'El Bautismo del Señor y nuestro Bautismo'
Queridos hermanos en el Señor: Os deseo gracia y paz.
El tiempo de Navidad concluye con la fiesta del Bautismo del Señor. Hemos vivido con gozosa intensidad el Adviento y hemos celebrado con admiración y gratitud el nacimiento de Jesús.
La primera parte del año litúrgico desemboca en el tiempo denominado “Ordinario”, que celebra con sucesión ordenada el misterio de Cristo en su despliegue y en su plenitud.
Durante la mayor parte de su vida, Jesús compartió la condición común de la mayoría de los seres humanos, una sencilla existencia dedicada al trabajo manual y a la participación en los acontecimientos religiosos establecidos por la ley.
Su vida pública comenzó con el bautismo en el Jordán. Alrededor de Juan, que proclamaba un bautismo de conversión para el perdón de los pecados, se congregaba una multitud de pecadores, publicanos y soldados, fariseos y saduceos. Y apareció Jesús, que no necesitaba perdón, pero quiso inaugurar su misión de Siervo doliente acompañando a los pecadores y anticipando el bautismo de su muerte y resurrección.
Con nuestro bautismo, quedamos sacramentalmente asimilados a Jesús, entramos en el misterio de su abajamiento humilde. Descendemos al agua con Jesus para subir con Él, renacidos del agua y del Espíritu, convertidos en hijos en el Hijo amado del Padre, para vivir una vida nueva.
El nº 1216 del Catecismo de la Iglesia Católica recoge un magnífico texto de san Gregorio Nacianceno: “El Bautismo es el más bello y magnífico de los dones de Dios... lo llamamos don, gracia, unción, iluminación, vestidura de incorruptibilidad, baño de regeneración, sello y todo lo más precioso que hay. Don, porque es conferido a los que no aportan nada; gracia, porque, es dado incluso a culpables; bautismo, porque el pecado es sepultado en el agua; unción, porque es sagrado y real (tales son los que son ungidos); iluminación, porque es luz resplandeciente; vestidura, porque cubre nuestra vergüenza; baño, porque lava; sello, porque nos guarda y es el signo de la soberanía de Dios” (Oratio 40,3-4).
A través de su bautismo, Jesús nos concede la oportunidad de redescubrir con alegría la belleza de nuestro bautismo. Podemos vivirlo con fe como una realidad actual que nos renueva continuamente. Dios no se esconde, sino que, a partir del bautismo, nos abre los cielos, se nos manifiesta, habla con nosotros, está con nosotros, vive con nosotros y nos guía en nuestro camino. Nos permite escuchar palabras de vida eterna, palabras de luz que responden a los grandes desafíos de la vida y nos orientan con seguridad.
Pedimos que la intercesión de la Virgen María nos ayude a vivir con intensidad nuestra consagración bautismal.
Recibid mi cordial saludo y mi bendición.
Julián Ruiz Martorell, Obispo de Sigüenza-Guadalajara