quien, con dolor, anunció con estas certeras palabras el fallecimiento del Papa Francisco:
«Queridos hermanos y hermanas, con profundo dolor debo anunciar la muerte de nuestro Santo Padre Francisco. A las 7:35 de esta mañana, el Obispo de Roma, Francisco, ha vuelto a la casa del Padre. Toda su vida ha estado dedicada al servicio del Señor y de su Iglesia. Nos enseñó a vivir los valores del Evangelio con fidelidad, valentía y amor universal, especialmente en favor de los más pobres y marginados. Con inmensa gratitud por su ejemplo de verdadero discípulo del Señor Jesús, encomendamos el alma del papa Francisco al amor infinito y misericordioso de Dios Uno y Trino».
Nacido en Buenos Aires el 17 de diciembre de 1936, Jorge Mario Bergoglio fue jesuita, obispo auxiliar y después arzobispo de Buenos Aires y desde el 13 de marzo de 2013, Obispo de Roma y Pastor Supremo de la Iglesia universal. Sus doce años calzando las sandalias del Pescador han sido intensísimos, apasionantes, trepidantes.
¿Y cómo definir en una frase a Francisco y a su servicio como papa? Francisco ha sido el papa venido del Sur, el primer papa americano, el primer papa jesuita, el papa de las sorpresas (… hasta su muerte, más allá de su enfermedad previa, ha sido una sorpresa) y de las novedades, el papa de los pobres, el papa de la alegría, el papa de la misericordia y de la ternura, el papa del pueblo. El papa que ha querido serlo de todos, todos, todos.
Ha sido, englobando todo lo anterior y como definición y descripción más plena, el papa de las reformas, el papa reformista, el papa que trabajó por una reforma integral de la Iglesia y que lo hizo predicando con el ejemplo. De él, como de Pablo VI afirmara de su antecesor, Juan XXIII, bien podríamos decir que “su legado no cabe en su sepultura”.
Con todo, he aquí, con sus mismas palabras, cinco rasgos, cinco claves esenciales, para acercarnos a esta figura y a este legado del Papa Francisco:
1.- La centralidad de Jesucristo. “Lo importante es el encuentro con Jesús, el encuentro personal con Él, porque es justamente Él el que da la fe”. Papa también como Benedicto XVI de lo esencial, Francisco ha abundado constantemente en la centralidad de la fe cristiana, de la fe que transforma la vida.
“¿Quién es lo más importante? Jesús. Si seguimos adelante con la organización, con otras cosas, con cosas bonitas, pero sin Jesús, no seguimos adelante, la cosa no funciona. Jesús es más importante. Ahora quisiera hacer un pequeño reproche, pero fraternalmente, entre nosotros. Todos habéis gritado en la plaza: «¡Francisco, Francisco, Papa Francisco!». Pero Jesús, ¿dónde estaba? Yo habría querido que gritarais: «¡Jesús, Jesús es el Señor y está precisamente entre nosotros!». De ahora en adelante, nada de «Francisco», sino ¡«Jesús»!”.
Y es que lo esencial del ser cristiano es “creer en Jesucristo, muerto y resucitado por nuestros pecados, y amarse unos a otros como Él nos ha amado”. Y este sentido, Francisco, como ya afirmó en su primera misa, el jueves 14 de marzo de 2013, apenas veinticuatro horas de su elección, solo somos y seremos seguidores de Cristo cargando con cruz, única y definitiva esperanza y salvación.
2.- La novedad, la permanente novedad del Evangelio y de la condición de ser cristianos discípulos misioneros. Se trata de no acostumbrarnos, de no acomodarnos, de no instalarnos en una fe de salón o de fachada, facilona, cómoda, acomodaticia, cansada, adormilada, aburguesada, sin nervio evangelizador, sin capacidad de asombro, sin apertura efectiva y afectiva a la providencia, sin demanda de la conversión permanente.
Una novedad que nos ha de llevar a la transformación –fruto de la conversión del encuentro renovado con Jesucristo- y que se traduce, avala y aquilata en el testimonio y en la coherencia de vida. “No nos contentemos con una vida cristiana mediocre. Caminemos con decisión hacia la santidad”. Y “no podemos ser cristianos por instantes. Busquemos vivir nuestra fe en cada momento, cada día”.
3.- La eclesialidad y la sinodalidad. “Las dificultades de la vida humana cristiana no se superaron fuera, sino dentro de la Iglesia”. “Caminar juntos en la Iglesia, guiados por los pastores, que tienen un especial carisma y ministerio, es signo de la acción del Espíritu Santo; la eclesialidad es una característica fundamental para los cristianos, para cada comunidad, para todo movimiento. La Iglesia es quien me trae a Cristo y me lleva a Cristo; los caminos paralelos son peligrosos. Cuando nos aventuramos a ir más allá de la doctrina y de la comunidad eclesial, y no permanecemos en ellas, no estamos unidos al Dios de Jesucristo”.
