GRANITOS DE MOSTAZA
Por Álvaro Ruiz Langa
(Delegado diocesano de MCS)
La expresión “hacer el agosto” da pie al título de esta columna usando uno de tantos juegos que permiten las palabras, el inacabable lenguaje. “Hacer agosto” significa otra realidad. El primer dicho, casi proverbial, da la idea de hacer un buen negocio por referirse a la recolección agrícola que acopia cereales y semillas. Se comprende mejor todavía este valor en la doble expresión de otros siglos, como escribe Cervantes en La Gitanilla: “hacer su agosto y su vendimia”. El título ahora empleado se queda en los escaños discretos de la expresión. De las muchas acepciones que el diccionario recoge para el verbo hacer, aquí se aplica la directa y llana, la primera, que alude a producir o dar el ser. Hacer agosto será, por tanto, vivir el mes según lo que le es genuino. Darle al tiempo, la sucesión de días y los momentos con su circunstancia, lo que el mes guarda en su alforja.
El mes de más fiestas. Fiestas populares y fiestas religiosas llenan los agostos de nuestras geografías mediterráneas. En los 31 días del octavo mes del año, el calendario católico oficial sitúa más celebraciones litúrgicas que en ningún otro mes: un total de 22 memorias y fiestas. En desglose, una solemnidad mariana, tres fiestas, diez memorias y ocho memorias libres. En la mente de todos están. La Asunción de María, titular de la diócesis y de más de cien parroquias. San Bartolomé y santo Domingo, que lo son de ocho cada uno, además de patrones de fiesta mayor, como el inalcanzable san Roque, que mueve más fiestas que ningún otro santo o santa. Y san Agustín y san Benito y san Lorenzo…
Hacer tradición. Lo primero que implican las fiestas, junto al sentido jubiloso y lúdico, es revivir y fortalecer la tradición. Nadie se para a preguntar la razón de unos días de fiesta en el pueblo. Se siente así puesto que así se ha heredado de los antecesores; y aunque las modas traigan nuevos modos, lo sustancial del hecho festivo se repite, permanece. Como una raíz demasiado profunda, imposible de arrancar. Y si en algún caso esa raíz muriera, algo mucho mayor estaría feneciendo en la comunidad humana en cuestión. Hacer tradición es comulgar con los antepasados.
Hacer pueblo. Agosto es el mes que mayor número de fiestas populares reúne por haberse convertido en el período en que más habitantes se juntan en los pueblos. Lo uno va con lo otro, como el haz y el envés. Semejante condición solicita el empeño positivo de todos, o al menos de la mayoría, por contribuir en cuanto enriquezca a la comunidad. Lograr que se hable bien de “mi pueblo”. Ahí puede estar la clave del hacer pueblo. Y para ello hay que aportar. A veces serán ideas y sugerencias para el programa; en otros momentos, colaboraciones de diverso género; y algún rato, en tantos ratos, aportar la presencia y el ánimo festivo. Con estos comportamientos enlaza otro más complicado pero posible: el de volver al pueblo de continuo, cuando se pueda, para la fiesta…
Hacer parroquia. En los pueblos está claro. En verano hay más gente y a las misas acuden muchas más personas; de todas las edades. La comunidad parroquial se modifica. En consecuencia, también varían las celebraciones religiosas; al menos, el ambiente. Por eso, y como yendo en paralelo al párrafo anterior, cabe pensar en planes de “hacer parroquia”. ¿Que el propósito y las propuestas tienen un fuste y la realidad contante y sonante otro? Nadie va a montar discusión a este propósito. Sin embargo, sí que debería admitir la posibilidad de algunas vías “de nueva evangelización” que sirviesen y ayudasen a hacer parroquia en agosto y durante todo el tiempo vacacional del estío.