Por Alfonso Olmos Embid
(Director de la Oficina de Información)
En un tiempo marcado por la desconfianza y por la sombra de la corrupción que alcanza a tantas personas y ámbitos de responsabilidad en nuestra sociedad y en nuestro país, la llamada a la santidad resuena con más fuerza que nunca. La santidad no es un ideal lejano, sino un camino de coherencia, justicia y amor sincero al que todos los cristianos estamos invitados.
Ser santo hoy significa vivir con honestidad en lo pequeño y en lo grande, actuar con transparencia, servir sin buscar intereses personales y poner la verdad por encima de la conveniencia. Frente a la cultura del egoísmo y la ambición, la santidad propone la cultura de la entrega y la luz.
La Iglesia nos invita a redescubrir este camino como respuesta a las heridas de nuestro tiempo. Solo desde corazones limpios y manos abiertas podrá renacer la confianza y construirse un mundo más justo y fraterno. El lema del Día de la Iglesia Diocesana de este año nos recuerda que cada uno de nosotros podemos dar testimonio de santidad en nuestro tiempo, viviendo las circunstancias cotidianas a la luz del evangelio. Ojalá lo consigamos.
















