Por Jesús de las Heras
(sacerdote y periodista)
Recién concluido el Año Jubilar Teresiano del quinto centenario del nacimiento de santa Teresa de Jesús, resulta evidente y necesario dar gracias a Dios –volver a dar gracias, para ser más precisos- por el inmenso don de la santa, por su actualidad que permanece a lo largo de los siglos y, a la vez, constatar, satisfechos, agradecidos e interpelados, como tiene, sigue teniendo una atracción y una capacidad de convocatorias extraordinarias que hasta ella misma se halla también entre pucheros...
Bastaría trazar un recorrido por lo que este año teresiano ha deparado en nuestra Iglesia y en nuestra misma sociedad para comprobarlo. Y todo, todo ello, como la breve crónica que de esta efeméride podemos hacer en nuestra diócesis y que ahora sigue, nos ha de llevar a preguntarnos el por qué, qué cuál es, suma, el secreto, la razón, la clave del éxito de esta mujer del siglo XVI.
Sigüenza-Guadalajara teresiana
Nuestra tierra e Iglesia local tiene la suerte de ser también tierra e Iglesia teresianas. Singularmente, lo es Pastrana, la villa ducal, donde en la década de los sesenta del siglo XVI, Teresa de Jesús, de mano, primero, y después, a pesar…, de la princesa de Éboli, dejó dos fundaciones: el carmelo descalzo femenino en el convento de San José y el naciente carmelo descalzo masculino en el convento de El Carmen, donde san Juan de la Cruz y otros frailes reformados hicieron el resto.
Pastrana ha sido, pues, epicentro de las celebraciones diocesanas de este quinto centenario. Pastrana pertenece a la red de ciudades teresianas que integran la llamada ruta “Huellas de Teresa”. Son los destinos de sus diecisiete fundaciones: Ávila, Medina del Campo, Malagón, Valladolid, Toledo, Pastrana, Salamanca, Alba de Tormes, Segovia, Beas de Segura, Sevilla, Caravaca de la Cruz, Villanueva de la Jara, Palencia, Soria, Granada y Burgos.
Pastrana acogió las celebraciones de apertura y de clausura del año teresiana con sendas y solemnes misas, el 15 de octubre, presididas por el obispo diocesano. Además, la villa ducal y teresiana, recibió el año con la apertura de su Museo de Tapices, en la colegiata-parroquia, y lo despidió con la apertura del Museo del V Centenario del Nacimiento de Santa Teresa de Jesús, en el convento de El Carmen.
A finales del siglo XVI, tuvo lugar en Guadalajara, en el convento llamado popularmente desde entonces, “las carmelitas de arriba”, la fundación del carmelo descalzo de Nuestra Señora de las Vírgenes, trasladado hace cuarenta años a Iriépal. En 1615, hace, pues, cuatrocientos años se fundó en Guadalajara el carmelo descalzo de San José. Ambas iglesias han sido también templos jubilares durante este año y en ellas y en sus conventos anexos se han desarrollado distintas acciones e iniciativas conmemorativas. En ambos conventos el ayuntamiento capitalino ha dejado como recuerdo de la efeméride una placa conmemorativa.
Cuando se concede un año jubilar, la catedral –en nuestro caso, también la concatedral- son templos jubilares. Así ha sido también este año. Y de lo acontecido en la catedral de Sigüenza, subrayamos dos apuntes: la difusión y la popularización de dos vestigios teresianos del patrimonio catedralicio (una reliquia y un velo) y la restauración de una hermosa talla barroca del siglo XVII. Por su parte, la concatedral de Guadalajara acogió un concierto extraordinario de música, amén de otras convocatorias.
Y ¿cuál es, pues, “secreto”, de Teresa?
El gran Fénix de los Ingenios, Félix Lope de Vega y Carpio, haciendo memoria de ella, de la no menos grande Teresa de Jesús, al evocar su muerte en el otoño de 1582, en Alba de Tormes (Salamanca), escribió “con asombro del profundo, Teresa ilustre mujer, nace en Alba para ser sol de España y luz de mundo”.
Adelantada a su tiempo, mujer de una pieza, cristiana cabal y admirable, mística y andariega, fémina e inquieta, Teresa de Cepeda y Ahumada, Teresa de Ávila, quinientos años después, no ha pasado de moda y su ejemplo sigue siendo válido y necesario para los creyentes de hoy y de todos los tiempos como orgullo de lo mejor de nuestra tierra y de nuestra Iglesia, como fuente inagotable de virtud y crisol luminoso de verdadera sabiduría.
Pero, ¿cuál fue y sigue su secreto? Esta pregunta nos la formuló, recién llegados, este verano a Ávila la guía que iba a explicar los lugares teresianos. Cuando concluyó, volvió a preguntárnoslo. Y añadió: “¿Su belleza, su fama, sus obras…? La respuesta es que se fio totalmente de Dios”.
Y yo me pregunté a mi mismo, a continuación: ¿y cómo fue posible, cómo sabemos lo que Dios quiere de nosotros para fiarnos de Él? La respuesta está en la vida interior, en la oración, en la perseverancia fiel, tantas veces costosa, de saber descubrir y discernir su voluntad. La respuesta está en seguir afanándonos en bajar y subir el cubo por el brocal del pozo del agua viva de la oración. Su respuesta es tratar con Él de amistad, que sabemos nos ama, aun tratando tantas veces a solas. Dios nos sigue hablando; Dios no deja de emitirnos señales. “Mil gracias derramando pasó por estos sotos con presura y yéndolos mirando vestidos los dejó de su hermosura”.
Incluso, Dios habla en el silencio, ese silencio monacal y conventual tan querido por Teresa. Se trata, pues, de saber escuchar a Dios; de interpretar correcta y cristianamente sus señales y sus palabras, que son muchas veces renglones torcidos, donde un día comprobaremos que Él siempre escribe recto. Sus palabras no nos evitan a nosotros recorrer el camino: “Ahora te toca a ti”, parece decirnos tantas veces; “¡es tiempo de caminar!”. Dios nunca nos lo da todo hecho, ni mucho menos.
El secreto de santa Teresa fue y sigue siendo ser, en tiempos recios y no tan recios, amiga fuerte de Dios, una amistad que nacía y se nutría de la oración y que se concretaba en un amor apasionando por Jesucristo y en su sacratísima humanidad: desde la cuna (los niños Jesuses de los carmelos descalzos, las castañuelas y la alegría ante el Belén) al sepulcro (Teresa de Jesús fue también Teresa de la Cruz, una cruz en su propio cuerpo tantas veces enfermo y en tantas tribulaciones interiores como las que hubo experimentar) y desde el sepulcro a la Pascua.
El secreto de Teresa de Jesús fue su amor y fidelidad a la Iglesia, en la que pudo morir como hija fiel. El secreto de santa Teresa su humanidad repleta que según se divinizaba era más humana. El secreto de Teresa de Jesús fue su amor filial a María: la abadesa de sus conventos (sus “palomarcitos”), su madre (en la imagen de la Virgen de Caridad de Ávila) desde los 12 años.
El secreto de santa Teresa de Jesús fue Dios, Dios y su hermosura, el Dios inmutable y siempre amigo y cercano, el Dios de la misericordia y de las misericordias: el primado absoluto del Dios que nos ama absolutamente. El todo frente ante la nada de las cosas.