Por Sandra Pajares
(maestra)
“Dicen que hace unos años, un hombre cualquiera, preparaba su equipaje para partir de vacaciones. Cuidadosamente fue introduciendo en la maleta todo aquello que preveía iba a necesitar: pantalones, camisetas, libros de lectura, cámara de fotos… Cuando terminó de colocar cada cosa en su compartimento, todavía tuvo el tiempo suficiente y la paciencia de repasar, de nuevo, la lista que había confeccionado días atrás.
¡Creo que está todo! Se decía. El secreto para pasar unas buenas vacaciones está en la correcta elección del lugar y en procurarse lo necesario para disfrutar a tope… cueste lo que cueste.
Temprano, de madrugada, para evitar el calor, partió nuestro hombre cualquiera hacia un lugar cualquiera, seguro de disfrutar de unos días maravillosos. Nada más llegar al apartamento, en primera línea de playa, comenzó a colocar cada cosa en su sitio. Aquí, la ropa, aquí mis libros, aquí el reproductor de música, aquí la tablet…
Conforme pasaban los días, y a pesar de ir cumpliendo cada uno de los planes programados, se iba dando cuenta de que no lograba sentirse lo bien que había imaginado en la lejanía. Algo le faltaba y no sabía lo que era. Comenzó a repasar de nuevo aquella lista y a comprobar todas y cada una de las cosas que minuciosamente había estudiado y apuntando esperando encontrar aquello que le faltaba y que creía olvidado.
De repente sonó el móvil, y escuchó al otro lado la voz familiar de un amigo recordándole quién era, entonces pudo percatarse de que no había hecho la maleta correctamente, que había sido él mismo el que se había quedado olvidado en casa.”
Todos los veranos me gusta recordar este cuento, me ayuda a vivir con los pies en la tierra y a valorar mejor mi tiempo. Hoy quiero compartirlo. Muchas veces sentimos la necesidad de marchar en nuestros días de vacaciones con la intención de escapar de la rutina del curso o con el objeto de descansar de la frenética actividad del trabajo, las obligaciones, la familia… Y como el hombre cualquiera buscamos un lugar donde “huir”, intentando dejar todo lo que nos pesa.
Hace tiempo, leí una reflexión en una sencilla revista parroquial que viene ahora al hilo de nuestro cuento. Hablaba sobre la diferencia que existe entre la palabra VACACIÓN y la palabra VOCACIÓN. A primera vista distan en una sola letra. Pero hay mucho más. Vocación significa llamada y vacación equivale a vaciar, a dejar espacio.
Si la vocación es una llamada, nos exige una respuesta. Debemos responder también en verano. Si vacación es dejar espacio, que no se nos olvide vaciarnos de aquello que nos aleja de nosotros mismos, de los demás y de Dios.
¿Y tú, cómo vives tus vacaciones?
Las vacaciones no deberían ser tiempo de vagancia, de vacío, de apartar el espíritu. Deberían ser un tiempo ocioso de convivencia, de encontrarse con nosotros mismos, con los demás y con Dios. Disfruta de tu tiempo de vacaciones y vive la vocación también en vacaciones.