Por Agustín Bugeda Sanz
(Vicario general)
Al pensar el acontecimiento principal de este mes de agosto para comentar en estas líneas, continuamente me viene a la mente la partida a la casa del Padre de sacerdotes venerables de nuestra Diócesis que nos dejan un gran vacío en el presbiterio diocesano.
En el pasado mes de julio fallecía D. Luciano Ruiz, siempre misionero incansable tanto en tierras lejanas como cercanas. Y en el mes de agosto nos han dejado D. Félix Ochayta, nuestro rector y profesor, punto de apoyo para tantas generaciones de sacerdotes, y D. Ángel Chicarro, incansable y buen pastor por tantas parroquias y sobre todo durante muchos años en su querida Mondejar donde ha dejado en muchos sentidos una huella imborrable.
Todos ellos son como los padres de una familia, que aunque últimamente estaban mayores y enfermos, seguían aportando su presencia callada, su oración, su mirada, su consejo.
Con otros sacerdotes hemos comentado que al irse muriendo estas personas venerables que han sido punto de referencia para muchos de nosotros, notamos lo mismo que en las familias: que una parte de la misma, los que siempre han estado ahí, ya no están y que su vacío difícilmente se llenará.
Personalmente cuando veo estos sacerdotes mayores, entregados, con ilusión, apoyándonos y preocupados por la Diócesis, por la Iglesia, por el mundo… siento admiración y el deseo de que cuando llegue a esos años también sea como ellos, no pierda, no perdamos la frescura, la pasión de la juventud y de los primeros años ministeriales.
Por ellos pedimos, y por eso nuestro recuerdo, memoria, se hace Memorial, unido al Sacrificio de Jesucristo en la Eucaristía que ellos tantas veces celebraron, implorando su descanso eterno. A la vez les pedimos encarecidamente que cuando lleguen al cielo intercedan para que muchos niños y jóvenes escuchen la llamada del Señor y sean generosos en la entrega.
Siempre los recordaremos, siempre agradeceremos su entrega y dedicación plena al Señor, siempre serán para nosotros ejemplo y estímulo en nuestro camino vocacional.
Gracias, Señor, por esas vidas fecundas.