“La Iglesia no es un movimiento político, ni una estructura bien organizada: no es esto. Nosotros no somos una ONG, y cuando la Iglesia se convierte en una ONG, pierde la sal, no tiene sabor, es solo una organización vacía. Y en esto, sed astutos, porque el diablo nos engaña, porque existe el peligro del eficientismo. Una cosa es predicar a Jesús, otra cosa es la eficacia, ser eficientes. No, ese es otro valor. El valor de la Iglesia, fundamentalmente, es vivir el Evangelio y dar testimonio de nuestra fe. La Iglesia es sal de la tierra, es luz del mundo; está llamada a hacer presente en la sociedad el fermento del Reino de Dios, y esto lo hace, ante todo, con su testimonio: el testimonio del amor fraterno, de la solidaridad, de la compartición”.
Y la eclesialidad desde la sinodalidad. Sinodalidad de sínodo y sínodo que es hacer camino juntos. Sínodo que es escucha, oración, diálogo, consulta, encuentro, celebración, comunión, corresponsabilidad, participación, inclusión, revisión y todo ello para la misión. Sinodalidad que es “el camino de la Iglesia en el tercer milenio”.
4.- Una renovada opción preferencial desde el Evangelio por los pobres. Una Iglesia pobre y para los pobres que ha de ser una prioridad absoluta para los cristianos.
“La pobreza, para nosotros los cristianos, no es –afirmó en la vigilia de Pentecostés- una categoría sociológica o filosófica o cultural; no: es una categoría teologal. Diría tal vez que es la primera categoría, pues ese Dios, el Hijo de Dios, se abajó, se hizo pobre para caminar con nosotros por la calle. Y esta es nuestra pobreza: la pobreza de la carne de Cristo, la pobreza que nos trajo el Hijo de Dios con su encarnación. Una Iglesia pobre para los pobres empieza por ir hacia la carne de Cristo. Si vamos hacia la carne de Cristo, empezamos a entender algo, a entender qué es esta pobreza, la pobreza del Señor”.
Una Iglesia pobre y para los pobres que, revestida, ungida de la coherencia de vivirlo ella misma en primera persona, sepa denunciar las injusticias que asolan a nuestro mundo. Y así, en varias y numerosas ocasiones, Francisco ha denunciado la trata de seres humanos, el trabajo esclavo, la esclavitud todavía persistente en distintos lugares del mundo y la cultura del descarte o del desecho. Y también, desde la luz del Evangelio y de la Doctrina Social de la Iglesia, ha abordado el tema de la crisis económica, clamando por la justicia y la solidaridad. “El tesoro de los pobres” ha definido Francisco, en hermosísima frase, a la solidaridad.
5.- Y todo ello con ardor misionero, saliendo a las periferias, en misión permanente, con estilo samaritano y cristiano.
“Una Iglesia que no sale, a la corta o a la larga, se enferma en la atmósfera viciada de su encierro. Es verdad también que a una Iglesia que sale le puede pasar lo que a cualquier persona que sale a la calle: tener un accidente. Ante esta alternativa, les quiero decir francamente que prefiero mil veces una Iglesia accidentada que una Iglesia enferma. La enfermedad típica de la Iglesia encerrada es la autorreferencial; mirarse a sí misma, estar encorvada sobre sí misma como aquella mujer del Evangelio. Es una especie de narcisismo que nos conduce a la mundanidad espiritual y al clericalismo sofisticado, y luego nos impide experimentar la dulce y confortadora alegría de evangelizar”.
Y todo ello, todo esto, todo lo anterior ¿cómo?: con el estilo del Buen Samaritano. Siendo servidores y serviciales y no creernos dueños y señores porque para el cristiano el verdadero poder es servir, es amar.
Un estilo de Buen Samaritano que se realiza, se vive y se transmite, ¿cómo?: con paciencia, con humildad, con misericordia, con ternura, con bondad, reconociendo en los humildes y en los humillados, en los pobres, en los enfermos, en los ancianos, en los niños, en los necesitados, en quienes viven en las periferias existenciales de la vida la carne de Cristo. Porque no valen ni la pobreza teórica, ni las palabras, ni los planteamientos abstractos y genéricos. La pobreza del Evangelio, la primera bienaventuranza del Evangelio, la sabiduría del Evangelio, “se aprende tocando la carne de Cristo pobre en los humildes, en los pobres, en los enfermos, en los niños”. Se aprende, se vive y se transmite siendo pastores, en medio de la grey, siendo pastores, sí, con olor a oveja, siendo cristianos con aroma de humanidad, siendo fieles y creyentes con fragancia de fieles y de creyentes. Pastores entre la grey y cristianos entre los hombres.
Siendo, en suma, cristianos y viviendo el transmitiendo la alegría de Evangelio de Jesucristo, una alegría que nadie nos deberá arrebatar, la alegría que transforma para bien la humanidad y la hace más de Dios y más de los hombres. La alegría se sabernos fundamentados y anclados en la esperanza que no defrauda.
Publicado en Nueva Alcarria el 25 de abril de 2025